Autor: José Fernando Salcedo
El asesinato de 236 líderes sociales y de 136 reinsertados de las FARC presenta una derrota a esa paz tan anhelada; demuestra que el acuerdo de paz significó la vuelta de las políticas de muertes, la desolación y la miseria a esas zonas donde hacía presencia las FARC, donde ellos eran el Estado.
Nuestro Gobierno, sin rumbo y poco operativo, se dedica a la propaganda internacional y no a la búsqueda de la garantía de la vida de los ciudadanos que habitan esos lugares de la Colombia profunda y olvidada, que sigue creyendo en la paz porque la guerra la quieren alejar a como dé lugar.
Lo peor de todo es que el asesinato de estos líderes sociales representa un fracaso profundo como nación y un ataque directo a los procesos comunitarios y de resistencia desde los territorios.
Estos son ataques sistemáticos a pueblos enteros que han tenido que vivir en carne propia la violencia, la miseria, el abandono y los gritos desesperados de miles de niños y niñas que claman por paz.
Desde las ciudades somos hipócritas, decimos que nos duele, pero, en realidad, somos apáticos, estamos lejos de la angustia, del horror; por eso muchos piden guerra con hijos ajenos y barbarie en nombre de la “paz con legalidad”
Una mayoría en el congreso,conformada por una coalición parlamentaria de partidos arrodillados al señorío del Centro democrático; y un Gobierno marioneta, preocupado por vivir de los viajes, las visitas protocolarias y asistir a convenciones; han sido parte de ese plan macabro de reducir el acuerdo de paz a su mínima expresión, en volverlo inoperante, en seguir desestimando las actuaciones de la JEP y seguir drenando recursos internacionales para la “paz” al territorio.
Pareciera que el Parlamento británico fuera nuestro “corazón de la democracia”, porque allá los diferentes partidos políticos están cuestionando el poco compromiso del Estado colombiano con la implementación del acuerdo de paz y de las garantías para los liderazgos sociales en las regiones profundas del país.
Este Gobierno cuenta con un presidente que no ha sido capaz de afrontar asuntos tan relevantes y críticos como el asesinato de los líderes sociales, la minga indígena del suroccidente colombiano, el paro estudiantil universitario, el bloqueo del sur del país por los derrumbes de la Vía al Llano, entre otros más.
Y, más bien, se la pasa viajando por todo el mundo promocionado ideas vacías relacionada con su “compromiso” con la paz de Colombia y la “economía naranja”,
Nos devuelven al 2002 al Gobierno de Pastrana, de viaje en viaje pero sin resultados de ningún tipo y un país entregado a los grupos al margen de la ley, pero con las políticas terribles de los tiempos de Uribe. Seguridad democrática a costa de la vida de los inocentes, menos derechos humanos, un retroceso gigante en derechos y libertades fundamentales y una defensa acérrima de ministros ineficientes.
No hay ni una política exterior planificada, su único énfasis ha sido el intento de derrocar a Nicolás Maduro; tenemos una crisis migratoria terrible y nuestro canciller plantea posiciones terribles lejanas a la realidad; ni una política de seguridad efectiva, seguimos con pocas garantías para los líderes sociales en los territorios, los grupos paramilitares pululan en los territorios más pobres del país; no hay una política integral de lucha contra el narcotráfico y las economías ilegales; hay una posibilidad de la vuelta de los falsos positivos como política de Estado en las Fuerzas militares y un ministro arrogante, poco técnico y que su único mérito es ser uribista pura sangre.
Todo está quedando en este Gobierno como la indiferencia de las personas alrededor del hijo de María del Pilar Hurtado; indiferentes, mostrando que la violencia es tan natural y común como cualquier cosa.
Yo me niego a aceptar que la violencia, y no la paz, sea la regla general en nuestro país, no podemos seguir naturalizándola, debemos indignarnos y exigir como ciudadanos a un Gobierno indolente, poco sensato y destructor de esperanzas.
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Foto cortesía de: ¡Pacifista!