Autor: Juan José Muñoz
La frase: “defender a los niños y cuidarlos debe ser una prioridad nacional” es una idea innegable y es un fin que todos compartimos y debemos trazarnos como sociedad. Ante eso, no existe ningún reparo.
No obstante, es triste ver cómo esa idea es tomada con propósitos acomodaticios y con el fin principal de exacerbar el odio entre personas —que sean preferiblemente votantes—. Esto lo he llegado a pensar porque esos discursos han sido tan inteligentes que han logrado marcar quienes sí y quienes no pueden hablar sobre los niños y sus derechos.
Quienes toman estos discursos refiriéndose a los niños son los mismos que pretenden pasar sobre las minorías, los que atentan contra la justicia cuando no atiende a sus fines políticos y quienes hacen campaña de odio sin importar sus efectos.
Me pregunto si en Colombia contaron los 37.000 niños desnutridos en La Guajira para el 2014 como lo indicó la Defensoría del Pueblo, o si contaron aquellos niños, que ya son adultos y que crecieron sin su familia, producto de la violencia desenfrenada de años pasados.
Yo me cuestiono si genera la misma indignación el desamparo y el llanto de los niños que han perdido a sus padres —líderes sociales—; personas que se tienen que enfrentar a la violencia desde los territorios más alejados. Y para responder a ello, esa respuesta es negativa y con ganas.
Cuando se anunció la adopción homoparental de niños, o la declaración de inconstitucionalidad de la Corte a algunos artículos del Código de Policía, fue el emblema “en defensa de los niños” con el que se protestó.
Pero no generó la misma indignación la estancia de los 7.000 niños sin adoptar, de más de 17 años, a cargo del ICBF a 2018. He ahí evidenciado que los niños solo han contado cuando garantizan votos, réditos electorales o si su denominación atiende a fines de odio.
Y, como caso del cierre de ejemplos, el llanto del hijo de la líder María del Pilar Hurtado no contó. Ella no contó, ni la historia, ni como una vida perdida. Lo que, a mis ojos, no solo resulta triste e indignante, sino objeto de repudio y que debería ser un caso de atención estatal urgente.
El llanto de ese niño no debe servir de bandera política para nadie, sino como objeto de reflexión de lo que estamos haciendo mal como sociedad, atendiendo a la pregunta de cómo se puede cambiar la realidad de más niños que, como él, también perdieron a su familia.
Lo anterior, precisamente, para que no se repita porque es el odio el que, finalmente, provoca el rechazo a actos, de por sí reprochables, pero también la normalización de otros que son igual o mucho más repudiables.
Foto cortesía de: Semana