Esta es la historia de Mauricio Villamizar, un hombre de 38 años, pastor de una congregación cristiana en el sur de Bucaramanga, padre de 2 niños (gemelos de 5 años) y una niña (12 años), esposo de una bella dama, Margarita Álvarez.
Este relato desafortunado e indescriptible comenzó el día en que Mauricio emprendió un viaje rumbo a una ceremonia, con el fin de recibir unas ayudas para niños de comunidades con vulnerabilidades de pobreza. Todo pasó normal en su día, pero a la hora de regresar a su ciudad, a su hogar, chocó contra un camión; en ese transcurso recuerda que iba orando, ‘’Jesús es mi pastor y nada me faltará’’.
Ambulancias, bomberos y policías asistieron al lugar del hecho y lo dieron por muerto, ya que no tenía pulso. Un pastor de una iglesia cercana, se acercó al auto arrollado y aplastado por el camión e inició una oración por la persona fallecida. Al acabar la plegaria, se quedó un momento en silencio y escuchó que el hombre cantaba, en ese momento se dio cuenta de que estaba vivo. Avisó a las personas que estaban en el lugar, ellos fueron a revisar y sí: era verdad, estaba vivo. Lo sacaron del carro y lo llevaron de inmediato al hospital.
Informaron a sus familiares de dicho acontecimiento fatal, pasaron solo horas para que ellos llegaran. Tenía partida la pierna izquierda, el brazo izquierdo, las costillas y su pelvis; sin contar todas las cortadas y golpes que presentaba en todo su cuerpo.
Al pasar los días, al señor Mauricio le realizaron 24 operaciones. Duró 3 meses en el hospital. Cada día que pasaba presentaba desesperación, desanimo, ganas de morirse y de no saber nada de nadie. Su esposa angustiada solo quería ayudarlo, así que preparó todo para su salida y buscó otra casa que tuviera únicamente un nivel, que no constara de varios pisos, para que su esposo no tuviera que estar en un solo lugar, sino que pudiera estar cómodo en sus lugares preferidos (como la cocina).
Todo pasó como se planeó: cambiaron de casa, se acomodaron y trataron de vivir una vida normal hasta que, un día, recibió la visita de un amigo de la misma congregación, Fabio González, el cual le preguntó cómo estaba. Él le respondió que “bien, aunque siempre he estado adolorido, y como ves hay cosas que ya no puedo hacer físicamente… No estoy seguro de dónde quiero estar”. Luego, Fabio le hizo una pregunta que lo dejó pensando: ¿qué has aprendido de tu accidente y de la experiencia de recuperarte?
Mauricio le respondió, ‘’permitir que me ayudaran, que me acompañaran y que entraran en mi vida, he aprendido que el cielo existe’’. Su amigo le dijo, “¿qué significa eso? —y él responde —aquel día morí en un instante y estaba en el cielo”. Fabio, sorprendido de lo que dijo Mauricio, le pregunta con insistencia, “¿Por qué no lo habías dicho?”.
Incómodo, Mauricio le contesta: ‘’tengo dos motivos; uno, la gente creerá que estoy loco; y dos, no quiero volver a vivir esa experiencia, es demasiado personal, es mi secreto espiritual’’. Fabio le responde con voz alegre, “¿pero no te das cuenta de la fuerza que puedes dar compartiendo esa experiencia?, en la que Dios quiere que cuentes lo que viviste en el cielo’’. Al terminar esa conversación, su amigo le aconseja compartírsela a otra persona con la que sintiera confianza, para después poder contar su viaje a la congregación.
Reflexionándolo unas horas, Mauricio se lo comentó a su esposa Margarita y comenzó preguntándole si recordaba el día del accidente. Tuvieron una pequeña charla donde ella se preguntaba por qué Mauricio se había vuelto arrogante y sin ganas de vivir durante su permanencia en el hospital. Él sintió que le debía una explicación de su actuar en esos meses.
‘’Ese día morí en el accidente y cuando me desperté estaba en el cielo. No crucé ningún túnel oscuro, ni tuve la sensación de ir y luego volver, mi último recuerdo fue ver el puente y la lluvia, una luz me envolvió. No lo puedo describir.
Cuando volví a estar consciente estaba en el cielo, era perfecto, en ese momento supe que no necesitaba nada, no pensé en la tierra, en alguien. Sentía a Dios, aunque no podía verlo, pero lo sentía en todos lados, su presencia era natural, había quitado todo lo negativo y estaba rodeado de personas alegres, vi al abuelo, oí su voz.
Caminé entre ellos y me di cuenta de que tenían edades distintas, muchos no se conocían en la tierra, sin embargo habían influido en mi vida, la persona que me dio la bienvenida fue un amigo del colegio que había muerto en un accidente de coche (no entendía porqué se había ido y desde entonces no supe cómo afrontar su pérdida), también vi a mi bisabuela (la conocí cuando tenía osteoporosis); el cielo era muchas cosas, pero sin duda alguna fue la mayor reunión de todas.
A medida que avanzaba sentí un gran asombro, no tenía ni idea de lo que me esperaba, escuchaba música y un par de alas celestiales. Era la cosa más maravillosa y agradable que había oído, me acerqué a la puerta y cuando estaba a punto de descubrir lo que había al otro lado, volví a tierra.
Pasé mucho tiempo en el hospital encontrándole sentido, pero creo que ahora lo sé y me parece que ha llegado el momento de ir a la iglesia —al finalizar su charla, Mauricio le dijo a su esposa —eres mi regalo de Dios’’.
Al pasar los días de haber tenido esa conversación, Mauricio volvió a la congregación después de 5 meses. Al entrar en su silla de ruedas, todos los integrantes se levantaron al verlo. Mauricio solo pensaba: “puedo ser lento, pero devoto”. En fin, estaba listo para contar su experiencia.
Se paró teniendo equilibrio con su pierna derecha y dijo, “aquí estoy”. Comenzó cantando y luego en su oratoria contaba los sucesos del accidente, “Jesús es nuestro amigo, vi cómo Jesús estaba a mi lado, rezando conmigo, me cogía la mano. Lo recuerdo claramente, es uno de mis recuerdos más claros de ese hecho”. Finalizando su discurso lo aplaudieron hasta salir de la iglesia.
Un año después, sin tubos en su brazo izquierdo, pero con muletas y yeso en su pierna izquierda, entró a la iglesia y vio desde lejos a un joven en silla de ruedas con tornillos en su pierna derecha. Se le acercó, le dio su compasión y comprendió su dolor, su desánimo, le dijo “Todo se supera con ayuda de Dios y de la mano de tus seres queridos, ya verás”.
Desde ese entonces, en cada ceremonia de su congregación cuenta su experiencia, y cada día de su vida se pregunta por qué Dios lo dejó ver el cielo y se lo arrebató, pero está convencido de que es porque quiere que les diga a todos que Dios todavía obra milagros, que Dios es capaz de ayudarnos, de superar la pérdida, el dolor, el sufrimiento y que Dios nos está construyendo algo mejor. ”El cielo es real, pero por ahora nosotros estamos aquí”.
Con esta historia no se pretende manipular, influenciar o cambiar de ideología, religión o similares a la persona que lo lea, solo se quería contar una experiencia enriquecedora. Cada quien tiene el derecho de sacar sus propias conclusiones.