Columnista:
Ancízar Villada Vergara
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, se ha robado la mirada de millones de personas en su país y, en toda América Latina, por las irreverentes acciones que lleva a cabo en el Gobierno y su exposición constante en redes sociales, para muchos, un ejemplo de lo que debería ser la “izquierda” latinoamericana, pero para otros, como yo, es el vivo ejemplo de cómo el poder a los inteligentes los vuelve tontos y a los tontos los vuelve locos.
Pero, antes de juzgar las acciones que ha tomado el joven mandatario estando al frente de la Presidencia de la Nación, es importante revisar los factores que lo llevaron al poder y, así, hacer una radiografía política de lo que hoy sucede en El Salvador.
El país centroamericano se caracteriza por tener, desde el siglo XX, antecedentes históricos de mucha violencia. Los Gobiernos de El Salvador, en el período desde 1931 hasta 1979, tuvieron como característica principal el autoritarismo militar, las guerras civiles, y las masacres a los pueblos indígenas.
En 1992 se llevó a cabo la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec, que puso fin a la guerra civil entre las Fuerzas Militares del Estado y la guerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Desde finales del siglo XX y, principios del siglo XXI, el partido conservador Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) tuvo el poder presidencial en sus manos hasta el año 2009.
Luego llegó el turno para el partido de oposición, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, ya como partido político tuvo la oportunidad de ejercer el poder ejecutivo con el Gobierno de Mauricio Funes (2009-2014) y el Gobierno del antecesor de Nayib Bukele, el expresidente Salvador Sánchez Cerén (2014-2019).
Lo curioso del caso Bukele es que el presidente “millenial”, como lo llaman algunos medios masivos de comunicación, hizo parte del partido izquierdista FMLN, y fue alcalde de la capital salvadoreña, la ciudad de San Salvador, en el período 2015-2018. Pero, el partido político que lo vio nacer, lo expulsó en el año 2017 por haber promovido “prácticas que generan división interna” y “fomento de conductas personalistas”; realizó “actos difamatorios, calumniosos e injuriosos que dañan la imagen y honor (sic) una persona miembro o militante»; “irrespetó los derechos humanos de las mujeres”; y violó, en general, “los Estatutos del Partido”.
El joven alcalde acató la decisión de su partido y decidió mostrarse como un político “independiente” a los partidos políticos tradicionales del país centroamericano. Con este impulso mediático, y al mismo tiempo con acusaciones de haber hecho pactos con los grupos delincuenciales de la capital para mostrar resultados en la lucha contra las pandillas, Bukele se lanza a la Presidencia como candidato “ni de derechas ni de izquierdas e independiente”, y con el apoyo del movimiento Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA) y obtiene la Presidencia con 479 991 votos.
El próximo mes el ‘dictadorzuelo millenial’ cumple un año en el poder, y su gestión ha estado llena de polémicas: la selfie que se tomó en el Consejo General de la ONU, llorar en público y ordenar a los militares a entrar en el Parlamento para que le aprueben el presupuesto, pedir un crédito de 400 millones de dólares al FMI, gobernar por Twitter y ejercer la política de mano dura en las cárceles de El Salvador con imágenes que nos recuerdan a los campos de concentración, son algunos de los “logros” de Bukele en su primer año como presidente “independiente”. Ahí les dejo esos “fierros”.
Todas las comunidades del mundo se “MERECEN LOS ACIERTOS Y DESACIERTOS” de quienes los eligen.
Quienquiera que haya escrito esta perspectiva del presidente Salvadoreño Bukele, sepa que lo ha hecho desde una perspective unilateral, sin tomar en cuenta los derechos y privilegios que la constitución Salvadoreña otorga a la oficina presidencial.