Columnista:
Christian Guzmán Rojas
El censo realizado por el DANE en el año 2019, arrojó que en el país hay alrededor de 13.252 habitantes en calle donde el 86.9% son hombres y el 13.1% mujeres, con una edad mínima de 10 años. Es importarte resaltar que el 36.9% de los así catalogados inició su habitancia en calle por el consumo de sustancias psicoactivas y 30.3% por conflictos familiares, lo que lleva a cuestionar, ¿cómo se están manejando este tipo de situaciones en las casas y en los colegios?, ¿Realmente existen programas de intervención que sean efectivos?
Estas son algunas de las preguntas que los diferentes niveles de poder en el país deberían debatir y que deberían influir en el diseño de los programas sociales que favorezcan todos los campos del ser biopsicosocial, en vez de enfocarse únicamente en crear programas asistencialistas.
Un modelo de atención que merece ser destacado es el de los Ángeles Azules en la ciudad de Bogotá. Este programa cumple con la función de identificar a los habitantes en calle de los diferentes lugares del distrito, ¿Cómo?
El año pasado diseñaron una aplicación que permite a cualquier ciudadano registrar la información de dónde se encuentra la persona; al recibir esta información se envían a los «ángeles azules» a la ubicación para que hablen y convenzan al sujeto con el objetivo de que sea llevado a un hogar de paso donde se iniciará un proceso de autocuidado, atención médica, psicológica y psiquiátrica, actividades lúdicas, entre otros beneficios. Para el año 2018, 860 ex-habitantes en calle habían recibido formación técnica en artes y oficios varios.
Este es un ejemplo de cómo los programas de intervención psicosocial pueden hacer un cambio en la vida de la población sin necesidad de “mantenerlos”.
Algunas personas podrán creer que todo el esfuerzo que se hace con los habitantes en calle es un desperdicio de tiempo y dinero estatal, pero existen casos donde la persona no solo sale de su situación, sino que toma toda su experiencia y empeño en mejorar la vida de otros habitantes. Ese es el ejemplo de Elkin Zapata, quien a sus 25 años empezó a ser poliadicto y a los pocos meses estaba residiendo en el cartucho en Bogotá.
Por voluntad propia, Elkin buscó una fundación para desintoxicarse. Luego de su proceso fundó La Casa del Alfarero en Villavicencio, la cual busca ayudar a muchas personas con comida y vivienda a cambio de realizar distintas tareas. Elkin les da constantes charlas de superación y si el habitante decide iniciar el proceso es acompañado por los otros líderes que son también ex-adictos.
Elkin menciona que es feliz haciendo lo que hace, hasta el momento ha ayudado a más de 60 personas a salir de las drogas y el mismo financia su fundación con donaciones.
Estos son apenas dos ejemplos de los distintos y variados programas que existen a lo largo del país, algunos financiados por el Gobierno y otros no. Sin embargo, ambos luchan con las uñas para alcanzar el objetivo en común de mejorar la calidad de vida de estas personas quienes son marginadas por otros y hasta por ellos mismos por el temor a ser atacados, ignorados y menospreciados por el estigma que cargan al ser habitantes en calle.
Los ciudadanos deben presionar a los gobernantes para que desarrollen las políticas públicas que tanto necesitan esta población y no hay que olvidar que también hay niños, mujeres y adultos mayores quienes son blancos de mayor vulnerabilidad.
Fotografía: cortesía de El Diario del Cesár.