Así matamos y abusamos de las mujeres en Colombia

“Estoy cansada de todo esto, no puedo más, es que ya no tengo fuerzas; entre ese hombre y la negligencia de la Fiscalía van a acabar con mi vida”, señaló Ana María, víctima de acoso y violencia física y psicológica con cuatro meses en el proceso de denuncia ante la Fiscalía.

Opina - Seguridad

2020-06-26

Así matamos y abusamos de las mujeres en Colombia

Columnista:

Nelson Villarreal

 

Ana María sale a todas partes con su bolso de mano, se aferra a él como si en su interior guardara un tesoro. No es para menos, ya que en este lleva una carpeta con el expediente de un largo y tortuoso historial de agresiones, citaciones, exámenes de Medicina Legal y fichas de registro de cuanta entidad ha conocido sus denuncias por acoso y maltrato físico y psicológico a manos de su pareja sentimental, el padre de sus dos hijos que, pasó de ser el amor de su vida, al monstruo que hoy le causa pesadillas.

Igual que Ana María, en nuestro país a diario caminan entre nosotros millones de mujeres maltratadas, violentadas y presas de un miedo que carcome su existencia; mujeres víctimas de violencia intrafamiliar, acoso y abusos sexuales, no solo de su compañero permanente, sino de excompañeros sentimentales que se niegan a la terminación de esa relación, jefes que aprovechan su posición de poder acosando vilmente a sus subordinadas, o patanes que les prometen el cielo y la tierra de forma tan amañada que, cuando ellas se dan cuenta, ya están siendo objeto de la depredación sexual de estos sujetos indeseables y, por negligencia, o por falta de apoyo, ven terminar su vida en una fría estadística que se reduce a la palabra “feminicidio”. Las están matando, y no solo sus verdugos, las estamos matando entre todos con nuestra indiferencia y la miopía de no querer ver lo obvio, y es que nos convertimos en un país que se acostumbró a que maten a sus mujeres.

Normalizar el maltrato, el acoso o el abuso sexual y, aceptarlos como algo íntimo de las relaciones de pareja, nos convierte en parte del problema, nos ubica como los cómplices de las tragedias que a diario vemos en las noticias. Es que se nos hace más fácil juzgar la actitud “permisiva” de una mujer que continúa en el hogar donde es maltratada, a tenderle la mano para que se libere de esa situación, así como las juzgamos por querer escalar laboralmente aduciendo que nunca llegarán a puestos superiores, sino se acuestan con quien tengan que hacerlo. Es normal eso de “ella se lo buscó por usar esa falda tan corta”, “es que ella tiene la culpa por andar tan tarde en la calle”, o “ninguna mujer decente anda por ahí de fiesta”. Con cada expresión clavamos una puntilla en su féretro, y eso nos parece “normal”.

Es por esta razón que la mayoría de mujeres víctimas de violencia, las abusadas sexualmente o las que sufren explotación, prefieren callar antes que exponer su situación abiertamente, por miedo a ser juzgadas y catalogadas a la ligera (eso sin contar la tortura que es para ellas revivir cada momento doloroso en su mente y en su ser). En nuestra cultura, donde si un hombre dice que ella es una cualquiera todos le creen, pero si una mujer dice que él es un violador tiene que buscar a otras 50 mujeres que lo confirmen para que alguien tome en serio su denuncia, sí, apenas para que las tomen en serio.

Pero cuando la víctima tiene la fuerza de voluntad de enfrentar al monstruo y denunciarlo es cuando de verdad viene lo difícil, pues debe enfrentarse también a todo un aparato burocrático que no está diseñado para proteger sus derechos y, más bien, parece estar al servicio del victimario. Es allí donde las montañas de trámites y acceso a la justicia se vuelven en su contra, porque lo primero que siente la denunciante es que el propio funcionario trata de convencerla para que no lo haga “para que arregle por las buenas” con su victimario, “para que piense en su futuro y el de su familia”. Irónicamente esto pasa aun cuando esa mujer se presente a las oficinas de la Fiscalía con moretones en su cara y cuerpo, suplicando una intervención oportuna. Ellas se quedan con la sensación de que las incentivan a desistir de sus denuncias para evitarle a la Fiscalía operar como tiene que hacerlo por ley.

Luego de esto vienen las citaciones (donde es ella quien debe aportar con pelos y señales hasta la ubicación en tiempo real de su agresor) ¡Válgame Dios!

Y luego deben enfrentar a su verdugo sintiendo el desamparo y aumentando su miedo antes de que la institucionalidad tome las primeras medidas, si es que en el camino no se da por vencida o este loco la vuelve a agredir por su osadía.

En el caso de Ana María, la primera denuncia que hizo quedó tipificada como “lesiones personales”, no como violencia intrafamiliar con posible abuso sexual, lo que automáticamente le da un estatus diferente, pues el perpetrador no tiene la misma responsabilidad y no se toma en cuenta que comparten el mismo techo en el cual ella quedó expuesta a que este hombre la volviera a atacar, como efectivamente pasó posterior a la denuncia, propinándole una golpiza aun peor, la misma que fue cerrada porque el tipo nunca se presentó a la citación, lo cual deja en evidencia a una Fiscalía paquidérmica, indolente e ineficaz, donde a la mujer se le revictimiza y se le deja a su suerte.

El panorama se vuelve aún más desgarrador al saber que, en lo que va corrido del año en el país, 16 473 mujeres han sido víctimas de violencia intrafamiliar y que en la valoración de riesgo el 48.9 % de 899 casos evaluados son de riesgo extremo contra la vida de las denunciantes. Así mismo advierte el Instituto de Medicina Legal que entre enero y mayo 315 mujeres fueron víctimas de homicidio y se reportaron 91 casos más por muertes violentas que continúan en investigación. En el informe se señala que es Bogotá la ciudad con más casos de violencia contra la mujer y que entre los 20 y 29 años es el rango con mayor número de víctimas. Esto ha tendido a agravarse desde la declaratoria de cuarentena nacional. ¡En la mayoría de los casos el monstruo se encuentra al interior del mismo hogar o hace parte de su círculo social más cercano!

Ante este oscuro panorama y la falta de medidas para detener los asesinatos y abusos sexuales, ni los Gobiernos locales y, menos el Gobierno Nacional, son capaces de brindar la protección que nuestras mujeres necesitan, y es que solo basta con escuchar a la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez cuando sale a decir que “la violencia contra las mujeres es la otra pandemia que como sociedad debemos enfrentar”. Sí, muy bonita y acomodada la frase para un concurso de oratoria, pero ¿y qué está haciendo desde su posición en el Gobierno para evitar más feminicidios?

Por último, cabe señalar, que las denuncias cada vez son más difíciles porque entre más estatus tiene la afectada, entre más estudios, una profesión, un cargo importante o la ocupación que desempeña, es aún mayor la estigmatización que recibe por verse presa del maltrato, teniendo que ocultar su propia situación y verse relegada a la depresión y la soledad de una vida exitosa en la calle y regresar a casa a su prisión emocional de violencia y tortura psicológica. Algo así como la reciente denuncia por presunto acoso y abuso sexual hecha por la revista Volcánicas de Periodismo Feminista Latinoamericano en su reportaje en cuanto al reconocido director de cine colombiano Ciro Guerra, con testimonios desgarradores de 8 mujeres que deben ser investigados por las autoridades. Y ni qué decir de la absurda violación de la niña indígena de la comunidad Embera a manos de 7 militares del Ejército colombiano.

Esto debe cambiar, la Fiscalía debe brindar un acompañamiento más amplio y las redes de apoyo actuar con mayor eficiencia, rodeando a la mujer que denuncia, evitando que desista y que las instituciones no nos muestren capturas cuando ya el agresor abusó o le quitó la vida a otra de nuestras mujeres y se dediquen mejor a prevenir que estos lamentables hechos ocurran.

Ana María sigue con las denuncias, cargando a todos lados con su carpeta llena de documentos, ya logró una caución y el monstruo tiene que mantenerse alejado, sus dos hijitos la ven como su heroína, está edificando un nuevo comienzo y ha empezado a tener sueños que ahuyentaron aquellas trágicas pesadillas.

Recuerda mujer, no estás sola, si estás pasando por estas situaciones no te quedes callada y busca ayuda que incluya orientación psicológica y profesional que te permita ver lo que hoy te niegas a reconocer, recuerda que el apego no es amor, la costumbre no es amor, que quien te quiere te respeta y no te daña.

 

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Nelson Villarreal
Administrador Financiero. Lector apasionado. Escritor aficionado. Trabajador social por convicción y soñador por vocación.