Esto hay que decirlo sin rodeos: El arte de opinar, en estricto sentido, implica el ser de izquierdas. No hay otra forma de ejercer este oficio con decencia y no hay compromiso más grande que el que se exige al escritor que desde esta orilla se asume.
Vamos por partes para que se entienda. Lo primero sea decir que la izquierda, al menos desde el comienzo de la humanidad, ha estado siempre por fuera del poder establecido, de lo formal, de lo “normal”, de lo correcto, de lo bueno, de lo que hay qué hacer.
Yo, que además soy zurdo de extremidades, sé muy bien que es eso de andar media vida cargando con aquella dominancia de los sentidos que, aunque ahora nos parece talento, antaño era lo torcido, lo desviado. Todo lo siniestro.
Cuentan los texto Sagrados que a la izquierda del Padre fue enviado satán y desterrados Eva y Adán del Paraíso, con la mano izquierda había vendido Judas al hijo del Hombre, aunque habría que admitir que Éste, Omnipotente, así lo dispuso. En la Edad Media, a la izquierda estuvo (y está) la bruja, la magia negra, el duende y toda la hechicería. A la izquierda se hallaba la mala suerte y la mentira por la que iban las almas impías a la hoguera de la Inquisición.
La escuela (mi escuela), castrante por excelencia, sujetó la mano torpe, necia, “cagada”, que no seguía la ortodoxia de la escritura señalada. Recuerdo a muchos amigos que, en su infancia, “perdieron su mano” en esta lógica del opresor. Ya nadie nos dirá que habrían escrito de haber dado con el buen maestro.
En tiempos modernos, después de que matamos al rey por la guillotina, una variante forma del capitalismo convirtió a la izquierda en ideología. Pero pronto llovieron rayos y centellas sobre quienes eran de izquierda y, desde allí, aspiraban a conquistar el poder. A la izquierda, entonces, se fueron el comunismo, todas las guerrillas, el ateísmos, la negación de la “idea de progreso”, lo que estaba fuera de la norma. Había que mantener, a cualquier precio, el statu quo. Reconfiguramos la siempre deseada guerra.
Aquí nos quedaríamos páginas enteras haciendo este recuento, pero valgan estás líneas para dejar claro por qué el más genuino oficio de eso que llamamos periodismo de opinión sólo puede hacerse desde un espíritu de izquierda. Este, el periodismo crítico y de opinión, es ante todo incomodidad y malestar frente al mundo que, a cada generación, nos has tocado vivir. Señala, denuncia, molesta, va en contra de lo establecido y del establecimiento.
Cuando se hace desde la derecha, la opinión es melosa, es sosa, es bobalicona, camina sobre terreno seguro, habla de lo sobrentendido, es complaciente con el poder y cómplice con el dictador, con el opresor, con la codicia del rey Midas. Entre tanto, la opinión de izquierda siempre ha de pretender el bienestar colectivo, la derrota de la inequidad, la repartición justa de la riqueza, la libertad del preso, la defensa de quién ha sido acallado, censurado, desterrado.
La izquierda, así entendida, no tiene nada que ver con partidos, ideologías o formas de poder. Es, ante todo, una actitud del espíritu, una emancipación de la conciencia, esa «mayoría de edad» de la que nos hablaba Kant.
Ya entenderemos, además, porque a la izquierda le va tan mal en el poder y el gobierno de la gente. A no ser los socialismos moderados de centro izquierda, los grandes proyectos de izquierda terminan en desastre, porque intentan gobernar de la única forma en que puede hacerse: Desde la derecha. Poder y gobierno son pues, no lo dudemos, cosas de derecha. Y la izquierda no tiene otro destino que estar en la oposición señalando, acusando, develando los oscuros planes con que el poder de derechas pretende siempre alinearnos, oprimirnos, gobernarnos incluso con nuestra plena complacencia.
Y si ya entendemos que es de izquierda, no llamemos a la opinión (y a sus columnistas) a la mesura, al equilibrio, a esa tontería que alguien de derecha se inventó y le pusieron por nombre “periodismo objetivo”. La objetividad que la proyecten los objetos, que toda acción del humano ha de ser subjetiva, intencionada, y si hablamos de periodismo de opinión, de él es el reino de las subjetividades.
Para eso, para señalar, para incomodar, para poner el dedo en la llaga, nació hace un año esta OrejaRoja, no puede ser otro su mandato. Tendremos que aburrirnos, eso sí, con los discursos de derecha (que aquí también tienen cabida), por aquello del equilibrio informativo y porque en una sociedad democrática a nadie debería negársele el poder de expresarse, así diga estupideces.
A quien desde la comodidad de su derecha todo esto que he dicho le incomode, bien puede mandarme, para bienestar de su alma, a quemar al infierno. Después de todo, si es que existe infierno (como existirá cielo) habrá de quedar bien a la izquierda, y allí mis ideas han dado y darán su mejor cosecha.
Genial… soy zurdo de pensamiento!!!.