Columnista: Iván Darío Prada Serrano
El Gobierno de Iván Duque ha resultado más aterrador de lo que hubiera podido imaginarse. Incluso, muchos de sus copartidarios del Centro Democrático —los más radicales— tienen pesadillas irreparablemente con quien, se supone, les llevaría nuevamente a esa especie de gloria fascista que bajó a la Tierra y se apoderó de Colombia desde comienzos de la primera década de los 2000; por el contrario, hoy el ocaso empieza a revelarse para aquella fuerza que creyó haberlo conquistado todo.
Durante el colegio siempre quiso ser el número uno, cosa que no cambiaría estando en la presidencia, incluso si de memes se tratara. El presidente de Colombia (aunque ya quisiera él, fuera Polombia, ese país imaginario que tenía en su mente, en donde la promesa de viajes y fotos desentendidas serían la realidad) se ha esforzado tanto, que poco a poco se diluyó la cortina de humo de Maduro. ¿Para qué el presidente de Venezuela?, cuando el de nosotros nos comparte —tristemente— la incapacidad de ser gobierno
Es que yo hasta puedo imaginar la cara del gamonal Uribe a diario leyendo los titulares, incluso hasta represento en mi mente las ‘vaciadotas’ que debe pegarle por teléfono.
El sufrimiento de Uribe con Duque en el poder viene a cuentagotas y él no puede hacer nada, ya no pudo. Y debe ser durover cómo ese proyecto que se montó a las malas, con falsos positivos y compra de congresistas a bordo para cambiar la Constitución, cae como avión en picada.
¿Podrá Iván Duque hacer un banquete de celebración con su gabinete, cuando las regiones están siendo azotadas por la violencia?, cuando los altos índices de desempleo en el país desmantelan el parapeto: crece la economía… ¿pero de los poderosos?, ¿la alarma de su despertador es el cacerolazo de millones de colombianos en las calles en medio del Paro Nacional? Yo creo que sí, al fin y al cabo en su casi año y medio de aprendizaje, su soberbia ha sido la consejera.
Pero no solo la soberbia es consejera, el desprecio por una Colombia compleja que no entiende, también le habla al oído. Por eso militariza las calles y envía a sus agentes a acribillar la protesta social. Seguramente se mira al espejo y habla consigo mismo: “la oposición quiere incendiar el país. Estoy haciendo las cosas bien, ¿cuánto falta para terminar mi mandato?”
Yo ya perdí esa esperanza que algún día tuve: que Duque se desmarcara de Uribe, que sacara adelante una agenda propia, que trazara su camino en la historia de Colombia. Sobre todo, porque estamos en tiempos de cambio.
Lo pensaba porque una nueva generación se ha levantado: de niños que protestan en sus conjuntos residenciales, de cacerolas que retumban desde altos edificios, de gente que se encuentra en las calles por dignidad y justicia social, de artistas y profesionales que se revelan ante el silencio cómplice.
Pero no, el presidente más joven es el más impopular, y Colombia se desploma con él. Aparentemente Duque quiere jubilar su carrera política en este cargo, y ya no parece pronto para decirlo. Su gabinete no le da una sola victoria, ni siquiera el consuelo de enviar correctamente una carta protocolaria al Papa.
Pero, si estamos ante una inmolación pública que pretende cargarse la viabilidad social del país, que sea el Paro Nacional ese despertar del letargo, que sea el antiexplosivo, que sea la inteligencia, que sea cualquier otra fórmula que no conozcamos, pero que sea algo para que podamos ser con él; y así, tal vez, poder juntos sobrevivir a este horror improvisado.
Es palmario: a Colombia la gobierna un bufon.