Columnista: Hernando Bonilla Gómez
Tengo un hijo de 23 años que está culminando su carrera profesional en una universidad de Bogotá. Es una persona muy inquieta intelectualmente y preocupada por la situación del país. Le gusta enterarse de los sucesos cotidianos, sobre todo los de carácter político. El pasado 21 de noviembre en la noche, el día del inicio del Paro Nacional, me escribió por el chat preguntándome mi opinión sobre la propuesta ciudadana de continuar la protesta, manifestándome que era inconcebible que ese “bobo” (se refería al subpresidente), defendiera solamente los intereses de un pequeño grupo privilegiado del país.
Me sorprendió gratamente su demoledora conclusión sobre la forma de gobernar de Iván Duque: defendiendo los intereses de unos pocos, así diga que es el presidente de todos los colombianos, la que se acompasa con el malestar de la gran mayoría de la población que salió a marchar, sigue marchando y seguirá marchando en el 2020.
Mi hija, la que sigue al mayor, que literalmente tiene 10 abriles (nació en ese mes del año 2009), es una niña muy emocional o altamente sensible, lo que la hace bastante empática, intuitiva y creativa. Se divierte mucho con las caricaturas de Matador que exageran ciertos rasgos del presidente y le causa mucha gracia aquellas en las que aparece con unicornios o enanitos. Concluye, acertadamente, que lo que pretende representar su creador es que el primer mandatario vive en un mundo de fantasía. Contundente deducción que hace a su edad.
La chiquitina de la casa, mi última hija de tan solo 2 años, tiene varios libros infantiles pero le fascinan El patito feo, cuento escrito por Hans Christian Andersen, y El Jardín de las Ilusiones, del escritor colombiano Jairo Aníbal Niño.
El patito feo es una obra que contiene enseñanzas de inclusión y aceptación de la diferencia: ser diferente no tiene nada de malo. Una historia que deberían leer o volver a leer muchos en épocas de nacionalismos, discriminación, xenofobia, racismo, oposición a la inmigración, privilegios, odios y venganzas.
En El Jardín de las Ilusiones se narra la historia de Sebastián, un niño que quiere ser mago de profesión por todos los sucesos extraordinarios que puede realizar como ilusionista, a diferencia de otras profesiones también maravillosas, pero no tanto, como las de bombero, corredor de bicicletas, mecánico de sueños, inventor de chocolates y encontrador (no buscador) de tesoros, pues según el autor, con toda razón, es mejor encontrarlos que buscarlos.
Luego de contarles esta pequeña historia familiar, en plena época de fiestas de navidad y año nuevo, y luego de enterarme del lamentable hallazgo de una fosa común en Dabeiba (Antioquia), así como de muchas otras en el resto del país, relacionadas con los mal llamados falsos positivos y las víctimas de desaparición forzada, por investigaciones que viene adelantando la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP); y saberse que tanto la rama ejecutiva como la legislativa hicieron oídos sordos a las justas reclamaciones de la sociedad, aprobando, esta última, a media noche y a espaldas de la ciudadanía la trillada reforma tributaria: prefiero quedarme en el jardín de las ilusiones.
Prefiero quedarme en el mundo mágico e imaginario de los inocentes niños y entender más de esas profesiones que tanto le gustan a Sebastián. Descansar de la tragicomedia nacional y releerle El patito feo a la chiquitina todas las veces que quiera, en presencia de la fan de Matador, para que nunca se les olvide el valor de la tolerancia y lo importante que es aceptar la diferencia.
En ese orden de ideas, este fin de año hagan como yo, dedíquense a sus familias o compartan con sus amigos o allegados. A pesar de haber aumentado la polarización y no cumplirse eso que el presidente llamó el pacto por la unión y que muchos, la gran mayoría, nos veremos afectados por la clavada que nos pegaron, a última hora, otra vez con la Ley de Crecimiento Económico (entiéndase reforma tributaria), les deseo una feliz navidad y un próspero año nuevo.
Foto cortesía de: Revista Semana