Columnista: Daniel Fernando Rincón
“Gente buena dañando gente buena”.
Esta frase, la escuché hace algún tiempo en referencia a las masacres realizadas en el marco de las guerras de religión que dominaron a Europa hace aproximadamente 450 años, donde católicos romanos mataban a protestantes calvinistas y a luteranos, donde protestantes calvinistas condenaban a muerte a arminianos, a menonitas, a católicos… en síntesis, cristianos contra cristianos…
¿Qué tan bueno puede ser ordenar asesinar a otras personas, con quien se tiene diferencias religiosas/políticas? ¿Se podría catalogar como “gente buena” a aquellos oficiales que ordenaban matar niños, ancianos, gente discapacitada, jóvenes, para inflar cifras en una guerra contrainsurgente que estaban perdiendo? ¿Se llamaría “gente buena” a aquellos que siguiendo órdenes superiores, espiaban (y espían) de manera delincuencial a opositores de la facción política en el Gobierno?
En Colombia, mayoritariamente hemos sido bautizados en nuestra infancia en el rito romano; así, nominalmente la inmensa mayoría de las y los colombianos somos parte de la Iglesia Católica Romana; la inmensa mayoría somos cristianos.
Tanto guerrilleros, sicarios, paramilitares y soldados, como suboficiales, oficiales y jefes delincuenciales, todos le rezan al mismo “Dios de los Ejércitos” y le piden que los proteja en sus acciones.
Ahora bien, todos en nuestras escuelas primarias en las clases de Religión, que más que clases, era un adoctrinamiento católico romano, nos hacían recitar de memoria los “Diez Mandamientos de la Ley de Dios”, que muchos ultramontanos querían y quieren imponer como ley y norma moral, sin embargo, pareciera que más que criterio moral, era una forma de empezar a hacer lo malo.
Todos hemos oído el “no mentir”, sin embargo, la mentira es una práctica cotidiana a tal punto que se prefiere atacar a aquel que dice la verdad, sean políticos, sean familiares, sean magistrados de las Cortes, sean amigos, sean testigos en casos claves, sea la propia Jurisdicción Especial de Paz. Preferimos vivir en los hoyos de las mentiras que exponernos ante la luz de la verdad.
Todos hemos oído el “no codiciar”, sin embargo, muchos políticos llegan al Gobierno no para servir, sino para servirse del erario público, alimentando su ego; se ha oído sobre el “no robar”, sin embargo, somos uno de los países más desiguales del continente y, al parecer, el más corrupto del mundo.
Todos hemos oído el “no matar”, y muchas veces preferimos ver muertos a nuestros parientes, a nuestros familiares, a nuestros enemigos, a nuestros propios padres ancianos, erradicándolos de nuestras vidas, que lidiar con su presencia, con sus diferencias, con sus manías; tal vez por eso es que se ve como algo normal la muerte de líderes sociales en medio de un posacuerdo, sin importar que ello nos convierta en el país que más muertes de civiles tiene con ocasión de un conflicto político armado, sin una declaratoria formal de guerra.
El muerto al hoyo y el vivo al baile…
En definitiva, somos malos, porque robar, matar y destruir, que es lo que hacemos y en lo que algunas veces nos regodeamos y que es lo que permitimos hacer a otros, y que no denunciamos, no es de personas buenas, no es de gente buena.
Ante la maldad que nos rodea, no faltara por una parte, quien la justifique pretendiendo excusar los malos actos, propios y ajenos, bajo la lógica que “el ser humano nace bueno y la sociedad lo corrompe” y que “el vivo vive del bobo”, y por la otra, quien la condene, argumentando que “el que la hace, la paga”, justificando incluso las muertes de algunos, porque “no estarían cosechado café”.
En cierta medida, ambas posiciones tienen razón
De acuerdo con Lutero, todas y todos somos “simul iustus et peccator”; todas y todos somos “al mismo tiempo justos y pecadores”, lo que aunque en esencia ratifica la idea de la bondad natural de las personas, ratifica también que la maldad nos domina a la par de aquella.
Técnicamente, como lo afirma la frase inicial, todas y todos somos gente buena que siempre quiere hacer el bien, lo bueno, lo correcto, lo sano, lo justo, sin embargo, el énfasis excesivo en la demostración de la bondad personal evidenciada en los recientes y ya hasta cotidianos “sigámonos los buenos”, o en el “los buenos somos más”, lo que hace es enmascarar la maldad que todos tenemos, maldad que nos lleva a atacar al otro, a hacerle la trampa al otro, a mentirle al otro, a matar la diferencia, a girar la cabeza para no ver la maldad de los demás y no denunciarla.
Empieza un nuevo año y ojalá podamos asumir en los meses que vienen que a pesar de que deseemos hacer lo bueno, lo que en realidad hacemos es todo lo contrario. Ojalá aceptemos que cometemos errores y seamos capaces de asumir las consecuencias de los mismos. Ojalá, podamos empezar a vivir en paz, con nosotros mismos.
Ilustración de Snidely Whiplash, by Jay Ward.
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