Autor: Chrístofer Hidalgo
Si bien, como arguye Daniel Coronell: “las fake news son más viejas que el periodismo mismo”, este fenómeno ha ganado protagonismo en los últimos años a partir de la elección presidencial en Estados Unidos, en la que Donald Trump salió victorioso.
Las fake news ponen en jaque a quienes ejercen el periodismo. La velocidad de la información es conflictiva con su verificación. Y también ponen en jaque a los usuarios, ya que, al generarse tanto contenido —muchas veces contradictorio— quien lee queda a la deriva y, generalmente, no sabe qué creer; decantándose por aceptar lo que le es más conveniente según sus propias convicciones.
Tal y como las conocemos hoy, las fake news, lejos de ser un daño colateral que se gesta tras la desinformación que hay en la red, es un aparato de poder que los grandes grupos políticos usan para su conveniencia.
Las redes sociales son el escenario propicio para divulgar todo tipo de información volátil, en el que se tiene como intención exaltar las emociones de quien lee; la falta de rigurosidad y la exactitud de las publicaciones en las redes sociales, como ocurrió hace unos días en Bogotá, crean ambientes fantásticos con muy poco esfuerzo. Los usuarios sabiéndose generadores de opinión, incrementan sus indicadores de interacciones en las redes sociales, generando confusión, o difundiendo las mentiras oficiales del partido al que pertenecen, así lo demuestran estos tuits:
Dada la facilidad de divulgación y del alcance que pueden tener este tipo de publicaciones, los grupos políticos se inmiscuyen en las redes pagando a servicios de inteligencia que cuentan con grandes bases de datos, para crear algoritmos que tienen la intención de analizar las interacciones de los perfiles de las redes sociales. De esa manera, es posible enviar contenido personalizado a cada usuario con el fin de hacerle llegar información afín a sus gustos personales.
Los grupos políticos lanzan ataques virtuales a los usuarios, sobre todo en Facebook y Twitter. Se han trasladado las formas de conservación del poder, de lo tangible, representado por las masas en la calle, a lo intangible, en el ostracismo de lo virtual.
Foucault mencionaba que las instituciones del Estado desplegaban su ideología menoscabando las opiniones de los contrarios. Las instituciones del que ejerce el funcionamiento del gobierno de turno, (la Policía, el Ejército, las cárceles, etc.) están hechas para velar por el cumplimiento de las normativas impuestas por el Estado, y así mismo, castigar a quienes no las cumplen, creando así una relación de dominador y dominado en la que, frente al poder del Estado, la gente del común, independiente de sus propios pensamientos, tiene que cumplir con los lineamientos de las instituciones. Ese tipo de interacción entre la ciudadanía y el Estado se mantiene en las redes sociales.
Los diversos escándalos, como el de Cambridge Analytica, que han surgido por el uso de herramientas para el análisis de datos, no han generado grandes cambios en la percepción acerca de los contenidos de índole político en las redes sociales.
Jair Bolsonaro se erigió como presidente de Brasil haciendo uso de las plataformas virtuales, como medio para persuadir a los electores brasileros. Lo que interesaba en dicha campaña política era la aceptación de los contenidos a favor de Bolsonaro, socavando la ética y verdad.
El constante desapego hacia los medios de comunicación tradicionales que se evidencia en el mundo moderno hace posible que se crea en los medios alternativos, que muchas veces, son nicho de propaganda política alterada. En la sociedad líquida, como la bautizó Bauman, lo tradicional se remplaza por lo nuevo, los vínculos son volátiles y todo se desecha luego de que deja de ser útil. Es el escenario propicio para el desarrollo de las fake news.