Columnista: Juanita
Una situación muy preocupante pasó de agache en la denuncia de la Revista Semana sobre los perfilamientos a miembros de la oposición hechos por el Ejército y la cual en las últimas horas —gracias al estreno de la serie ‘Matarife’— ha vuelto a emerger sin que nadie lo note.
Pese a su evidencia y gravedad, el asunto no ha tenido las repercusiones mediáticas esperadas en los medios tradicionales del país, aunque en el desarrollo de este texto se explicará el porqué.
Todo tiene un precio
La vaina empieza con la denuncia hecha por una de las fuentes de Semana que indicó que la información recolectada en los perfilamientos le fue suministrada a un “periodista” más reconocido por sus líos legales y, por sus recurrentes denuncias en contra por violencia intrafamiliar, que por su profesionalismo.
Días después de la publicación de Semana, Gustavo Rugeles, un cocainómano —según Marcela González, una de sus parejas— militante “nazi” pese a ser de ascendencia criolla y que es ampliamente conocido por sus problemas legales y de credibilidad que lo hicieron salir del portal Las 2 orillas; se sintió aludido con la descripción sin nombre del receptor de la información ilegal que hizo Semana.
Con esto, Rugeles dio a entender que de quien habla el artículo de los perfilamientos ilegales dentro del Ejército era él. Gustavo Rugeles es un patán de poca monta que salió de www.las2orillas.com justamente por vender su “línea editorial”, como lo demostró el periodista investigativo Daniel Coronell en su artículo “500 barras”.
Pese a esto, vender la línea editorial de los medios para los que trabaja se ha convertido en un estilo de vida y de réditos económicos para el “señor” Rugeles tal y como lo ha demostrado con su pasquín digital “Los Irreverentes”.
No obstante, lo que hace Rugeles —que es una especie de sicariato periodístico o peor aún, de un “paraperiodismo”— no es algo que solo le incumba a él, o a “periodistas” de poca monta como Ernesto Yamhure, Ricardo Puentes Melo, Sixto Alfredo Pinto o Frank Zapata (célebre “periodista” encargado de lavarle la cara al “padre” Yepes en Medellín).
Mal de vieja data, ¿pauta mata ética?
Desde hace mucho tiempo en los más importantes medios colombianos ha habido personajes que están ahí justamente porque sus valores periodísticos son ampliamente negociables.
Desde, Luis Carlos “Rock Challenge” Vélez, Raúl Tamayo y su oda a los paramilitares en El Colombiano, Darío Arizmendi y los ‘Panamá Papers’, “Julito, no me cuelgue” —y sus viajes a la entrega del Nobel de Santos y a la visita de Duque al Vaticano— o incluso Yamid Amat; que en la última entrevista al expresidente Álvaro Uribe le dice yo asumí con usted el compromiso de no hacer preguntas distintas al fútbol; dan muestras de una venta de los valores periodísticos descarada y vergonzante.
Otros anacrónicos y esperpénticos ejemplos de esta venta del periodismo al mejor postor son los merecedores del “buen retiro”: María Isabel Rueda (abogada), Salud Hernández (escritora) y Gabriel Casas (expolítico), personajes que ni son periodistas ni tienen nada interesante para aportar actualmente aparte de sus sesgos y/o los de sus patrocinadores.
Pero no usemos ejemplos tan del siglo pasado. Veamos lo que pasa con Noticias Caracol y las “entrevistas a profundidad” —o más bien, los amaños a profundidad— que hace su director Juan Roberto Vargas (el del almuerzo con el candidato Duque) cada vez que con evidente incomodidad tiene que lavarle la cara en vivo y en directo a algún ministro, general, senador o presidente que hacen gala de su desfachatez o incompetencia.
A RCN me lo salto por obvias razones. A propósito de RCN, ¿cómo hizo Juan Lozano, el director de su noticiero, para aguantarse las ganas de preguntarle al general Zapateiro si estaba drogado en el momento de la entrevista cuando lanzó esa diatriba sin sentido?
Pero causa curiosidad que medios supuestamente de contrapoder, como Semana y La Silla Vacía, también se presten para satisfacer los designios de algún oscuro mecenas aun si esto tiene como costo su credibilidad periodística. ¿Pauta mata ética?
Recientemente ambos medios descalificaron —sin evidencias más allá de la opinión— la trayectoria de tan brillantes periodistas como Julián Martínez y Gonzalo Guillén (que por sus magníficos trabajos han sido amenazados de muerte) tildándolos de activistas antiuribistas y cuestionando su influencia en la serie ‘Matarife’, alegando que esta solo busca hacerle el favor a la izquierda de torpedear el “legado” político de Álvaro Uribe Vélez.
Con el respeto de mis queridos y exigentes lectores, pero… ¡Háganme el favor! ¡Hay que tener la cara de cemento para salir con semejante disparate sin sonrojarse!
Los opinadores al rescate
Gracias a la debacle de RCN —acuñada principalmente a la venta inescrupulosa de su línea editorial sin ningún recato a la organización Ardila Lülle y sus intereses— ha surgido una nueva forma de hacer “periodismo” que sigue teniendo en su centro la estrategia de feriar la imparcialidad editorial, pero esta vez de forma más sutil.
Contratar “opinadores” para vender sus posturas parcializadas y personalizadas —y obviamente disponibles al mejor postor— como “sucesos noticiosos” es la nueva moda en los medios tradicionales de “Polombia”.
Así ocurre por ejemplo con el otrora importantísimo programa radial La Luciérnaga, antes temido por los funcionarios de Gobierno, cuya voz les temblaba cuando tenían que rendir cuentas al doctor Peláez y su “combo” (que incluía a Claudia Morales y a Gustavo Álvarez Gardeazábal) cuando los llamaban a hacerles las preguntas incómodas que nadie era capaz.
Ahora —sumándose a la salida de Catherine Juvinao por su trabajo juicioso que incomodó al Gobierno Duque— trajeron a un animador a dirigir el programa y a darle cabida a opinadores que se dedican a leer noticias de otros medios, pontificar sus opiniones y hacerle coro a los “humoristas” uribistas que allí “descollan” con sus soporíferos y estúpidos chistes sobre sexo, pobres, feos y las diferencias raciales y clasistas de este país.
En un paquete de papitas
“Locombia” es un país pionero en darle trato de periodistas a personas con claros intereses negociables, algo que es una verdadera pandemia que permea todos los medios tradicionales criollos. Ni los canales pequeños o regionales se salvan de semejante afrenta contra el periodismo y el público.
Y, como dije anteriormente, uno esperaría que las diferentes asociaciones se pronunciaran y exigieran un verdadero profesionalismo del periodismo, pero eso no va a pasar.
Hay demasiada política y plata en juego. La suficiente para comprar las conciencias de quienes deben tomar esa decisión o, simplemente, porque los encargados de liderar esas iniciativas son dizque profesionales de otras áreas que un día quisieron agregarle un trabajo más a sus hojas de vida y solo se les ocurrió poner “periodistas”.
Es casi como si la tarjeta profesional de periodistas —gracias a la sentencia del benemérito Carlos Gaviria— saliera con la menor dificultad probabilística en un paquete de papitas. Cómo jodiste a tu país, viejo querido.
El público, la solución
La buena noticia es que no todo está perdido. Como lo demostró ‘Matarife’ con sus asombrosas cifras en su primer día de emisión, el interés de la gente por un periodismo de verdad, libre de sesgos y presiones de auspiciantes, está más en boga que nunca.
Atrás quedaron los tiempos de los ídolos de barro infalibles cuya palabra se tomaba por una verdad indiscutible que en realidad eran los designios de los señores tenebrosos. Hoy la gente cuestiona, indaga, busca y no traga entero y de ese análisis exhaustivo solo se salvan los verdaderos periodistas.
Al público juicioso solo le puedo decir que siga así de inquisitivo para limpiar nuestro gremio de aprovechados y usurpadores; le pido que apoye los medios alternativos que se la juegan aun en contravía y, en contra del poder, para sacar información sensible que no verán en ninguna otra parte por las razones acá expuestas; que juzguen y analicen toda la información que les llega por todas partes.
Este es el único método para librarnos de esos mediocres que fungen y venden sus servicios como “periodistas” sin serlo, porque como dice algún evangelio por ahí, al mal periodista “por sus cabriolas les conoceréis”.
Como lector apasionado de un pais inviable, enaltezco tu labor de periodista con sentido social. Prosigue a la vanguardia del contado número de tus pares que pese a su independencia, logran sobrevivir con sus acertados conceptos. Mis humildes parabienes.
La periodista sostiene que quienes no tienen su mismo pensamiento político, evidentemente de izquierda, son unos vendidos. ¿Por qué no son vendidos los periodistas que apoyan la ideología de izquierda? ¿Cuál es la diferencia? ¿Acaso los políticos de izquierda han hecho cosas mejores por el país que, por ejemplo, Álvaro Uribe Vélez, el mejor presidente que ha tenido Colombia?