No pensaré en postales apocalípticas. Quienes quedaron ayer en las elecciones locales y regionales son tan malos, o tan buenos, como quienes fueron elegidos hace cuatro, ocho, doce años. Seguiremos en la batalla cotidiana de trabajar, de proponer, de luchar con ideas, de disentir. Solo deseo que en los años venideros sigamos sobreviviendo y que nuestras diferencias no se nos conviertan en cruz. En mi entorno más cercano hay desilusión y pocas certezas. Una de esas es mi propia lección: soy y prefiero ser minoría.
Para la alcaldía ganó Federico Gutiérrez, a quien aún no respeto, porque su recorrido político lo ha hecho en zigzag, de una conveniencia a otra, y porque la imagen que proyecta no me parece confiable: quiere parecerse por fuera a un gobernador exitoso, como si quisiera encarnarlo, y por dentro quiere heredar todo lo que el capataz de la finca representa. Muy sinceramente espero cambiar de opinión en los próximos años y verlo como un tipo con carácter propio, al que no le quede grande esta Medellín voluble y olvidadiza.
Pero de esa rifa para la alcaldía creo que los demás resultados no pudieron ser peores. El segundo fue el títere del mismo capataz de la finca, títere que ganó sus votos solo por el capataz de la foto, porque nunca pudo articular una idea claramente y ni siquiera asistió a la mayoría de debates. Una figura decorativa, un cheque en blanco para el capataz. El tercero fue el concejal Rico, que demostró el poder de las alianzas tradicionales, de las maquinarias envilecidas: tenía logos y logos de partidos como si eso significara unión política en vez de acomodamientos; no sé quiénes ni por qué votaron por él, pero esa es la terquedad, la insistencia de los patiamarillos de medio siglo. Luego en la lista siguió el voto en blanco, nada qué decir sobre este sufragio: lo respeto como opción.
Y más abajo, ya en los últimos renglones, estaba el candidato por el que voté con toda la convicción: Alonso Salazar. Lo prefería frente a todos los demás, porque tenía tres o cuatro propuestas que me interesaban y eran posibles, y porque ya había demostrado que Medellín no le quedaba grande. El electorado lo castigó con el 5% de los votos, y eso significa poca memoria, incluso de corto plazo. De Salazar pueden decir lo que quieran, pero su campaña fue limpia y jugó a la independencia. Eso aquí no gusta.
Para comprobar la poca memoria, en la región el resultado fue peor, aunque no sé si pudo ser “más” peor. El ganador, Luis Pérez, fue alcalde perverso de Medellín. ¿No estábamos todos aquí cuando sus embarradas se acumulaban una tras otra? ¿No lo vimos despilfarrar dinero entre vajillas, harleys y reinas de belleza? ¿No sentimos ahí una especie de estancamiento social de la ciudad? En los días de Luis Pérez, Medellín fue oscura: eran los tiempos de las balaceras interminables, las noches de llegar temprano, la sombra de los desaparecidos urbanos, los enterramientos en La Escombrera, la orden de Orión y sus presagios.
Todo esto me hace no comprender por qué en esta mañana, gris como la de ayer, Luis Pérez es el nuevo gobernador de Antioquia. Pero sí tengo explicaciones: es por el empecinamiento de los que votan por rencor, por carnet o porque les prometieron el cielo. Por rencor: querían alguien no fajardista, nada más porque detestan la figura del actual gobernador, les cae gordo su halo de transparencia (y los entiendo) y entonces como niños chiquitos —o como el primo Rendón Rendón de Fernando Vallejo en El desbarrancadero— se golpean contra las paredes y patalean para que les quiten del frente a ese que no les gusta, aunque sus obras sean claras y tangibles. Por carnet: esos son los mismos que pusieron de tercero a Rico en la alcaldía de Medellín, votan por partido, por órdenes de un superior al que jamás han visto o por el logo incrustado en el tarjetón; todos ellos nos llevan a pensar que jamás hubo un Frente Nacional, o que lo hubo y aún no ha terminado. Y porque les prometieron el cielo: no sé qué les dijeron, qué carretera creyeron que les van a pavimentar, qué valorización no les van a cobrar, qué peaje van a quitar, qué servicios públicos pensarán que les van a regalar… Para ellos la única cura sería la educación o volver a nacer.
Por promesas, rencor y terquedad es que, manida frase, estamos como estamos. No veo ahí otra cosa que la estructura mental del capataz aquel, ese que dicen que no ganó y que, según lo pienso, debe tener ancha su sonrisa porque su cultivo de nabos, o sea nosotros, estamos más prestos que nunca para su cosecha.
Pobre….pobre….pobre MARGARITA se te nota el VENENO que destilan tus palabras.