Columnista:
Juan D. Rojas
A medida que la pandemia desaparece y reaparece en el hemisferio oriental, y que aún sigue afirmándose en el occidente, vale la pena recordar que, por más ciencia ficción que despierte el nuevo virus, no debemos olvidar la realidad endémica de nuestra nación; que la incertidumbre de la cuarentena no nos aparte de la infamia de abogados, partidos políticos y el deterioro de instituciones del Estado. También se debe dar, ahora más que nunca, una especial atención, a lo que parece ser una propagación de los síntomas de un espectáculo decepcionante de la legalidad nacional.
Suficiente ha sido presentado en el panorama de la actual administración presidencial. Este ha resaltado no por su gran capacidad para ejercer el control y garantía de la Libertad y el Orden, sino por su falta de compromiso, su falta de operación y fortaleza al estar salpicado de muchos escándalos en menos de medio periodo de Gobierno. La disparada, constante y sistemática persecución a líderes sociales; así como la remoción de cargos en el gabinete ministerial por el mal manejo institucional de las políticas públicas, y el más reciente y deshonroso ejercicio viene sobre el regreso de las chuzadas y seguimientos clandestinos a individuos en el oficio de la investigación y el periodismo cercanos a la defensa de proyectos por la paz en Colombia; todo por la divergencia de ideas entre los partidos del Gobierno de turno y estos individuos.
Por otro lado, hay que acreditar la buena iniciativa que sí mostró el actual poder ejecutivo y su padrino partido político para publicitarse como un Gobierno atento a cada una de las necesidades de la nación. Al inicio del mandato, sin duda, mostró un interés casi romántico en verse como un Gobierno garante de los derechos de la ciudadanía. La Presidencia de la República sostuvo la ardua tarea de llevar a cabo el rescate de un infante secuestrado. Se recuerda el vuelo del presidente para mostrar su bienestar a la familia afectada por el hecho en el municipio de El Carmen. Ahora, aquel enfoque de trabajo parece haberse agotado.
También, ha mostrado un carácter firme en la toma de decisiones sumamente oportunas, como la de no faltar al compromiso de los contratos del Estado para adquirir nuevos vehículos presidenciales; así como la fuerte determinación, —de la mano con sus bien calificados asesores—, de tomar dineros de fondos para las víctimas del conflicto armado con el fin de atender la precaria estadística propagandística de la Presidencia. En la nación ahora impera una autoridad que se manifiesta más como un Gobierno marketing que como un Gobierno interesado en ejercer el respeto a las leyes de la República.
Ante esta situación, es útil expresar al colombiano rebelde y apasionado Vicente R. Lizcano, quien bajo su seudónimo de Biófilo Panclasta, en las primeras décadas del siglo XX defendía la libertad contra toda autoridad. Encarcelado centenares de veces siempre cuestionó a las autoridades que persiguieran y silenciaran a la libertad de ideas, y reflejo de eso eran sus palabras con las que se representaba a los Gobiernos irresponsables, hostigadores y serviles a intereses de partido: “Los tiranos temen a la prensa, como teme el vampiro a la luz; el ladrón a su juez; la ramera a la visita sanitaria. Por eso los esbirros, rufianes y canallas al servicio de los déspotas, saben que el modo más halagüeño de adular a sus amos, es persiguiendo, delatando, oprimiendo a los periodistas, oradores, rebeldes de cualquier ideal, bando o nación”1.
1. VILLANUEVA MARTÍNEZ, Orlando. Biófilo Panclasta. El apóstol anarquista, Bogotá: Editorial El Búho Ltda., 2018, pág. 57.