El falso discurso de la “defensa de la moral y las buenas costumbres”

Hoy, el partido político que gobierna utiliza el machismo, el oportunismo y un falso tradicionalismo para mantener a la población convencida de que son “los buenos, los defensores de la moral, las tradiciones y la sociedad”.

Opina - Cultura

2019-07-02

El falso discurso de la “defensa de la moral y las buenas costumbres”

No he podido salir de la consternación de ver cómo resulta tan normal que cualquier ciudadano se tome la vocería y realice acciones para definir públicamente cuál es su visión de lo que considera bueno o malo y pretenda mediáticamente imponerla como la única y verdadera.

Lo anterior hace pensar que, en vez de ir caminando hacia el 2020, lo estamos haciendo hacia 1920 —haciendo alusión al auge del fascismo— o quizá hacia la edad media, en un macabro ciclo que muestra la gigantesca ignorancia histórica que poseemos y que hace que, para muchos, imponer una única forma de ver el mundo parezca algo normal, posible y correcto. Pero más increíble y desesperanzador es ver las redes sociales y encontrar una abrumadora cantidad de personas avalando y aplaudiendo un acto de discriminación, que a todas luces no se puede tolerar.

Todo esto me llevó a formular varias reflexiones sobre la cultura de este país y, sobre todo, de su relación con quienes nos gobiernan y manejan los destinos de esta caricaturesca patria.

Lo primero es ver con gran tristeza y desilusión cómo nuestro país es tan retrogrado y tan apegado a ciertos rasgos culturales que nos mantienen atados a un pasado, al atraso y al subdesarrollo. No me atrevería a decir que esto es un discurso conservador porque los rasgos culturales a los que me refiero son bastante particulares y no me atrevo a decir que comulguen con esta tendencia política necesariamente y eso lo explicaré a continuación:

Esa Colombia que aplaude lo que ocurrió en el Pueblito Paisa y, que también nos gobierna, es una Colombia machista, doble moralista, misógina, corrupta, que cumple la ley solo si le conviene, que es oportunista, ventajosa, gustosa del lujo y el dinero fácil y de conseguir sus objetivos e intereses como toque, sin miramientos éticos, morales o legales.

Esos rasgos tan característicos resultan de históricos niveles educativos bajísimos y de la supresión, también histórica y sistemática de las ideas y el pensamiento del otro que no se acomode a las propias. En tal contexto, quienes han “educado” a la población colombiana han sido por un lado la iglesia católica y más recientemente las iglesias cristianas, quienes son mayoritarias y como es obvio lo hacen desde sus propios intereses y desde su profunda falta de coherencia y doble moralismo, y, por otro lado, las élites económico-políticas, desde los medios de comunicación y de utilizar el Estado como instrumento para no llevar educación a muchos lugares o hacerlo promoviendo el statu-quo y apagando cualquier espíritu crítico y que además, encuentran en esa configuración cultural expuesta, el caldo de cultivo perfecto para perpetuar sus intereses y privilegios. 

En esa Colombia, donde hay indignación por lo que perjudica a sus intereses, pero indiferencia por lo que la beneficia, es el Estado, obligado a veces por las Cortes, el que a veces termina siendo más progresista y más propulsor de derechos que la misma población, que en otros momentos históricos era la que los exigía. ¡Vaya paradoja!

Y es en esa misma Colombia, donde los políticos, conocedores de esa realidad, se acomodan a ella y se ponen la camiseta que toque para mantener su poder económico y político. Se convierten en adalides y defensores de lo que denominan “la moral y las buenas costumbres” para ganar votos. El típico “todo vale”.

Hoy, el partido político que gobierna utiliza el machismo, el oportunismo y un falso tradicionalismo para mantener a la población convencida de que son “los buenos, los defensores de la moral, las tradiciones y la sociedad”. Se valen así mismo de la corrupción, el despojo, el enriquecimiento ilícito, el rechazo a cualquier cuestionamiento, el menosprecio y la campaña sucia contra la oposición, el acallamiento y cualquier otra artimaña que les permita mantener su posición de poder y salvarse de cualquier cuestionamiento. ¿Pregúntese usted lector, qué separa a este actuar del de una organización mafiosa?

Este partido, como aquellos fascistas de hace un siglo, saben que toda ideología sirve siempre y cuando se acomode a sus intereses, o ¿Quién recuerda que Álvaro Uribe Vélez y el mismo Pablo Escobar se declararon abiertamente liberales, cuando estaba bien visto serlo y daba muchos votos? La ideología es lo de menos, todas sirven desde que ayuden a la consecución de los intereses del partido. De hecho, un buen retrato es el partido de gobierno, donde sus militantes más reconocidos están ahí para mantener sus intereses y sus privilegios, mientras el grueso de la población que los sigue, en parte lo hace porque los admiran —sobre todo a su jefe— y aspiran a algún día ser como ellos son: gente con plata, con mujeres de compra y venta, propiedades, muchas hectáreas de tierra y de pronto ser el gamonal de algún pueblo o región. Ni los que militan en ese partido defienden “la moral y las buenas costumbres” como proyecto político, ni sus seguidores votan porque ellos lo vayan a hacer. Entonces la farsa se hace evidente.

La receta entonces es simple: elaborar un falso discurso de “cuidado de la cultura, la sociedad, la moral, la familia y las buenas costumbres” o lo que sea que eso signifique para el grueso de este país. Llevándose por delante, como ha sido común en la historia, a todas las minorías y categorías divergentes que se aparezcan. Elaborar un enemigo que amenace ese “bienintencionado” proyecto y generar mucho miedo y aversión hacia este enemigo, entiéndase por “nos volveremos como Venezuela”. Acomodarse a las creencias, rasgos y aspiraciones de la gente. Rezarle al santo que toque y “untarse de pueblo”.

Hoy el machismo, la cultura mafiosa y del todo vale, el renacimiento de la religiosidad y de las formas de vida “populares” derivadas del aspiracionismo mafioso —como el resurgir de la música popular, las “bendecidas y afortunadas”, los lujos y el dinero— son lo que gusta. Todo político que esté interesado en conseguir poder y enriquecerse puede tomar este discurso y mientras, ponerse la máscara y vociferar el “falso discurso de la defensa de la moral y las buenas costumbres”.

 

 

( 1 ) Comentario

  1. Me parece muy buen texto.
    Estoy de acuerdo contigo. No le agregaría nada, so pena de ser reiterativo; aunque sea un error no redundar en lo que dices.
    Mejor, lo replicaré con mis amigos y no conocidos.
    No tento problema en que divulgues quién soy. Me precio de tener el valor civil de decir lo que pienso.

    Atento saludo

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John Fernando Mejía Balbín
Licenciado en Ciencias Sociales, especialista en Gerencia educativa, Magister en Ciencias de la Educación, investigador y gestor investigativo.