Columnista:
Alexánder Quiñones Moncaleano
Lo que está desnudando la pandemia son fundamentalmente dos cosas: primera, al neoliberalismo le importó menos que nada tener sistemas sanitarios robustos y fuertes; segunda, la salud no puede ser un negocio. Esto lo tienen claros varias naciones del mundo, pero en Colombia el asunto es a otro precio. Después de copiar el modelo chileno, este país hizo de la salud un negocio, a pesar de que es un derecho esencial.
Eso desnudó la pandemia, y nos demostró además, que el mundo fue y será una porquería. Todos salieron a sacar los dientes (bueno, casi todos), a aprovecharse de la situación. Hemos vistos gerentes de clínicas gritándoles a sus médicos que tienen filas para su remplazo, hemos visto a los abastecedores de alimentos sacando a miembros del personal de salud de sus negocios, a los taxistas discriminarlos por su uniforme, a las redes sociales echarles agua sucia por lo mismo. Cosa que ya han sufrido antes en situaciones similares.
Hoy el mundo en general, y Colombia en particular, está haciendo aguas su sistema sanitario. En nuestro país, el sistema de salud trabaja en muchas ocasiones con pagos atrasados y por órdenes de prestación de servicio (OPS). No solo los médicos generales sino también los especialistas viven esta situación, y también los enfermeros, fisioterapeutas, y qué decir del personal administrativo.
En este momento de crisis, el reto es inasumible, por muchos motivos. Y justamente lo que hace catastrófica la situación en la que estamos sumidos es la suma de todos estos factores.
Vemos renuncias masivas, renuncias individuales, médicos activistas en redes que hacen un llamado a la unión y la solidaridad de gremio. Vemos la falta de los elementos de bioseguridad que está viviendo el país, y el mundo en general; hay quienes piensan que si a Estados Unidos le pasa esto, por qué no le puede pasar a nuestro país.
Es evidente nuestra falta de preparación para afrontar la pandemia y mitigar los impactos de la COVID-19. Los acaparadores de los elementos de protección personal (EPP) llegaron a hacer su agosto sin que haya un control fuerte por parte del Estado. En mi indagación me encontré con la denuncia pública de Mónica Restrepo Moreno acerca del sobrecosto de los implementos para atender dicha enfermedad. Una mascarilla N95 3M, que antes de la contingencia costaba máximo 4 mil pesos, hoy no se encuentra por menos de 35 mil pesos. Ni hablar de las full face con filtro, que empezaron en 400 mil y hoy ya van en 900 mil.
De la situación se desprenden varios asuntos a considerar, de los cuales quiero resaltar dos. Primero, el poco control que de esto hacen los organismos de vigilancia del país; y segundo, la nula anticipación en la compra de dichos elementos para repartirlos entre los profesionales de la salud por cuenta del Gobierno Nacional. Como hemos visto por denuncias de parte del personal de la salud, no tienen a su disposición en sus instituciones los famosos EPP y les toca salir a comprarlos de su bolsillo. Son ellos mismos quienes han denunciado que esos elementos de bioseguridad están por las nubes, y que los hospitales y clínicas no los proveen de estos necesarios elementos, tanto para protegerse ellos como proteger a toda la sociedad. Un asunto delicado de salud pública.
Foucault, en su famoso ensayo El nacimiento de la clínica, habla del “mito de una profesión médica nacionalizada, organizada a la manera del clero, e investida, en el nivel de la salud y del cuerpo, de poderes parecidos a los que éste ejerce sobre las almas”. Es hora de que toda la sociedad y, sobre todo el gremio médico, exija que el sistema sanitario sea nacionalizado y vigilado con puño de hierro por el Estado, para que así pueda ser más eficiente. La salud es un derecho esencial: el sistema sanitario debe garantizar atención médica a todos y cada uno de sus ciudadanos, pero para que esto sea efectivo debe estar en manos del Ministerio Público, y no de los privados que lo ven como un negocio jugoso del cual pueden sacar el mejor provecho sin importar la dignidad del paciente.
Acá volvemos a Foucault: “La mirada del médico y la reflexión del filósofo detentan poderes análogos, porque presuponen ambas una estructura idéntica de objetividad, en la cual la totalidad del ser se agota en manifestaciones que son significante-significado”. Y la sociedad debe acompañar esta mirada para exigir, desde un movimiento político, que el sistema sanitario sea nacionalizado.
Las lecciones que debemos aprender del virus que dejó al desnudo los peligros del modelo actual son muchas, y se pueden abordar desde diferentes enfoques y resquicios. Acá enumero tres, que considero como las más relevantes:
1. De manera global, el modelo del neoliberalismo debe cambiar, como lo anunció Joseph E. Stiglitz: “Hoy la credibilidad de la fe neoliberal en la total desregulación de mercados como forma más segura de alcanzar la prosperidad compartida está en terapia intensiva, y por buenos motivos. La pérdida simultánea de confianza en el neoliberalismo y en la democracia no es coincidencia o mera correlación: el neoliberalismo lleva cuarenta años debilitando la democracia”.
2. De manera individual no nos queda otra alternativa que asociarnos como miembros de Estados-Nación para exigir que seamos respetados en medio de la desprotección en la que estamos, que quedó en evidencia con el SARS-CoV2. Ángel Luis Lara nos lo dijo de manera magistral en su ensayo Causalidad de la pandemia, cualidad de la catástrofe:
“En el curso de la pandemia, las autoridades políticas y científicas nos señalan a las personas como el agente más decisivo para detener el contagio. Nuestro confinamiento es entendido en estos días como el más vital ejercicio de ciudadanía. Sin embargo, necesitamos ser capaces de llevarlo más lejos. Si el encierro ha congelado la normalidad de nuestras inercias y nuestros automatismos, aprovechemos el tiempo detenido para preguntarnos acerca de ellos. No hay normalidad a la que regresar cuando aquello que habíamos normalizado ayer nos ha llevado a esto que hoy tenemos. El problema que enfrentamos no es sólo el capitalismo en sí, es también el capitalismo en mí. Ojalá el deseo de vivir nos haga capaces de la creatividad y la determinación para construir colectivamente el exorcismo que necesitamos. Eso, inevitablemente, nos toca a la gente común. Por la historia sabemos que los gobernantes y poderosos se afanarán en intentar lo contrario. No dejemos que nos enfrenten, nos enemisten o nos dividan. No permitamos que, amparados una vez más en el lenguaje de la crisis, nos impongan la restauración intacta de la estructura de la propia catástrofe. Pese a que aparentemente el confinamiento nos ha aislado a los unos de los otros, lo estamos viviendo juntos. También en eso el virus se muestra paradójico: nos sitúa en un plano de relativa igualdad. De algún modo, rescata de nuestra desmemoria el concepto de género humano y la noción de bien común. Tal vez los hilos éticos más valiosos con los que comenzar a tejer un modo de vida otro y otra sensibilidad”.
3. La tercera lección tiene que ver con el gremio médico, y para ello voy a utilizar una cita del filósofo francés Michel Foucault, que siempre estuvo del lado oprimido y que criticó al sistema y sus instituciones, estudiándolos desde adentro, con una marcada orientación marxista: “La primera tarea del médico es, por consiguiente, política: la lucha contra la enfermedad debe comenzar por una guerra contra los malos gobiernos: el hombre no estará total y definitivamente curado más que si primeramente es liberado”.