Columnista:
Ancízar Villada Vergara
Un hombre afroamericano hace tambalear a un imperio agonizante y decadente: Los Estados Unidos de América, el país más poderoso del mundo. Y es que con la llegada de la pandemia a suelo estadounidense, más de 40 millones de personas están desempleadas, hay más de 100 000 muertos por el virus y, mientras tanto, el Gobierno del presidente Trump y el Congreso de demócratas y republicanos aprueban trillonarias leyes cada mes para rescatar a las grandes corporaciones mientras el ciudadano promedio busca la manera de sobrevivir. En especial, los que más sufren, son la población más vulnerable: la población latina y negra estadounidense.
Con este caldo de cultivo y, con la expectativa de que con la llegada del mes de junio se esperaba que el comercio y los negocios en general abrieran sus puertas para poder socavar las graves consecuencias económicas que trajo el confinamiento obligatorio de la población mundial, todo parecía estar controlado para el Gobierno, sin embargo, la semana pasada se hizo viral un vídeo del arresto de dos policías de Minneapolis a un ciudadano afroamericano. Pero el vídeo no se observó millones de veces por el simple arresto, sino por el asesinato del ciudadano por parte de uno de los agentes policiales; bajo la mirada perpleja de los testigos, este agente asfixió con su rodilla hasta la muerte a George Floyd; sus últimas palabras fueron: “Por favor, no puedo respirar”.
El vídeo naturalmente indignó a las millones de personas que estando confinadas en sus casas observaron esta barbarie llevarse a cabo, pero lo que no se esperaba este agente, ni los políticos de la élite estadounidense, era que los ciudadanos saldrían masivamente a las calles después de aquel fatal 25 de mayo, que quedará en la historia como uno de los episodios más perversos del racismo en pleno siglo XXI.
A pesar de la situación del coronavirus, cientos de miles de personas salieron a protestar en Minneapolis por el asesinato de Floyd. La indignación de tantos hombres y mujeres que, no tienen nada que perder por la situación económica y social que atraviesa el mundo, los llevó a tomarse las calles y exigir respeto por la humanidad y detener el absurdo abuso de poder al que han estado sometidos durante tantos años.
Pero las protestas fueron más allá de una voz por pedir justicia; la indignación es tanta, que lo que se ha observado todos los días de protestas han sido grandes cadenas comerciales incineradas, al igual que los autos de la policía, que han sido objeto de quemas por parte de los manifestantes. Las protestas se fueron expandiendo tan rápido como un virus. La epidemia de la indignación y, la exigencia por el respeto de las autoridades a los ciudadanos, se expandió a lo largo y ancho de EE. UU., todos juntos por la causa de George Floyd, hombres, mujeres, blancos y negros, unidos a pesar de las dificultades por la pandemia.
La exclusión social a la que han estado condenados los latinos y afroamericanos ha sido histórica. Las causas de Luther King y Malcolm X en el siglo XX reviven en el siglo XXI, pero con nuevas demandas por parte de la sociedad; ahora no son solo los negros los que salen a dar la cara por un compañero muerto, es una gran parte de la humanidad, en lugares como: Nueva York, Los Ángeles, Miami, Washington D.C., Chicago, Atlanta y, demás ciudades, las cuales han sido foco de masivas protestas sociales que, este fin de semana, se expandieron hasta París, Berlín y Londres, y lo más seguro es que en los próximos días se expandan hacia más territorios.
El asesinato de un ciudadano común, como Floyd, puede llevar a una revolución global en contra de un sistema político y financiero fallido que ha excluido a la gran mayoría de la población de todo el mundo. “Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan”, diría el gran José Martí, a pesar de que los medios corporativos de todo el mundo traten de tachar la protesta social como vandalismo, anarquía y caos. Lo cierto es que estos medios tradicionales no cuestionan el perverso funcionamiento del círculo vicioso político y económico que nos rige desde el final de la Segunda Guerra Mundial, porque tocan directamente los intereses de sus dueños. Es por ello que cadenas como CNN y Fox News también han sido atacadas, por ser cómplices de la élite que maneja los hilos del cine que vemos, las noticias que consumimos, la ropa que usamos y las redes que utilizamos.
Finalmente, esta coyuntura me lleva a preguntarme lo siguiente: ¿Será que por fin vendrá una revolución de las consciencias y habrá un verdadero cambio, o todo esto se olvidará de un día para otro? Vivimos tiempos históricos y estamos vivos para presenciarlo, podemos escribir nuestra propia historia, sin dejar que otros la escriban por nosotros.