Casi con frecuencia, por no decir que a diario, quedo asombrado, perplejo y hasta me estoy acostumbrando de ver cómo en algunos países, su ciudadanía y sus sistemas políticos, sobre todo democráticos, y con una gran historia republicana y con tradición de respeto a los derechos, eligen o reeligen a partidos y a personajes políticos que se inscriben en latitudes o polos con características que se podrían denominar, desde la ciencia política, como de extrema.
Este aspecto es entendido como aquellas posturas, ideologías o pensamientos que se caracterizan por defender políticas que, a los ojos de la libertad, la democracia y el respeto por los derechos, son de cuestionar, sobre todo cuando tales extremos vociferan propuestas, leyes, y prácticas políticas con consecuencias dañinas para el Estado, la diversidad étnica y la dignidad humana.
Propuestas así como prohibir la entrada de inmigrantes a sus territorios; desconocer tratados en la defensa de los derechos, cuestionar el papel de los organismos multilaterales; imponer políticas regresivas en la búsqueda de la igualdad social y económica; prohibir el discernimiento, la oposición y la opinión de quienes se declaren sus adversarios políticos, ideológicos, o de aquellos ciudadanos que incitan a defender sus mínimos y básicos derechos. Eso sin desconocer la censura y el constreñimiento a los medios de comunicación, entre otras aberraciones.
Ese asombro, perplejidad y costumbre me llegan aún más en aquellos momentos cuando veo, escucho o leo que en Estados Unidos eligieron a Trump, en Brasil a Bolsonaro, en Italia a Salvini y Di Maio o, también, cuando me entero que en Venezuela y Corea del Norte muchos siguen obstinada y fanáticamente apoyando a regímenes y a claras dictaduras, como las de Maduro y Kim Jong Un.
Y finalmente, eso sin contar, que gracias a esa peligrosa extrema, Gran Bretaña, al día de hoy, sigue postrada en un gran litigio y discusión por su salida de la Unión Europea, con el famoso y ya trillado BREXIT.
Todos esos extremos, ya sean de inclinaciones o tendencias a la derecha o izquierda del espectro político, resultan ser el mejor ejemplo de populismo, que se define como aquel que aboga por las supuestas necesidades del pueblo, pero que resultan ser una trama demagógica decepcionante.
Para Laura Toro, en su artículo en la revista Diálogo Político, El populismo y la política de salvación en América Latina, es una práctica amoral e idílica, que contribuye, mas allá de su proyecto revolucionario, a deteriorar la democracia y los derechos (Toro, 2018)
Pero ante esta ola, surgimientos de extremas y crisis de valores democráticos, vale la pena hacernos una responsable y pertinente pregunta: ¿por qué la ciudadanía elige y sigue eligiendo a los extremos, a pesar de que estos son una comprobable y clara amenaza para la democracia y sus Estados?
Como todo, debemos entender los antecedentes o causas directas e indirectas de ese fenómeno, con el propósito de dimensionarlo desde un posible todo. Finalmente, la política del extremismo de un Bolsonaro o un Maduro no llegó por inercia o simple suerte, sino que fue gracias a unas dinámicas, fenómenos y crisis de nuestro siglo, de nuestra historia, de nuestros valores y nuestro sistema económico y social. En conclusión Bolsonaro y Maduro no son los directos responsables de sus cancerígenas políticas.
Las extremas son unas figuras representadas, más allá de ideologías o personajes, por crisis y fenómenos que tomaron un cuerpo equivocado con una política equivocada gracias, seguramente, a una ciega confianza y a una apresurada y desesperante búsqueda de esperanza o solución.
Esta esperanza o solución se necesitaba en el momento coyuntural, en el momento donde la historia mostraba un hecho crítico, haciéndose ver como la cura para sus males, pero que infortunadamente resultaron ser peor que la enfermedad.
Una de esas crisis a la que nos estamos erróneamente enfrentando mundialmente, es la incertidumbre y con esta, la desconfianza y la desesperanza, sobre todo de la política y lo público: bienes inmateriales que nunca debieron ser cuestionados o estar a la orden de la duda.
Lamentablemente, hoy están en disposición de ser los acusados -y con justa razón- ya que socavaron y se aprovecharon de la confianza de sus votantes, ciudadanos y comunidades que fueron utilizadas, en algunos casos, de manera injusta y vituperando sus derechos.
El fenómeno de la incertidumbre es un fenómeno que está generando socialmente una irracionalidad a la hora de tomar decisiones responsables en la cotidianidad de la gente, como por ejemplo al momento de elegir a sus representantes.
El mismo sociólogo Zygmunt Bauman, en la teoría de la Modernidad Liquida, ve a nuestra era como un periodo de inestabilidades y crisis de la ética, lo bueno y lo recto, fomentando dañinas consecuencias que, para el momento de la decisión, se tornan como una gran oportunidad (Bauman, 2000)
En este orden de ideas, las crisis son las catapultas y las plataformas para que las políticas y gobiernos de las extremas logren y convenzan a las masas, basando sus discursos en necesidades insatisfechas, nacionalismos exacerbados, oposición al tradicionalismo político, a la defensa de la política del odio y la superioridad, y a las falacias y demagogias de las cuales el extremismo populista se alimenta.
Otra de las causas directas o indirectas que se deberían debatir y que está precisamente a la orden de la crisis de nuestra era de la incertidumbre, es sin lugar a dudas, la crisis económica, esa que hace como nunca competir a todos; esa que busca la estabilidad individual por encima de la colectiva; esa que busca la salida de la pobreza, la falta de oportunidades y de la creciente y ya acostumbrada desigualdad.
Todas estas, que resultaron ser la mejor estrategia del discurso político de las extremas, son a fin de cuentas las responsables de varios de esos fenómenos, que en su papel tomaron la batuta de ser víctimas, fomentando así un descontento generalizado, tergiversando esas problemáticas económicas como consecuencias de las políticas de ayuda al migrante, de la globalización, del Estado de bienestar y la renta básica, del imperialismo, de la oposición o del sabotaje económico.
Esas crisis económicas que por obviedad son pan de nuestros días, no tendrían nada de discutible, sino fuera porque las extremas las avivan, se aprovechan, malversan y juegan con el sufrimiento, el miedo, el pánico, la incertidumbre y las necesidades de las personas.
Las extremas se muestran como salvadoras de esas crisis y generan otros fenómenos sociales, derivados de las ansias de poder y de la avaricia política como la xenofobia, los nacionalismos, los sectarismos, los paternalismos.
Esos conceptos que, a voz de Adela Cortina, son producto de la pobreza y de las erróneas políticas que contribuye a discriminar, excluir y separar de los que tienen y no tienen, o lo que ella llama, como la Aporofobia, el rechazo al pobre (Cortina, 2017)
Pero, a pesar de estar en una era de incertidumbre, aumento y surgimiento de vergüenzas históricas que nunca debieron resurgir, cabe repensar el papel de aquellas posturas y loables pensamientos que todavía tienen presente, eso que Aristóteles llamaba como el medio dorado, la virtud que nos ubica justo en el medio de los extremos, la Eutrapelia: un bien que el centro político debe seguir afincando en sus dignas actuaciones.
Para ello es necesario, junto a esta fortaleza, permitir que su discurso con acciones medibles, debatibles y comprobables sean la fuerza y la legitimidad que impulse sus políticas en sus diversas sociedades que siguen desconfiando de la política y sus actuaciones. Desconfían, sobre todo, los jóvenes, esos que cada vez miran a la política y su establecimiento como algo más lejano, pero que al final son a quienes el centro político debe permitirles participar, opinar y debatir.
Es necesario abrirles la puerta a aquellos que busquen dignidad, derechos y tranquilidad, pero desde una visión ecuánime, sin revanchismos, exclusión, odios, egos o fanatismos, esos a los que llamaba Amos Oz, como los que ciegan a una democracia. (Oz, 2004)
Todo lo anterior manifiesta que sin extremos, demagogia y populismos también se puede gobernar, participar y ser parte de la solución. No esa solución que te venden como la única y absoluta posible, sino esa que tiene en cuenta aquellos puntos de vista y propuestas basadas en la diversidad responsable, economía solidaria y, fundamentalmente, en el derecho a tener puntos de vista diferentes, así estos sean extremos.
Los extremos de Trump, Bolsonaro, Maduro, Jong y los que vengan, se acabaran cuando nos demos cuenta de que la Eutrapelia o el centro de la vida nunca debe llegar a bordes y limites que desborden la estabilidad de las democracias y el respeto por los derechos inalienables de todos y de todas.
Bibliografía
Toro, L. (2018). El populismo y la política de salvación en América Latina. Artículo de opinión. Revista Dialogo Político. Tomado de http://dialogopolitico.org/debates/el-populismo-y-la-politica-de-la-salvacion-en-america-latina/
Bauman, Z. (2000). La Modernidad Liquida. México. FCE
Cortina, A. (2017). Aporofobia, el rechazo al pobre. Madrid. Paidos
Oz, Amos. (2004). Contra el fanatismo. Madrid. Siruela
Foto cortesía de: Recon Colombia