Columnista:
Elkin Giraldo
El pasado 3 de mayo se celebró el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Es una paradoja que justo en Colombia haya coincidido con la revelación de las interceptaciones ilegales a más de 30 periodistas que, por sus trabajos periodísticos, son señalados por no ser afines al gobierno. Esto no quiere decir que sean de oposición.
En Colombia, es impensado hablar de libertad de prensa cuando en los últimos años, según el informe anual elaborado por la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa), desde la firma del Acuerdo de Paz fueron amenazados 583 periodistas, muchos de ellos apartados del círculo poderoso del periodismo colombiano. Más bien pertenecen a las zonas rurales y alejadas de nuestro país, que tratan de destapar lo que ocultan los monopolios de comunicación.
En un riesgo se ha convertido no estar alineado con el Gobierno y con la mafia. La persecución a los periodistas es una clara señal que busca amedrentarnos. Por eso, ahora más que nunca, es indispensable reconocer a la comunicación como derecho humano.
Mientras el control de la información siga en pocas manos, es difícil que los ciudadanos tomen decisiones consecuentes para una transformación cultural; pues coincido con lo que afirma la doctora en Comunicación Cynthia Ottaviano en su libro Señal de ajuste: “En el caso de los medios de comunicación audiovisual, por ejemplo, intervienen las representaciones de subjetividades, las disputas por las construcciones del sentido”. Ejemplos nos sobran de la manipulación de la información y de las mentiras que hoy nos siguen debatiendo entre la guerra y la paz, entre la vida y la muerte.
Urge una nueva ley de medios como aquella que se propuso en Argentina, (Ley 26.522) en el año 2009, con las mejoras necesarias y adaptada al momento actual y a nuestro contexto, pero que puede servir de base. En resumidas cuentas, buscaba desconcentrar el poder de los grandes medios en el territorio nacional.
Es desafortunado que en nuestro país la pluralidad de voces sea opacada por el ruido de las balas y de los intereses económicos. Por eso, es necesario entender que la comunicación es un derecho y, como tal, debe ponerse en práctica. En un país democrático los distintos puntos de vista tendrían que tener espacio.
El Día Mundial de la Libertad de Prensa se conmemora desde el año 1993 y, como lo indica la Unesco, uno de los puntos clave de esta fecha es “recordar a los gobiernos la necesidad de respetar su compromiso con la libertad de prensa… También es un día de recuerdo para los periodistas que perdieron la vida en la búsqueda de una historia”.
En tiempos donde las noticias falsas traspasan fronteras, es un acto político la decisión de hacer llegar a los diferentes barrios, comunidades, sectores, información diversa, plural, pensada no solo como un modelo, sino aceptando la presencia de las diferentes posturas existentes.
Una libertad de prensa debería reconocer las más de 60 lenguas y los 104 pueblos originarios que habitan en el territorio nacional, reconocernos como negros, indígenas, mulatos, mestizos, reconocernos diversos y multiculturales.
Hablar de libertad de prensa es poder hablar, opinar, expresar, comunicar, informar es trasladar relatos propios y ajenos, es poder decir que en el mundo hay Gobiernos autoritarios que censuran la información para su conveniencia, mientras miles mueren desangrados. Es sentar posición sin temer a represalias por su postura política.
Para flamear la bandera de la libertad de prensa no solo basta reconocer esta labor por un día, tiene que ser una reivindicación constante, tal como lo indica la Declaración Universal de Derechos Humanos en su artículo 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Total, debe haber una ley que ampare la libertad de prensa.