Un animal en los cielos

Cristo no es un superhumano sentado en un trono celestial, legislador y gobernante, sino que camina entre los humildes, como un sencillo siervo comunitario.

Opina - Sociedad

2020-05-23

Un animal en los cielos

Columnista:

Daniel Fernando Rincón

 

Con respecto a sus divinidades, podríamos afirmar que el ser humano ha empleado tres metáforas para describirlas.

En unos casos, las divinidades tienen forma humana: los dioses griegos, egipcios, por ejemplo, quienes sentían odio, amor, celos, alegrías, tristezas, sostenían relaciones sexuales.

En otros casos, las divinidades tienen formas de animales, como en los panteones amerindios, africanos, o en los de extremo oriente.

En otros, las divinidades son amorfas, son espíritu, sin vinculación directa con la materia, como en los panteones del Oriente Medio.

Sin embargo, y gracias al sincretismo grecorromano heredado a la humanidad europeizada a través del Romano Imperio, la metáfora del ser humano superior se ha impuesto como la forma en que el Dios cristiano, el oficial de dicho Imperio y de los Estados Nación que de él se generaron, se manifiesta a su feligresía.

Eso sucede, a pesar de que en sus inicios semitas no tenía forma ni contacto con la materia, y esto gracias a una lectura literalista de los textos sagrados judeocristianos que le atribuyen, como en la antigua usanza griega, las emociones y sentimientos humanos, eso sí, en un sentido superlativo.

Es por ello que hoy por hoy, ese Dios cristiano es Padre y no Madre, es tradicional y no transgresor, es juez y no abogado, es vengativo y no reconciliador, algo que no siempre fue el mensaje de Jesús de Nazaret, el Cristo Prometido, el Dios Encarnado, la metáfora humana por excelencia, aquel superhumano que un día ascendió en cuerpo y alma a los cielos, hecho que se conmemora el octavo domingo de Pascua y, que en Colombia, una sociedad con un 74 % de su población identificada con el catolicismo, se traduce como el día festivo del mes de mayo.

Y es que alrededor de la imagen de Jesús de Nazaret, el Cristo, cuyas heroicas acciones se suelen confundir en los memes, con las de Gokú, el protagonista de Dragon Ball, todavía se presentan algunas pujas y tensiones, debido, en parte, a las interpretaciones que sus múltiples seguidores hacen sobre ella; interpretaciones que en estos tiempos de pandemia, que como la fama, ha sacado lo mejor y lo peor de la humanidad, se vuelven importantes para entender eso bueno, eso malo que hoy vemos en las noticias.

De acuerdo con alguna tradición católica patrística, se asume que Jesús de Nazaret, en tanto Cristo, tiene un “triple oficio”: Rey, Sacerdote y Profeta, que en el mundo judío reflejado en el Antiguo Testamento, eran los instrumentos y representantes especiales de Dios; oficios que se prolongan a los cristianos y, por ende, se convierten en normas. 

De esta forma, en una sociedad como la colombiana, que tiene una actitud hacia la vida mediada por la moral católica, que subraya los oficios de Rey y de Sacerdote, donde acciones autoritarias, despóticas, esclavizadoras, segregadoras, estigmatizadoras y moralizantes, propias de teocracias o de regímenes totalitarios, se justifican y aún se celebran, se convierte en un imperativo desvelar que ese Cristo al que le rezan y al que usan como argumento para tan reprochable comportamiento, no es un superhumano sentado en un trono celestial, legislador y gobernante, sino que camina entre los humildes, como un sencillo siervo comunitario.

En ese sentido, Jesús de Nazaret, en términos aristotélicos, más que un zoon politikon, un animal político, apegado a la norma, generador de sistemas de gobierno, un Rey-Sacerdote normativo, fue un zoon koinonikon, un animal comunitario preocupado por el vivir bien de todas y todos, un Profeta que denuncia los abusos del poder humano.

Jesús de Nazaret, según narran los Evangelios, siempre le rehuyó a la idea de instaurar un reino terrenal, de tomar las armas contra el Estado y más bien reconoció el pago de impuestos y la autoridad que tenían los gobernantes.

Jesús de Nazaret, según narran los textos escritos por sus discípulos, siempre plantó cara al abuso que hacían los sacerdotes de su época, apegados a la norma, al rito, más que a la misericordia, a la justicia y a la fe.

A ese Jesús de Nazaret poco o nada le prestan atención los pastores pentecostales que utilizan sus estructuras sociales y, a la feligresía, para hacerse elegir en el Senado a través de partidos políticos como el MIRA o Colombia Justa Libres, o los sacerdotes católicos que desde los púlpitos apoyan discursos guerreristas y opresores de partidos señoriales, totalitarios o populistas de derecha, como el Partido Conservador o el Centro Democrático.

La revolución pacifista del Cristo Profeta con su discurso en contra de la opresión de reyezuelos y dictadores despóticos, de sacerdotes extremadamente apegados a sistemas rituales poco humanizados y solidarios, es algo que esos pastores y sacerdotes colombianos olvidan, señalan y estigmatizan, acusando de herejes, humanistas o comunistas a aquellos cristianos que proclaman y promueven en la actualidad dicha revolución.

En síntesis, la puja por entender que Cristo no es un superhumano entronizado en los cielos, sino un sencillo animal cotidiano y por ende el ethos, el comportamiento que debo tener como su seguidor no es uno basado en una actitud soberbia hacia el otro, sino de empatía y de cooperación, será el dilema que debamos asumir en esa nueva normalidad poscuarentena, considerando esa identidad religiosa que decimos tener.

 

Posdata: Feliz puente de la Ascensión del Señor, a aquellos bogotanos que se volaron el toque de queda en Cundinamarca; ojalá no vayan contagiados a contagiar poblaciones como Nilo, Girardot o La Vega.

 

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Daniel Fernando Rincón
Zootecnista Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá. Candidato a Magíster en Producción Animal. Girardoteño. Protestante desde tiempos inmemorables. Luterano. A veces escribe en portales de opinión.