En el actual contexto de violencia de género que se vive a diario, donde curiosamente el día de la madre históricamente en Colombia es el día con más riñas, muertes y violencia intrafamiliar reportado durante el año, surgen muchas dudas sobre el papel del patriarcalismo en dichas festividades.
En ese contexto es que surgen cuestionamientos de si la religión tiene algo que ver, ya que en muchas ocasiones a ella se le endilga la responsabilidad del pensamiento patriarcal que viven las sociedades latinoamericanas contemporáneas; y en medio de esos cuestionamientos surge una pregunta fundamental: ¿existe feminidad en la divinidad?
Frente a esa pregunta, el catolicismo ha resuelto con la hiperdulía (culto a la Virgen María) y con los cuatro dogmas marianos (perpetua virginidad de María, María madre de Dios, Inmaculada Concepción de María, Asunción de María), centralizar y sacralizar la feminidad en la figura de María de Nazaret, hasta el punto de conformar lo que se ha denominado el espejo mariano.
Es decir, que el comportamiento de todo seguidor de Cristo, sea hombre o mujer, debe verse en el paradigma de comportamiento de lo que fue María de Nazaret, en tanto modelo para las mujeres casadas, para las mujeres religiosas y para toda la iglesia en general.
En el seno de las tradiciones cristianas nacidas del proceso de la Reforma de 1517, la cuestión mariana suele pasarse por el filtro de las “cinco solas” (sola scriptura, sola fide, sola gratia, solus Christus, soli Deo gloria), o “cinco Solos” (sólo por medio de la Escritura, sólo por la fe Dios salva, solo por la gracia, solo a través de Cristo, solo para Dios la gloria), según se quiera, algo que aun cuando quisiera profundizar, emplearé para responder la pregunta sobre la feminidad y la divinidad.
El Evangelio de Juan, capítulo 1, versículo 8, afirma de manera categórica: “A Dios nadie le ha visto jamás, el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él lo ha dado a conocer”, por lo que, de entrada, es complejo decir que en efecto se puede determinar el género o el sexo de la divinidad, si no es por lo que Jesús de Nazaret, el unigénito Hijo, nos dice acerca de la naturaleza divina.
Más adelante en el mismo Evangelio, en el capítulo 4, versículo 24, Jesús afirma que “Dios es espíritu”, y considerando que lo espiritual no tiene ni sexo, ni mucho menos género, de entrada, Dios no tiene ni lo uno ni lo otro. Algo que resulta contradictor cuando el propio Jesús afirma que la forma en que debe uno llamar a Dios es “Padre nuestro” (Evangelio según Mateo, capítulo 6, versículo 9).
Y ese constante apelativo de “Padre nuestro”, es el que ha llevado a la iconografía cristiana a asimilar a la divinidad con un varón anciano, canoso, barbado y es lo que ha llevado a los cristianismos fundamentalistas y literalistas del texto bíblico a sacralizar la paternidad y por ahí mismo, al patriarcalismo.
Sucede con los católicos igual que con los pentecostales: si Dios se presenta como padre, es imposible pensar que sea mujer, pero a esos fanáticos, pareciera que el propio Jesús de Nazaret les preguntara: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, “hombre y mujer los hizo?” (Evangelio según Mateo, capítulo 19, versículo 4), un texto que como varios en la actualidad se interpretan de diversas formas, especialmente para rechazar la unión marital entre parejas del mismo sexo.
Ahora, el texto al que se refería Jesús era el texto del libro de Génesis, capítulo 1, versículo 27: “y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”; y aunque la cita que Jesús hace de ese texto está en el marco de un discurso suyo sobre el valor del matrimonio y la legitimidad del divorcio, lo que hay tras ello es la reiteración de que, si el hombre y la mujer fueron creados a imagen de Dios, en esencia, la divinidad tiene en sí misma los principios de lo masculino y lo femenino.
En otras palabras, al Jesús ratificar que Dios creó al hombre y a la mujer como imagen proyectada de sí mismo, en la divinidad existe tanto la paternidad como la maternidad. Existe entonces un Dios Padre, Dios Madre.
Algunos fanáticos afirmarán que la existencia de la maternidad divina no existe, ya que Jesús nunca se dirigió a Dios con el título de madre, lo cual tiene razón en parte, dada la prelación que Jesús le dio a la relación paternal con Dios, considerando el ambiente patriarcal en el que se desarrolló su actividad.
Pero, cuando Jesús exclama en el relato del Evangelio según Lucas, capítulo 13, versículo 34: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste!”, asume de manera tácita, implícita, el amor maternal de Dios hacia sus hijos, usando la más tierna de las fábulas y la más fuerte de sus parábolas: una gallina criando.
Finalmente, frente al tema de la maternidad de la divinidad cristiana, hay mucho todavía por reflexionar. Pero ojalá que los pastores pentecostales fanáticos, aquellos que salen a marchar exigiendo que las mujeres deben obedecer los mandatos sobre el aborto que realizan hombres machos, varones, masculinos sólo porque “la biblia lo dice”, recuerden que Dios creó al hombre y a la mujer como reflejo propio de su identidad y, a no ser de que Dios vaya en contravía de su propia naturaleza, no existe evidencia en el relato sagrado que permita inferir que exista una subordinación entre uno y otro que llegue a invalidar la igualdad que existe entre hombres y mujeres, en tanto imágenes ambas de la divinidad.