Autor: Julio Roso
En doscientos años de existencia republicana que se han celebrado y celebran en el territorio nacional, la sociedad colombiana se ha prestado de ser la democracia más larga de América Latina.
Y… pues sí, aquí la vida de la República se ha encuadrado en disputas electorales, históricamente duales, que ni la dictablanda —sí, dictablanda— de Rojas Pinilla afectó o cortó abruptamente. Es que la democracia llegó para instalarse en estas tierras consagradas al Sagrado Corazón de Jesús.
Históricamente es complicado debatir este mantenimiento de la democracia en Colombia. Aunque podrían señalarse fraudes como las recordadas elecciones robadas al general Rojas Pinilla; la no presentación, no pocas veces vivida, de liberales y conservadores a las elecciones por la falta de garantías dadas por los gobiernos de unos y otros; la reciente ampliación de la contiende electoral a las regiones y municipios; el cierre del espacio político y la influencia destructiva del conflicto armado y las armas en las urnas, como argumentos en contra de la estabilidad del régimen político; no puede negarse que todo se realizó en el marco de procesos electorales.
Igualmente, este texto no busca debatir lo digno, fiel, legal del triunfo de unos sobre otros, que incurriría en una estrategia compleja, más que a esta vaga y corta enumeración de razones.
Lo que sí resulta problemático, son las condiciones en que la población vota. Hablar de democracia y sus beneficios es muy berraco con una población con índices de pobreza del 27 %, de pobreza extrema del 7.2 % y con un índice de Necesidades Básicas Insatisfechas – NBI que en algunos departamentos superan el 60 %.
¿Cómo es posible hablar de voto informado y consciente cuando la gente encuentra en las elecciones una solución a sus necesidades, más básicas, al menos por un par de días? Aquí, también vale la pena pensar en el señalamiento del tamal y la teja para la casa a cambio del voto.
¿Qué valía tiene señalar como responsables de las malas decisiones a personas que no tienen otra forma de acceder a comida, mejoramiento de vivienda y empleo?, no es que esto justifique las prácticas; pero, tampoco está bien ir por ahí señalando culpables sin sentarse a ver las profundas necesidades y problemas que encuentran soluciones temporales en el canje del voto.
Por ello, resulta curioso cómo los medios de comunicación, en un esfuerzo loable y, a la vez profundamente sospechoso, llaman a un ejercicio democrático responsable, en contra de la corrupción y con el objetivo firme de una nueva Colombia.
Es que quienes maman de la gran teta de la corrupción no son únicamente los grandes gamonales, las élites y clanes políticos, muchas personas obtienen allí un día más de vida, una solución a la ausencia de entradas económicas, a las alacenas vacías y el acceso a vivienda y otros derechos sociales.
No es justificación de la corrupción, es más bien darse cuenta de la miopía con la que se ve el tema.
Antes de pedir votar bien, hay un universo de necesidades que debe ser satisfecho, para que nadie vuelva aprovecharse de las elecciones para su lucro político, hay un pueblo despolitizado que sigue concibiendo la política como el espacio de ladrones y castas ajeno a su mundo social inmediato.
Antes de votar bien, hay una sociedad y una normalización del crimen que se debe cambiar y eliminar, respectivamente.
La democracia se sustenta en principios racionales, en los que el flujo de información y su acceso son vitales al momento de elegir. Pero, ¿quién puede informarse?, ¿quién puede elegir conscientemente?, ¿quién puede castigar a las élites políticas?, cuando el estómago está vacío, la casa se cae, la familia se enferma y no hay garantías de soluciones prontas.
Finalmente, hablar de democracia es muy berraco cuando ni las mínimas condiciones humanas, personales y sociales están garantizadas.
Foto cortesía de: Pacifista