Autor: Daniel Fernando Rincón
Llegó junio y con él, el jolgorio de muchos y muchas alrededor de la conmemoración de los disturbios de Stonewall de 1969, que hoy, luego de que a algún presidente gringo se le ocurriera rebautizar, se denomina Día Internacional del Orgullo Lésbico, Gay, Bisexual y Trans u Orgullo LGBT; jolgorio que muchos y muchas expresan de múltiples formas, pero que se pueden sintetizar en dos.
Por un lado, hay orgullosos de haber sido rechazados, estigmatizados, excluidos.
Hay orgullosas de ser maricas.
Hay orgullosas de ser areperas.
Hay orgullosos de ser raros.
Hay orgullosas de ser travestis.
Hay orgullosos de ser extraños.
Es decir, hay personas que se sienten orgullosas de ser los rebeldes, los iconoclastas, los liberales, los liberados; hay personas que se sienten orgullosas de haber sido valientes y romper con los cánones de belleza, de estatus social. Por ellos, verdaderamente vale la pena festejar, celebrar la vida.
Pero, lastimosamente, estos ya no son los motivos fundamentales del orgullo, sino los otros orgullosos, los orgullosos de haber sido incluidos en la sociedad (patriarcal, normativa, homogenizadora) que, aunque también sienten orgullo, son orgullosos de no ser.
Orgullosos de no ser afeminados.
Orgullosos de no ser pobres.
Orgullosos de no ser feos.
Orgullosos de no ser de piel tan oscura.
Orgullosos de no ser solteros y estar casados con otro hombre que es espejo suyo.
Orgullosos de no tener un cuerpo débil.
Orgullosos de no tener un pene pequeño.
En síntesis, orgullosos de ser hombres, masculinos, machos, musculados, adinerados, blancos, con títulos universitarios, con poder adquisitivo significativo, con buenos empleos, casados por lo civil y, para ser más orgullosos, por lo religioso, como manda la sociedad.
Por supuesto, todo lo que se sale de su estatus, es visto con resquemor, con duda, con miedo, como lo hacen sus amigos heterosexuales, casados por la Iglesia Católica, padres ejemplares de dos críos que van a los colegios campestres de la ciudad.
A ese resquemor, duda, miedo muchos le llaman, de manera cínica y cómplice: “endodiscriminación”, en un intento por disminuir (lavar a lo pinkwashing), la carga simbólica que dichas acciones tienen.
Que un hombre gay rechace abiertamente a otros hombres de color no es endodiscriminación, es racismo.
Que un hombre gay se burle de un hombre porque es afeminado y se dirija a él como la “mariquita plumífera”, ya que se parece a una “gallina”, palabra con la que describe a las mujeres por ser bullosas y “putas” como esas aves, además de débiles, sucias, piojosas, cagonas; no es endodiscriminación, es misoginia y violencia de género.
Que un hombre gay de manera despectiva pregunte a otro hombre por su empleo, por su lugar de residencia, por el origen de sus apellidos, cuestione su vestimenta, pregunte si ha viajado, adónde ha viajado, de dónde son sus títulos universitarios, si tiene títulos universitarios; no es endodiscriminación, es clasismo.
Por estos machitos discriminadores, que son la mayoría lastimosamente, no vale ni un centavo hacer o decir nada sobre el orgullo. Pero como desafortunadamente el orgullo LGBT es otro ídolo en esta sociedad humana contemporánea que demanda culto, procesiones y atención; es políticamente correcto hablar de él.
Ahora, aun cuando uno quisiera presentarle batalla a este ídolo originalmente de barro (orgullo gay), que actualmente ha sido revestido de oro (orgullo LGBTTTIQ+H), por aquello de “ser más incluyente” con “todas, todos y todes”, no podría, ya que sus feligreses defenderían con ahínco el “dinero rosa”, considerándole como la mejor forma de insertarse en la sociedad.
Demostrarían que el “capitalismo rosa” es el nuevo campo de batalla por los derechos y estarían de acuerdo con que lo que cuenta es que existan más y más ciudades y establecimientos comerciales gay friendly, sin importar que se caiga en el error del llamado pinkwashing o lavado rosa, incluso en países evidentemente colonialistas y xenófobos.
En fin, ante tanta devoción lo único que queda es resistir y rezar (sí, rezar) para que ese ídolo caiga pronto y que crezca el llamado Orgullo Crítico.
¡Ah! Y no olvidemos que #AmorEsAmor – #HappyPrideMonth (¿?)
Fotografía cortesía de: Blog Ticketea
Guau, excelente crítica.
Es raro porque ahora los jóvenes celebran felizmente su sexualidad pero olvidan la lucha tras todo esto, olvidan que todavía hay transexuales que no han podido renovar su cédula pero sin embargo salen a la calle a celebrar lo que son pero no a EXIGIR lo que se les ha negado a OTROS, ya que la mayoría de sus participantes son personas que no han vivido en carne propia los prejuicios de una sociedad que señala, persigue y ostiga pero sólo a los feos, pobres y marginados.
Este mes no es uno orgullo ya que tenemos todos los días y meses del año para sentirnos contentos de quién somos, este mes debe ser de lucha para intensificar lo que se nos ha negado y por ende nos corresponde; derechos.