Autor: Daniel Fernando Rincón
Hace algunos días en Twitter fue tendencia el #ExcomulgarProabortistasEs, promovido por una emisora de radio y que hace eco a una vieja noticia sobre excomunión y abortos en Brasil.
A pesar de que la noticia sobre el violador y la mujer abortista es de 2009, pareciera que fuera del año 1509, cuando la Iglesia Católica Apostólica Romana tenía el poder total y absoluto sobre las personas, y el hecho de anunciar una excomunión significaba la muerte social y hasta física del excomulgado.
Al parecer, 500 años después del inicio de la Reforma Protestante, persisten reductos conservaduristas en la jerarquía de la catolicidad que insisten en creer que sólo en la Iglesia Católica Romana hay salvación. Pero, no sólo ellos creen eso.
En muchas Iglesias, desde las luteranas, hasta las carismáticas, pasando por las presbiterianas, las metodistas, las pentecostales, los testigos de Jehová y los mormones, también excluyen de sus congregaciones y comunidades no sólo a abortistas, sino también a homosexuales y en general a todas aquellas personas que por su pensamiento liberal no comulgan con las creencias fundamentalistas de algunos de sus líderes y lideresas.
En líneas generales podríamos decir que los fundamentalistas cristianos, sean católicos o mormones, presbiterianos o pentecostales, utilizan de manera abusiva y abusadora el sistema pecado-culpa-condenación.
Estas personas interpretan de manera fanática el texto sagrado proyectando en él sus propios prejuicios moralistas, para definir lo malo y lo bueno, el pecado y las virtudes, emitiendo dichos prejuicios como “elementos de doctrina”, por medio de los cuales acrecientan en la feligresía la culpa, convirtiéndola en el mecanismo de control por el cual ejercen dominio sobre las masas de creyentes.
Establecida y acrecentada la culpa, el paso siguiente es el dictamen de condena, que lleva en la mayoría de los casos a la excomunión pasiva del “culpable”, es decir, ni las congregaciones ni lo líderes fanáticos “excomulgan a nadie”, sino que son “ellos” (“los culpables”), quienes se van de las congregaciones, porque “no soportaron el llamado al arrepentimiento” y fue su “propia rebeldía” la que los excluyó de la comunidad de fe.
Ante la realidad de la excomunión, existen dos caminos, el de salir huyendo de ese sistema malévolo y autoritario que culpa, condena y expulsa; o el de resistir, denunciando a aquellos abusadores e incluyendo con nuevas acciones a todas y todos quienes asumen posturas anti fanáticas y han sido expulsados de sus congregaciones por su forma de pensar.
Esto último precisamente fue lo que hizo Martín Lutero, quien a raíz de las denuncias que empezó a realizar el 31 de octubre de 1517, fue excomulgado el 3 de enero de 1521, hecho que enmarcado en la Dieta de Worms iniciada el 28 de enero de ese mismo año y cuyo edicto catalogaba a Lutero como delincuente, desencadenó de manera formal la Reforma que a partir de la Protesta de Spira de 1529, empezó a denominarse la Reforma Protestante.
Ante estas particulares circunstancias de excomuniones activas y pasivas que siguen sucediendo en 2019, habrá que recordarles a los pastorados cristianos, tanto católicos como protestantes, que hace 500 años se comprobó que la salvación no es un bien privado y que la autoridad que tienen sobre los asuntos de conciencia, no es más duradera que un suspiro.
Habrá que recordarles también a los jerarcas cristianos, que la salvación no se vende y que por lo tanto, la entrada a algo tan eterno como son “los cielos” no la otorgan ellos, vil y vulgares suspiros de grillo, sino que trasciende su cuadriculada y obscura mentalidad.
Ante estas particulares circunstancias, hoy más que nunca, sólo resta seguir construyendo reforma y seguir protestando ante el abuso eclesial, venga de donde venga.
“No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados”
Foto cortesía de: Revista Semana