Columnista: Gustavo Adolfo Carreño
¿Qué es el vallenato? Poetas, compositores y cantores de este bello folclor nativo del caribe colombiano escrituraron sus respuestas en versos plasmados en canciones impregnadas en los más profundo del ser caribe. Sin ánimo de pontificar, la música de acordeones es un sentimiento, un pregón, un canto noble, campesino, expresión primigenia de un pueblo trabajador que, al compás de un acordeón (presencia europea), caja (presencia negra) y guacharaca (presencia indígena) canta y dice lo que vive, siente y anhela.
Un sentimiento trietnizado naciente de lo más profundo del alma para convertirse en arte, cultura e identidad múltiple de toda una región, por ello se habla de música de acordeón en sentido lato, para superar las fronteras geográficas al interior de las comarcas interioranas del caribe norte colombiano. Ciertamente, Cien años soledad, obra cumbre de nuestro único premio nobel de literatura Gabriel García Márquez, es un canto vallenato de 350 páginas.
Desde el punto de vista temático y narrativo en sus canciones se pueden identificar claramente algunas matrices, por ejemplo, existen los cantos costumbristas, tradicionales, de juglares, crónicas narradas del diario acontecer de pueblos, provincias, y veredas; en cierto modo son historias orales musicalizadas. Allí encajan Rafael Escalona, Tobías Pumarejo, Alejandro Duran y Adolfo Pacheco, entre otras luminarias.
Los cantos románticos o liricos son otra vertiente, producciones muchos más depuradas y estructuradas con la métrica del idioma español, dignos representantes son Gustavo Gutiérrez, Freddy Molina, Fernando Meneses, Roberto Calderón o Rosendo Romero, por citar figuras dentro de un largo etcétera.
Encontramos también cultores que han explorado nuevos caminos para posicionar los ritmos del folclor de acordeón, combinando o fusionando con nuevos instrumentos y otros ritmos, amalgama para atraer nuevas generaciones a los cantos tradicionales o clásicos, son como una especie de revolución musical a maneras de nuevas oleadas, por ejemplo Alfredo Gutiérrez, Aníbal Velásquez, Lizandro Meza, Calixto Ochoa, Carlos Vives, Kaleth Morales o Silvestre Dangond, son algunas de sus figuras representativas.
La última y menos conocida expresión musical es el vallenato protesta, una especie de “nueva trova” dentro del folclor de la música de acordeón, en un principio fueron cantos de denuncia e indignación frente a los atropellos del poder y su establecimiento.
Cómo no exaltar las canciones de Hernando Marín Lacouture (La dama Guajira, Los maestros, La ley del embudo); Santander Durán Escalona tiene canciones insignes como Las Bananeras, dedicada a esa triste masacre y Lamento Arhuaco; Daniel celedón Orsini es el creador de canciones como La próxima guerra, La lavandera y Mujer marchita.
La música con puño en lo alto tiene una figura emblemática dentro del folclor de acordeones, se trata del monteriano Máximo Jimenez Hernández, con la canción mejor conocida como el Indio Sinuano, una denuncia con letra de David Sánchez Juliao, musicalizada por Jiménez Hernández, en su momento testigo del maltrato, usurpación, expolio y desplazamiento del campesinado de su vasta región, develaba y anunciaba en su momento el “modelo uberricida” de concentración de la tierra, despojo, exterminio y abandono del campesino colombiano.
Por esta razón fue acosado, perseguido, varios de sus familiares asesinados y desaparecidos, viéndose obligado a salir del país en calidad de exiliado, animador de los mítines y tomas campesinas de las décadas de los años sesenta y setentas, a través de la Asociación de Usuarios Campesinos, de la cual fue miembro.
Contrario a los anteriores cultores del género protesta que solo llegaron a la denuncia, Máximo Jiménez instó, promovió y se comprometió con las luchas campesinas, sindicales, estudiantiles y sociales, su bandera fue la reforma agraria para el campesino y el cambio social.
De modo anecdótico, Máximo Jiménez narra que por las letras de sus canciones (propias y de otros autores) fue vetado por las casas disqueras (solo alcanzó a grabar tres discos), las presentaciones en las casetas de los pueblos eran boicoteadas por las autoridades, los empresarios no le pagaban los conciertos, los discos que los campesinos compraban y ponían a sonar en sus radiolas eran destruidos por el Ejército y la Policía.
Aunque, a pesar de aquella persecución, canciones como El Indio Sinuano quedaron inmortalizadas para siempre, la consigna “esta tierra es mi tierra y este cielo es mi cielo” correspondería hoy a “el pueblo se respeta carajo”.
Por aquellos tiempos Máximo Jiménez debió ser un gran ejecutante del instrumento rizado, en varias ocasiones se presentó en el Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar, “templo” de la música de acordeones en Colombia. Lo hizo en categoría rey vallenato profesional (1976, 1977 y 1979) y canción inédita (1974). Testimonia llegar a ser finalista en la versión del año 1976, en la que resultó ganador Nafer Durán, hermano del primer rey profesional Alejandro Durán, el Negro Grande del acordeón.Como mínimo debió quedar cuarto, sin embargo en el veredicto final solo mencionan los tres primeros. Era una represalia de los organizadores del concurso, en cabeza de Consuelo Araujo Noguera La cacica. En versión del año 1977 nuevamente se presentó al festival, cantó tres canciones vociferantes de protesta y malestares sociales: El burro leñero, Productores de algodón y Usted, señor presidente:
“¿Usted señor presidente, sí está de acuerdo
que acaben los campesinos de su nación?…
es un esfuerzo que están haciendo
para no morir de hambre con su opresión.
Y manda su gente armada sin corazón,
para que vean correr la sangre de un hombre bueno.
¿Usted sí se ha dado cuenta cómo es que viven?
Y lo que manda es miseria para esa gente,
eso es lo que hace usted señor presidente,
y así les quita lo poco que ellos consiguen.
Usted apoya un corbatudo terrateniente
el enemigo inmediato que los persigue.
Las tierras están en montaña y nada están produciendo, (Bis)
cuando ya están cultivadas, entonces aparece un dueño”.
Esta canción es de la autoría del compositor Andrés Beleño, describe duras e infames realidades. En el público, escuchándola, estaba nada más y nada menos que el presidente Alfonso López Michelsen (1974-1978), uno de los fundadores del Festival de la Leyenda Vallenata, de manera que era toda una osadía denunciar en tarima el mundo terrateniente, violento y hegemónico de élites locales entrocadas con el poder nacional.
Como ayer, hoy Colombia comprendía todo y a la vez nada, en nosotros ser libres es más difícil que no serlo. Así como el reclamo, una constante en medio de tanto derecho vulnerado, no debe extrañar el malestar social hirviente en todo el vecindario latinoamericano. El arte, la música, el folclor y la cultura también se vinculan a las jornadas de mítines, protestas y marchas.
Desde el 21 de noviembre el país marcha contra un Gobierno que no marcha, bueno, sí marcha, pero para unos pocos. En representación del vallenato aparece otra cordobesa, Adriana Lucía, su apoyo decidido a las jornadas, tanto en Montería como en Bogotá, revive el binomio pueblo-sentir popular, aquello que hizo Máximo Jiménez cinco y seis décadas atrás.
Una vez más la respuesta del Gobierno es la intimidación, amenaza y desprestigio en las redes sociales. Recordando los tiempos del “trochero” Máximo Jiménez, Adriana Lucía también recibe amenazas en contra de su hijo y su familia, los regímenes antidemocráticos se disgustan cuando le cantan las verdades, y la música, el arte y la cultura entran en sintonía con las querencias colectivas de una nación.
La cantante Adriana, hija del Carito, un corregimiento de Lorica, ha dicho: “no nos callaran, no más normalidad, la normalidad están matando a Colombia”. Como ayer, la música y el arte están al servicio de la esperanza, la vida, la paz y la emancipación.
No pasa lo mismo con reconocidos exponentes vallenatos, rabiosa y declaradamente uribistas y por consiguiente duquistas: Pocho Zuleta, Silvetre Dangond, Peter Manjarrez, Jorge Celedón, Farid Ortiz o Ivan Ovalle se han autorreconocido como tales, y como es de esperar, nada les ha pasado.
Otros artistas, al igual que el colectivo social, guardan silencio o permanecen indiferentes, de cualquier manera es inconcebible que un artista no asuma postura política, pues por naturaleza llevan la sensibilidad social a flor de piel. Lo que está pasando demuestra que el pueblo colombiano, con muchos de sus artistas de sangre, perdieron el miedo. Y ese mismo miedo condena hoy a los poderes del establecimiento por sus únicas respuestas: represión, intimidación y deslegitimación.
Rafael Manjares, en Benditos Versos, canción interpretada por los Betos, muy tímidamente se atreve a denunciar lo que tres décadas después parecería la Guajira…» Un cactus murió tranquilo – en manos de un gringo – porque el cerrejon le enamoraba…» Cabe decir que muy pocas personas se percatan de dicha denuncia…Muestra la agresividad del buldozer y de la retro-escabadora como las grandes explosiones con dinamita, frente a la debilidad e indefensión de la vegetación que representa la piel de la Guajira…
Gracias por esa documentación.
Excelente articulo. Pobre del cantor q no arriesgue su canto por no arriesgar su vida, nos dice Pablo Milanés.