Columnista:
Mariana Muñoz
Una vez que como feministas nos damos cuenta de todas las relaciones de poder que atraviesan el género y la sexualidad, no hay marcha atrás. Empezamos a ver sexismo, desigualdad y patriarcado en la mayoría de nuestras interacciones con las diferentes personas y finalmente en instituciones sociales que han trascendido históricamente como en la familia y en entornos educativos como colegios y universidades.
Todo lo anterior me sucedió al construirme unas «gafas feministas» que me permitían (y muchas veces me obligaban) ver el mundo de una manera diferente, con una perspectiva feminista. La construcción de dichas gafas me ha traído mucha felicidad pero también muchos sinsabores. Reconocer la reproducción de violencias, desigualdades, jerarquías y subestimaciones en quienes amas, y librar batallas eternas con ellos, no es nada fácil; sin embargo, debo admitir que también me ha dado mucha fuerza y valentía para tomar la iniciativa en diferentes ámbitos sin sonrojarme del todo. Pienso en ello y también se me ocurre que no me hubiese podido crear estas «gafas feministas», que llevo a todas partes, sin haber dedicado una gran cantidad de tiempo, paciencia y chocolates a los textos y espacios de discusión sobre los feminismos.
Cuando leí a Bell Hooks, una activista feminista afroamericana que ha escrito múltiples libros sobre el amor, la pedagogía, los feminismos y sus teorías, me encantó la descripción que hacía sobre la constitución de los llamados grupos de conciencia feminista que se formaron antes de los 80’s en Estados Unidos. Estos grupos funcionaban como una serie de encuentros de mujeres en los que se politizaban todas las temáticas cotidianas con una perspectiva feminista; se pretendía construir un proyecto político feminista que partiera de grupos de base organizados donde las mujeres tuviesen la libertad de expresarse, donde se escuchara a todas y donde todas pudiesen sentir la llamada sororidad. Los grupos de conciencia servían al propósito de la formación feminista para mujeres de toda clase, racialización, nación y demás, pero también servían como espacios terapéuticos donde las mujeres podían escucharse unas a otras y desahogar toda la rabia e impotencia por las violencias que vivían en sus hogares, trabajos o en cualquier otro lugar.
Estos espacios se transformaron y murieron en gran medida, según Hooks, por la construcción y promoción de los grupos de estudios de género en las universidades, donde solo algunas mujeres privilegiadas podían tener acceso a los grupos de discusión. Además, el privilegio era cada vez mayor para las mujeres que accedían a investigar en uno de estos grupos de estudios de género en las universidades estadounidenses por las cada vez mayores exigencias en términos de títulos. Muchas mujeres tuvieron que esforzarse aún más para conseguir un doctorado y finalmente para poder formar parte o construir un grupo en aras de continuar su activismo político y el proyecto político de los feminismos. Sin embargo, lo que esto hizo fue cerrar la posibilidad de que los feminismos tuvieran resonancia en espacios no académicos y que, asimismo, todo aquello que se construyera dentro de las cuatro paredes de las universidades quedara encerrado allí y no tuviera circulación. Eso me cuestiona sobre mi propia formación como feminista y sobre los cambios que ha tenido mi pensamiento en los últimos años gracias a mi paso por la universidad.
Mucho antes de ingresar a la universidad, al inicio de mi adolescencia, yo ya me declaraba feminista y además atea, por lo que me encantaba compartir en mis redes sociales, en ese entonces precarias, información sobre las manifestaciones que hacían principalmente quienes pertenecían a Femen, incluyendo sus performances donde criticaban a la iglesia. También me fascinaba ver a las Pussy Riots gritando y transgrediéndolo todo, y así apoyaba a cualquier otro grupo o manifestación que fuese en contra de poderes institucionalizados, es decir, gobiernos, iglesias, nociones conservadoras sobre la familia, en fin, cualquier otro poder.
A pesar de esa consciencia en mi adolescencia del ejercicio de poder, que entre otras cosas estuvo muy influenciada por la música que escuchaba aunque no apuntara directamente al feminismo, yo no era muy consciente de las discusiones más polémicas, teóricas o académicas, sobre los feminismos, ni siquiera utilizaba el término “feminismos”, para mí todo era lo mismo, era el “feminismo”, en singular, como aquel movimiento social que buscaba eliminar el machismo. No estaba del todo equivocada. Sin embargo, cuando entré a la universidad otros mundos se abrieron para mí y comencé a darme cuenta de que la cosa no era tan simple sino que ya existían un montón de mujeres escribiendo y pensando sobre el proyecto político del feminismo y sobre cómo funcionaba la sociedad para poder transformarla.
Fue allí donde empecé a instruirme tanto con libros y artículos que buscaba en la biblioteca o en internet como a través de conversatorios, charlas, clases o seminarios sobre feminismos en la universidad. Muchos de los libros no los terminé, fueron también muchos eventos a los que decidí no asistir, pero siempre andaba buscando recomendaciones de mis profesoras feministas y proponiéndoles preguntas y discusiones para poder aclarar mis ideas al respecto. Y cuando me politicé muchísimo más, cuando decidí que me llamaba feminista y que no me importaba si para algunos esto no era tan chévere o si incomodaba en general, empecé a asistir a reuniones de mujeres feministas que no conocía para discutir todas sobre algún asunto en particular, reuniones similares a los grupos de conciencia que Bell Hooks mencionaba en uno de sus libros.
En estos espacios de reunión de mujeres fue definitivamente donde más sentí el poder de un montón de mujeres reunidas para hablar de lo importante: cómo construir un mundo diferente donde la desvalorización de lo femenino, las violencias de género y otros muchos temas, simplemente no existieran. Sentí también un nudo indescriptible en el estómago que seguramente se debía a la emoción de encontrar a otras que como yo, hemos vivido un montón de violencias pero también nos hemos plantado en las resistencias y en seguir trabajando por ya no tener que resistir sino simplemente poder vivir en sociedad. Esos espacios de reunión de mujeres eran además muy diversos de muchas maneras; había mujeres de diversos entornos con diversas identidades y diversos contextos que nutrían las conversaciones y nos permitían pensarnos muchas perspectivas de un mismo problema o variados problemas de variadas mujeres.
Sin embargo, estoy absolutamente segura de que nunca hubiese pensado en participar de esas reuniones feministas si no me hubiese formado en teorías e ideas feministas y si no hubiese tenido la oportunidad de tomar conciencia práctica mediante las herramientas que me ofrecía el estar en una universidad; un espacio al que muchos y muchas jóvenes desafortunadamente no pueden acceder y donde se hacen más visibles las desigualdades y los sistemas de opresión con base en la raza, la clase, las múltiples sexualidades, géneros e identidades, porque la mayoría de quienes accedemos a la educación universitaria privada pertenecemos, más o menos y con algunas excepciones, a un mismo grupo social.
Esto me recuerda a la historia que cuenta Hooks sobre ese paso de grupos de conciencia de masas, donde la riqueza del grupo consistía en la variedad y multiplicidad de experiencias y opresiones contra las cuales se lidiaba, a la construcción de grupos de estudios de género en las universidades donde solo accedían quienes podían pagar una educación universitaria o en el caso de los y las investigadoras, quienes tuvieran doctorado.
No estoy diciendo de ninguna forma que los grupos de estudios de género son malos de por sí, pues finalmente gracias a ellos me apasioné por los feminismos, sino más bien que me molesta lo cerrados y exclusivos que pueden ser porque pierden la posibilidad de nutrirse de ese montón de experiencias que viven mujeres diferentes y porque, asimismo, se terminan reservando todos los conocimientos que produjeron y todas las discusiones que se dieron en los mismos. Es decir, ni se acercan a la realidad social para coproducir conocimientos ni tampoco es posible, como dicen, «democratizar» los conocimientos producidos. Y este no es solo un problema de los grupos de estudios de género, es un problema de la estructura de la academia y el sistema perverso que gira en torno a publicaciones, revistas indexadas que nadie lee y extractivismo académico.
Me parece cuestionable también la obediencia de algunos y algunas académicas a ese sistema y las perspectivas que defienden, donde prefieren quedarse en sus torres de marfil creyendo que lo que escriben es demasiado sofisticado para las “personas del común”. Académicos con tan poco contacto con el mundo exterior que les cuesta entablar una conversación con quien no se ha acercado a sus estudios o que creen que todos y todas nacimos aprendidas e ignoran que tanto la formación académica como la formación feminista son procesos, como cualquier otro aprendizaje. No creo que se deba subestimar a quien no ha pasado por una universidad ni tampoco que se nos haga sentir menos feministas por no saber absolutamente todo aquello que tiene que ver con feminismos o por equivocarnos o cambiar de posición después de leer un libro.
Lo que sí creo es que más allá de tenerle miedo a la teoría o a libros de 500 páginas, le tengo miedo a que todos esos libros se queden olvidados en las bibliotecas de las universidades y que los únicos que los lean sean quienes los escribieron o los pocos y pocas que pudimos entrar a la universidad. La formación feminista debe ser un espacio seguro y abierto donde todas tengamos la posibilidad de aprender, discutir, intercambiar experiencias y saberes desde nuestro contexto; situadas. También creo que muchos de estos espacios deben ser mixtos y propender por el debate y la discusión en torno a violencias, estereotipos, valorizaciones y formas de sexismo que ejercen o padecen tanto hombres como mujeres, ya sean heterosexuales o de disidencias sexuales.
Por las posibilidades grandiosas que se construyen en los debates y discusiones sobre los feminismos es que creo que tanto esos grupos de estudios de género como aquellos espacios seguros de discusión feminista más informales deben funcionar como espacios de formación en prácticas y teorías feministas, para la construcción de un movimiento social feminista colombiano nutrido de saberes; pero también como espacios de discusión experiencial, donde podamos construir una complicidad feminista, aprender de las experiencias de otras y vivir el movimiento social.
La apertura y la masividad en ambos casos son importantes; no nos sirve mucho tener el fervor de querer cambiarlo todo si no nos formamos en todas aquellas propuestas diferentes que se han construido por feministas y que proponen giros de la sociedad hacia diferentes direcciones.
La academia que se construya en torno a los estudios de género y sexualidad debe abogar por salir a las calles. Todos esos conocimientos producidos sobre el funcionamiento de las relaciones de poder en el género y la sexualidad no se pueden quedar encerrados en las cuatro paredes de las universidades sino que se debe propender por un modelo de educación más abierto donde no tengamos que cambiar los grupos de conciencia por los grupos de estudio sino que ambos sean la misma cosa. Nos politizamos en colectivo y estudiamos juntas para cambiar el país, todo en simultáneo. Debemos abogar por no vaciar de contenido todos los asuntos sobre el género y la sexualidad; pero también debemos abogar por construir desde un espacio no exclusivo ni excluyente, donde las mujeres que quieran puedan participar y aprender así no hayan pasado por la universidad.
Los feminismos se ven muy bonitos en las universidades pero tienen que salir de allí y empezar a construir con las mujeres diversas que sí se encuentran en esas reuniones informales de mujeres y en el movimiento social de mujeres colombiano. Y nosotras, como feministas, debemos buscar formarnos en teorías y prácticas feministas para comenzar a transformar quiénes somos y, asimismo, transformar el movimiento social y llevarlo hacia alguna o algunas direcciones. No basta con que ciertos feminismos estén de moda si no sabemos de qué va todo el rollo o por lo menos una gran parte de él.
Si bien nuestras experiencias cotidianas y las intuiciones que tenemos sobre los feminismos son muy importantes, no puedo dejar de darle relevancia a la manera en que cambió mi vida leer o escuchar a autoras que me dejaban preguntas y respuestas sobre el género y la sexualidad. Por lo que más que ponerme las “gafas feministas”, prefiero construir mis propias gafas a la medida para leer o escuchar algo que alguien propone respecto a pensarnos una nueva forma de ser y de relacionarnos, comprender qué es todo eso que incomoda tanto cuando alguien menciona “feminismo” o “feminista” y ver cómo todo lo que esa persona dice lo puedo aplicar de una forma u otra a mi vida cotidiana y a mis relaciones sociales.
Construirme esas gafas ha sido un placer que no solo me ha generado felicidad sino que también me ha dado el coraje de querer ser otra, que es también ser más yo feminista, y de cambiar mis relaciones con las otras personas hacia un sentido específico. Le apuesto a nutrirme tanto en ideas como en acción colectiva para aportar a la construcción de ese sentido específico, que es el proyecto político feminista para la humanidad. Así que espero no dejar de dedicarle grandes cantidades de tiempo, paciencia y chocolates a los espacios de discusión sobre los feminismos y a esos textos y discusiones que han cambiado mi mundo, como aquel de Bell Hooks; y para despedirme, animo a todas las compañeras feministas a que nos pensemos espacios de formación y acción diversos, masivos y transformadores.