Columnista:
Carlos Mauricio Arévalo Amaya
En el prólogo, llamado Visión y Dicción, que hace Darío Villanueva, exdirector de la Real Academia Española, para la edición conmemorativa de la fecha de publicación de Don Quijote de la Mancha, IV centenario, Villanueva habla del manejo narrativo que tiene la obra. Hace un desarrollo impecable de cómo funciona el lenguaje performativo y la verdad poética en el libro. Esto se da por distintos factores, desde el dialogismo (un concepto de Bajtín, que no se debe confundir con dialógica) que se maneja en la obra, hasta las expresiones o jergas que usan los personajes para comunicarse.
En una parte del prólogo, Villanueva hace hincapié de un «plano y contraplano auditivo» que se maneja en la obra. Y recuerda que las palabras más recurrentes del Quijote no son otras que «dijo y respondió», como lo anota José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote. Y aquí me voy a detener un momento: aparte de que esta pequeña explicación puede ser tomada como un pequeño atisbo de la importancia de leer un buen prólogo antes del relato, también se han tocado conceptos de poco manejo popular.
Dicho de otra manera, este estudio literario se centra, o mejor dicho, aborda, ya que en el prólogo se tratan muchos temas, la importancia de algo llamado verdad poética y de un lenguaje performativo.
El primer concepto es manejado en el prólogo como el resultado que logra Cervantes en crear experiencias o emociones reales en el lector a partir de un relato ficticio, que quiere mostrarse lo más verosímil posible; añadiendo textos apócrifos sobre el mismo Quijote dentro de la obra. Esto lo entenderá mejor un lector ya de la obra.
Cervantes maneja una narración sumamente compleja, ya que la primera parte del Quijote se terminó de escribir en 1605 y, las demás, en 1615, diez años donde se agregaron hasta autores ficticios de la obra, para darle esa sensación de que él efectivamente existió.
En el libro hay personajes que ya han leído sobre el Caballero de la Triste Figura por ejemplo y, por ello, quieren tratar con él, a pesar de su poca lucidez.
Entonces, el lenguaje parece netamente descriptivo, donde se relatan o registran hechos. Pero todo al ser una invención de Cervantes, es un lenguaje performativo, o un acto del habla. Es decir, es un texto que crea una historia verosímil.
Copi y Cohen, en su Introducción a la Lógica, diferencian bien las funciones del lenguaje con ejemplos sumamente claros. Digamos, lo que estoy haciendo en estos momentos es hacer uso de un lenguaje descriptivo informativo: yo les estoy diciendo algo que ya pasó, pero porque yo lo diga, no significa que lo estoy haciendo o creando yo. Es como cuando uno describe el mar, por el simple hecho de hacerlo, no significa que yo esté creando el mar.
El lenguaje performativo, o realizativo, sí constituye el acto en sí. Cuando yo digo: le prometo respetarle, en el momento que digo dicha oración, estoy haciendo una promesa; es un acto que se hace al decirlo. Por lo tanto, es un uso performativo del lenguaje lo que maneja Cervantes, al crear el Quijote con un relato.
Ya que no describe sucesos que en verdad pasaron, y su intención es lejana a ocultar la verdad. Su propósito es que el lector evoque ciertas emociones al leer. No sería correcto decir, en estos términos del uso del lenguaje performativo que el Quijote es una mentira o una verdad. Ya que esas son características del lenguaje informativo, y no del que usa Cervantes.
Sobre el dialogismo, concepto que Villanueva toma explícitamente de Bajtín, hablaré más adelante. El Quijote, para alcanzar la verosimilitud, esa verdad poética que quiere, recurre al oído. Ya que, como toma Villanueva de McLuhan, en La Galaxia de Gutenberg, el oído ha tenido un sitio privilegiado en la hora de conocer el mundo, antes de que se civilizaran las sociedades. Ya que antes todo era tradición oral, sin el alfabeto fonético, no había otra forma de transmisión del conocimiento.
Fue después de la invención del alfabeto, que el ojo reemplazó al oído. Y este proceso se aceleró, casi que se posibilitó para toda la sociedad, con la imprenta de Gutenberg. Pero dicha imprenta estaba recién creada en la época de Cervantes. No era lo habitual leer en su época (y para ser honestos, en la nuestra tampoco).
Esto se palma en el siguiente pasaje del Quijote, donde se muestra que el oído precede a la visión (la negrilla es mía):
… al subir de una loma, oyó un gran rumor de atambores, de trompetas y arcabuces. Al principio pensó que algún tercio de soldados pasaba por aquella parte, y por verlos picó a Rocinante [el caballo del Quijote] y subió la loma arriba; y cuando estuvo en la cumbre, vio al pie de ella, a su parecer, más de docientos hombres armados de diferentes suertes de armas, como si dijésemos lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y algunos arcabuces y muchas rodelas. Bajó del recuesto y acercose al escuadrón tanto, que distintamente vio las banderas, juzgó de las colores y notó las empresas que en ellas traían…
Podemos ver en gran número de pasajes que el oído siempre sirve antes que el ojo para poder describir el mundo natural organizado que rodea al Quijote y Sancho. También cómo, al ser el oído solo capaz de dar cierta información al sujeto, se presta para malos entendidos y situaciones cómicas entre los personajes.
Mi intención no es probar este punto y poblar de pasajes este escrito, así que solo daré un ejemplo más que ejemplifica el problema de que la audición preceda a la visión:
Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas de esta noche, su extraño silencio, el sordo y confuso estruendo de estos árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y derrumba desde los altos montes de la Luna, y aquel incesable golpear que nos hiere y lastima los oídos, las cuales cosas todas juntas y cada una por sí son bastantes a infundir miedo, temor, y espanto en el pecho del mismo Marte, cuanto más en aquel no está acostumbrado a semejantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazón reviente en el pecho con el deseo que tiene de acometer esta aventura por más dificultosa que se muestra.
Aquí se pinta un bosque tenebroso. Un bosque que solo asusta por los sonidos que hay, no por que haya un peligro real. Solo hay que ver, se habla de agua y árboles, pero aún así se usan palabras como confuso, miedo, temor y espanto. Es el problema del rumor, por así llamarlo. Claro, en el Quijote, también existen situaciones en las que el Quijote usa su olfato y visión a la par que su audición, para tener un conocimiento más detallado de su realidad.
El problema radica de que por sí el Caballero de la Triste Figura no posee gran lucidez, es decir, la capacidad de separar lo real de lo imaginario. Y este problema del rumor tiene un gran paralelo cinematográfico, un film llamado La estrategia del caracol, donde se cuenta cómo en Colombia se «murió» un pueblo. Hay una parte donde uno de los personajes tiene un monólogo, donde cuenta el porqué murió ese pueblo y el porqué no le gusta el destino.
En dicho monólogo, el personaje habla con un lenguaje característico de una persona que conoce ciertas realidades de los pueblos apartados de Colombia, y temas de las grandes ciudades. Ese lenguaje, o jerga, es sumamente atractivo a la hora de escuchar al personaje que hace de cuentero, o locutor profesional (no por azar el actor de dicho personaje es locutor de deportes) en su forma de decir las cosas, de hacer uso de un lenguaje informativo dentro de la ficción del filme.
Bajtín señala que hay algo particular que se desarrolla en el Quijote: el dialogismo, que es «el diálogo de lenguajes». Es decir, no es un diálogo entre personajes, sino del lenguaje con el mundo que le rodea, a la hora de describirlo o entenderlo.
El Quijote, al igual que el pintoresco personaje de La estrategia del caracol, usa palabras muy específicas para describir su realidad. El Quijote imagina todo como una gran empresa o aventura, desde su primera interpretación al personaje Dulcinea hasta cómo pinta el bosque del pasaje anterior, donde habla de deseo de aventura.
En el monólogo de la obra colombiana, se habla de cómo Santa Sofía del Darién era próspera, y acto seguido se habla de que tenía el mejor café del país. Sin una relación explícita entre prosperidad y café entre las oraciones, se llega a la conjetura de que el café es visto como causa de prosperidad.
Es un ensanchamiento de lo que le llaman una relación socio-lingüística, donde esa relación se da por unos hechos específicos, y se ven plasmados en el discurso que manejamos, sin necesidad de explicarlos.
Es impresionante ver cómo estos elementos del Quijote se pueden apreciar en películas o largometrajes tan contemporáneos. Cabría preguntarse hasta qué punto nosotros hicimos como sociedad esa ruptura del «significado semántico y el código visual», es decir, del significado literal de las palabras que escuchamos y la decodificación que hacemos de estas en lecturas como la aquí presente.
Es como la idea del destino que se maneja en el monólogo: se toma como un relato irrevocable dicho por alguien distinto. Se cree lo que se oyó de manera tal que exalta nuestro entendimiento, y no dudamos de él. Es como ese ejercicio que hace Descartes de dudar, en Meditaciones metafísicas, de su propio entendimiento, al dudar de su propia existencia, de lo que para él es lo más certero.
En los primeros capítulos no se dice «Pienso, luego existo». Porque ese luego es evidencia de un ejercicio del entendimiento, donde se hace una deducción de una premisa anterior. El genio maligno del que teme Descartes pudo haber exaltado su entendimiento al punto tal de engañarlo en ese ejercicio lógico. Por lo tanto Descarte escribe: «Yo soy, yo existo», antes de conocer la naturaleza de lo que él llama alma, que después dirá que es el pensamiento.
Dice «yo soy, yo existo» como una relación de dependencia necesaria, no como una deducción lógica del entendimiento. Este ejercicio lo hace en la segunda meditación a propósito de su objetivo de la primera meditación de suspender el juicio, el cual es un acto del entendimiento.
¿Cuántos tenemos la capacidad analítica de separar a tal punto las palabras que usamos en nuestros discursos diarios? Es más, ¿cuántos tenemos el tiempo de hacer este ejercicio?
Me causó gracia un comentario que hizo mi abuela a la explicación que daba Villanueva sobre el método de narración de Cervantes. Lo llamó un gran teléfono roto, donde cada cual intenta entender la realidad con lo poco que oyó de un relato.
Como diría Gustavo Calle Isaza «El Paisa», locutor del monólogo citado, «y por eso no me gusta el destino, señorita». Porque más que una verdad, es un rezago que lleva señalándose desde 1605. Un rumor capaz de matar a un pueblo.
Ilustración de don Quijote | cortesía de Olalla Ruiz, ilustradora