Columnista:
César Augusto Torres López
El estudio que publica el periódico La República sobre el estado de la confianza en Colombia y su comparativo internacional (LR La República, 2020) del programa de Alianzas para la Reconciliación de la Agencia de los Estados Unidos (Usaid) y Acdi-Voca, nos debe invitar a una profunda reflexión y al diseño de estrategias para revertir tal grado de desintegración de la legitimidad de las instituciones.
Esta gráfica, tomada del artículo citado, habla por sí e invita a que le demos el debate sobre el quehacer de los empresarios, líderes sociales, políticos, religiosos y militares.
Una lectura agregada daría otro nombre al estudio, la radiografía de la desconfianza en Colombia, ella se expresa así:
La línea roja demuestra la crisis y descomposición del tejido social y sus relaciones con las instituciones, ninguna de las relevantes de las que soportan la formación de nación tiene un valor significativo.
Causa preocupación es que la desconfianza en los empresarios, que significa también en sus compromisos y obligaciones económicas y sociales, tenga guarismos tan elevados (87,3%). Y ellos se lo han ganado en franca lid, unos pocos, sí, pero que al ser de liderazgo y de condicionamiento o referente comportamental desmoronan los principios de la ética, la solidaridad y la reciprocidad social. ¿Qué puede esperar uno cuando los escándalos de corrupción involucran a empresas que permean todo el tejido empresarial como los grupos financieros, los corredores de bolsa, a Ecopetrol y sus subsidiarias, a Electricaribe, a las EPS e IPS, a las que venden alimentación escolar, a las constructoras de obras civiles, y muchas más empresas que debieran ser líderes, no solo en la generación de riqueza, sino en la generación de referentes de conducta y comportamiento de responsabilidad social empresarial?
Fuente: La República, elaboración propia.
La tapa se encuentra en la desconfianza frente al Gobierno Nacional, pues el 90.9% de los colombianos desconfía de este. Tal nivel de desprestigio lo deja sin autoridad moral, sin credibilidad, es decir, sin legitimidad; volvió añicos los 10 millones de votos que lo eligieron, y, revertir tal imagen después de 17 meses de permanente deterioro por desgobierno, solo sería posible si de manera adulta, responsable y visionaria entiende que el diálogo con la sociedad, que le propusieron las marchas estudiantiles y movilizaciones campesinas, indígenas y sociales, no es un problema, sino su salvación, escucharlo, pactar y generar mecanismos de construcción de confianza con hechos cumplidos y con compromisos efectivos, eso el presidente Duque y sus ministros y equipos de asesores deberían entenderlo; seguir porfiando en el modelo del uribismo autoritario y de privilegios al gran capital y terratenientes ganaderos y palmicultores, de impunidad a la corrupción y de reparto de dádivas denominadas como mermelada, solo llevarán al descalabro total de la institucionalidad, que ya hace aguas desde hace un año y medio.
Ahora, en la más compleja crisis causada por la pandemia de la COVID-19, se le aparece al presidente la oportunidad de sanear mucho de los males creados en pago de compromisos con el poder empresarial-gremial, es hora de que, al amparo de la emergencia, se haga equidad y redistribución, con un decreto autorizado por el artículo 215 de la CPC, se puede eliminar todos los privilegios tributarios otorgados en la pasada reforma a los grandes capitales y patrimonios, es oportunidad de consolidar una agenda nacional de unidad para la reconstrucción de la sociedad, la economía y la ecología, es oportunidad de reconciliación y paz.
No se quedan atrás las responsabilidades de los gobernantes locales, pues sobre ellos recae también, por incapacidad o por mediocridad, o por corrupción, o todas a la vez, una creciente proporción de desconfianza del 89,4%, lo cual deja al conjunto de la institucionalidad desde lo local hasta lo nacional, al mundo empresarial, en un terreno de barbarie y caos que solo puede expresarse en disyuntiva: una que clama un nuevo liderazgo que se centre en los valores de la ética, equidad, justicia social, responsabilidad social empresarial y desarrollo sostenible, y otro que prohíja el descuadernamiento nacional, la anarquía y las violencias, dando vía libre al drama del asesinato selectivo y sistemático de líderes sociales, al descaro de la corrupción e ineficiencia de justicia en todos sus órdenes, (desde las Altas Cortes en entredicho por sus “carteles de la toga” y los hilos con el sistema judicial), hasta la Fiscalía con su fiscal anticorrupción extraditado por corrupción, y toda la institucionalidad inoperante dejando vencer términos de los grandes casos de corrupción, y el Congreso desvergonzado y de espalda a la sociedad (con dignísimas excepciones de la oposición).
Todo debe ser resumido en democracia o conflicto de violencia en todas las expresiones.
¿Qué pasa con los otros cuerpos de referencia? ¿Con el Ejército y las iglesias? No mucho mejor que las anteriores, el Ejército cuenta con el 62,5% de desprestigio y desconfianza; en tanto que las iglesias el 53%, es decir, que los garantes de la soberanía nacional, el honor nacional y la moral social, perdieron la credibilidad por parte de la sociedad.
Hechos bochornosos como el que el comandante del Ejército dé públicas condolencias a los amigos y familiares del peor de los criminales de la historia reciente del país, dejan al descubierto el tipo de moral que impulsa, el tipo de amigos que le propone a sus batallones, y lo que de ellos deriva. Es muy delicado el tema para que Duque se quede cayado y no le destituya ipso facto, pues esos ejemplos minan la confianza social.
Las iglesias que, derivaron en estructuras partidistas y poderosas máquinas de financiamiento de campañas y grandes acumuladores de predios urbanos y rurales, pierden adeptos en lo que fuera un país cristiano, y al momento más de la mitad de los colombianos se libera de filiaciones a religiones, lo cual no es ni malo ni bueno, es muestra de escepticismo y decepción. Las iglesias, con claras excepciones de la católica en defensa del proceso de paz, no aportan a la construcción de tejido social solidario, solo agrupan aportantes de dinero y bienes a intereses particulares.
Queda el último de los evaluados por la encuesta en análisis, el vecindario, el verdadero tejido social, fuente de solidaridad y cantera de reproducción de imaginarios (incluyo la escuela), la transformación arquitectónica de los barrios en las ciudades, la parcelación de fincas y su mutación a fincas de recreo en municipios próximos a ciudades y pueblos, el derribamiento de los espacios abiertos y su sustitución por rejas y grupos de vigilancia privada, en lugar de fortalecer el tejido social y el movimiento de juntas comunales, ha logrado disociar, separar y aislar a cada hogar con sus propios temores y angustias frente a la inseguridad, haciéndolos cada vez más vulnerables y más insolidarios, menos partícipes de la vida colectiva; es una consecuencia y causal a la vez, a menos capital social, menos participación social, menos democracia, menos confianza y fortalecimiento de las instituciones, es decir, destrucción de la estructura y esencia de toda la nación misma.
Nunca las instituciones y los empresarios habían acumulado tan mala reputación destruyendo su capital y minando el espacio de negocios, la inversión extranjera, las donaciones, como las que hace la entidad realizadora del estudio con más de 10 000 consultados. Es evidente quiénes son los responsables del estado de cosas, del modelo que colapsa irremediablemente. Es la actual clase “dirigente en lo político, empresarial y moral” todos a cual más, carecen de valores, pisotean la ética.
Urge cambiar de paradigma, no podemos permanecer ingenuos ante los cantos de sirena del Gobierno, los gremios de la producción y los medios de comunicación, que hablan de un supuesto respeto a unas instituciones en las cuales ya nadie cree, es necesario una nueva constitución de proyecto de nación, de sociedad y de Estado, no podemos seguir en el fallido modelo de fundamentalismo conservador de mercado caracterizado por privatizaciones y otorgamiento de todo tipo de privilegios a la concentración de la riqueza; urge un modelo basado en la ética, basado en la solidaridad, fundamentado en la lucha por la equidad y la igualdad de oportunidades.
Un Estado en donde el ciudadano agrupado tenga voz, sea parte de las decisiones, ejerza la democracia directa; en donde la riqueza social se usufructúa socialmente; en donde la riqueza individual no sea a costa del empobrecimiento de las masas. Defender la propiedad es un principio constitucional, pero lo es para todos hoy, no podemos tener la actitud indiferente frente a los desposeídos, a los desplazados, tres y medio millones de campesinos que lo perdieron todo a causa del conflicto armado, a la vez que un manojo de terratenientes se apropia de todas sus tierras, no podemos esperar que la gran población urbana esté pagando un arriendo llamado cuotas a un señor que tiene más del 30% del total del sector financiero; tenemos que pensar en un modelo donde el Estado regule, intervenga, garantice la progresividad tributaria, defienda los derechos y garantice el ejercicio de ellos; pero sobre todo, es urgente una legislación, unas Cortes, Fiscalía y organismos de control, que se depuren y que actúen en beneficio de la justicia, de la equidad y de la transparencia, que reconstruya, ante hechos, la confianza social en el Estado y sus instituciones.
Fotografía: cortesía de AFP.
INFORTUNADA OPORTUNIDAD …Colombia una nacion alienada cosechas perdidas en las cleptocracias mas desgarradoras de subdesarrollo insostenible extremos … tiene capital humano … tiene pasion … NO TIENE GUEVOS para revolcar todo su ilegitimo estado de poder … y NI la revolucion de los IGNORANTES(guerrillas narcoterroristas) … es dificil … el trabajo nos toca ALA CLASE MEDIA … EXTIRPAR EL MAL DESDE LA RAIZ …
Gracias por su comentario, a las ciudadanías nos toca asumir la construcción de un nuevo paradigma, fuera de los estrechos y fracasados parámetros de derecha que ha gobernado el país en su vida republicana, e izquierdas que ha hecho pinitos focalizados dedicados, cuando buenos, a administrar lo institucional sin cambiar lo de fondo, cuando malos, a facilitar y hacer parte de la corruptela
Excelente . Así es
Muy clara radiografìa de la realidad nacional. Lo que ocurre en Colombia dista mucho de lo que ès una verdadera democracia.
La confianza es la base o fundamento de cualquier pacto o acuerdo entre personas y/o organizaciones. Es evidente por los datos y el análisis correspondiente (el cual comparto plenamente), que nuestro país vive y siente una profunda crisis. La desconfianza, en instituciones, gobiernos, iglesias, entre vecinos y familias, son a su vez causa y efecto de la crisis. Se requiere un gran cambio para corregir el rumbo. Quien? o Quienes mejor? Como Hacerlo?
Dificiles preguntas querido Eduardo, reconstrucción del tejido social, cambio de paradigma de desarrollo y de sociedad, un cambio tan inimaginado que desde las derechas golpearían con todo y desde las izquierdas descalificarían igualmente.
restituir las relaciones de proximidad entre ciudadanos (desde acciones de juntas de acción comunal que transformen entornos físicos y culturales) ejerzan democracias directas y participantes, hasta actuar en las juntas de planeación local y en la discución del Plan de Desarrollo, son acciones de hoy y con efectos de corto y mediano plazo, pero ¿orientadas a que? sostenibilidad ambiental, inclusión en múltiples niveles a los grupos vulnerables, equidad de género y de etnias, de orígen y nacimiento, restricción y tributación progresiva al patrimonio, y un largo etc.
Abrazos
Sería bueno hacerle llegar este estudio a todos y cada uno de los gobernantes de orden nacional y departamental del país para que de una vez por todas tomen conciencia que la corrupcion y el interés personal esta llevando al país a una crisis de la cual no nos salvará nadie que realmente piensen una sola vez en su vida que el pueblo los eligió para que trabaje por un bien común y no personal
Gracias profesor Daza, así es, esperamos que millones de colombianos