Columnista:
Elkin Giraldo Castellanos
Desde hace algunas semanas, la frase “periodismo militante” ha circulado con más fuerza que de costumbre, todo por cuenta de la serie ‘Matarife’. Las investigaciones por parte de algunos periodistas alrededor de este suceso, hoy tienen temblando al círculo periodístico de los medios dominantes, acostumbrados a callar lo importante y a exagerar lo irrelevante.
Las descalificaciones por parte de quienes integran este círculo han sido punzantes. Para ellos, todo aquel que no pertenezca al “selecto” grupo de Semana, RCN o Caracol, no merecen ser escuchado, visto o leído.
Ser periodista en Colombia, para algunos, es salir en los medios más influyentes del país, y toda labor que esté fuera es mentira y poco confiable. ¿Por qué? ¿En dónde está escrito que para ejercer esta profesión se tiene que pertenecer al monopolio? En ningún lado. Lo que sucede es que antes, salir en la pantalla chica generaba credibilidad porque las otras voces eran silenciadas, ya no. Las redes sociales permitieron una proliferación de expresiones que eran ocultas tan solo por el hecho de no pertenecer.
Varios/as de los y las periodistas que hacen parte de este círculo, ven que ese “prestigio” del cual gozaron se ve mermado por otras posiciones que no se alinean con su postura ideológica y política. Eso los hace señalar y perseguir a quienes, por otros medios, buscan contar otras historias y destapar otras verdades.
Desde hace mucho el periodismo está ligado con el poder, es innegable, por eso la parcialidad disfrazada, para proteger.
En su intento de mostrar al periodismo como objetivo, quienes ejercen la profesión en los medios dominantes le han hecho creer a las audiencias que ellos tienen la verdad. Se han mostrado como imparciales ante el público. Sin embargo, la subjetividad que atraviesa a todos los seres humanos revela que, por más que lo intenten, sus historias tienen una posición.
Cada vez que un periodista decide entrevistar a “X” o “Y” persona, cada pregunta, cada voz, está constituida por una formación intelectual que lo hace dirigirse, de manera consciente e inconsciente, a su punto de vista.
Desde que la serie ‘Matarife’ tocó las fibras del círculo de los monopolios, no han hecho otra cosa que señalar a sus colegas de mentirosos. Sin embargo, los mentirosos han sido ellos que no han dejado clara su verdadera postura, ejercen el periodismo de manera arbitraria ocultando sus intereses y sus apuestas.
Se hostiga al periodismo militante por su cercanía con las izquierdas, sin embargo, es importante decir que desde nuestra postura es un deber contar lo que los monopolios callan. Un deber para con nosotros y para con quienes reciben la información. Posar de objetivo es un daño, no contribuye y, además, es falso.
El público merece saber desde qué lugar escribimos, cuál es nuestro pensamiento, qué película es nuestra favorita, qué música oímos, a quién votamos. Tomar posición no es faltar a la verdad, no es menos periodista el que dice a sus lectores que simpatiza por un líder político, pero sí lo es el que se esconde para luego recibir beneficios.
El periodismo militante en Colombia es una necesidad. Si se trata de una transformación real, tenemos que abonar algo desde nuestras perspectivas, desenmascarar el mundo y reconfigurarlo.
Hoy, más que nunca, tenemos que entender que cada palabra dicha, tiene un peso que constituye el ser. No se puede engañar más. Ni Vicky Dávila, Julio Sánchez o Néstor Morales pueden escapar de eso. Cada vez que abren los micrófonos, lo hacen con un propósito ligado a su forma de pensar. Eso no está mal, el problema es que lo han ocultado y se han mostrado como poseedores de la única verdad… ¿Y cuando esa verdad envejezca? Estamos viviendo ese momento.