El 7 de abril es un día en el cual nos alegramos conmemorando el hecho de haber nacido: vivimos y/o hemos sido adoptados por «Curramba la bella», «La Puerta de Oro de Colombia», «La arenosa». Pero, debe ser espacio para reflexionar sobre lo que significa ser barranquillero, el pasado de nuestra ciudad, la actualidad y lo que esperamos seguir construyendo para esta.
Ser barranquillero debe ser más que Centros Comerciales, Junior, Carnaval de Barranquilla y de la Charranquilla adorada. El desarrollo de nuestra ciudad ha sido resultado de un largo proceso histórico, donde pareciera que nuestra historia no importa y estuviera plagada de olvido, de indiferencia y donde 2008 supone un año, el año en el que los redentores salvaron nuestra querida villa del atraso monumental.
Por tanto, esta oportunidad debe ser un ejercicio interesante de análisis histórico, acompañado de una posible prospectiva de futuro y un compromiso colectivo para aportar al desarrollo real de nuestra ciudad.
Una claridad básica: este aniversario es resultado de la conmemoración de los 206 años de la otorgación de Villa y la entrega de nuestro escudo de armas el 7 de abril de 1813, por parte del gobernador del Estado de Cartagena, Manuel Rodríguez Torices, como reconocimiento a la valentía de los barranquilleros y barranquilleras.
Esta conmemoración obliga que no olvidemos la Batalla del Chochar, que evitó que las tropas realistas se apropiaran de la población a orillas del río Magdalena. Este acto se celebró en la Casa LaCorazza, ubicada a un costado de la Plaza de San Nicolás, nuestro probable lugar de nacimiento como territorio estipulado.
Una historia que demuestra la valerosidad de un pueblo capaz de entender que la libertad era su mayor tesoro, pero que ha sido olvidada o más bien invisibilizada en la historia de un país contado desde el centro, donde la periferia es despreciada e ignorada.
Por tanto, nuestra historia no comenzó este día, ni tampoco comenzó en 1628 con la llegada de los pastores galaperos buscando agua y pasto para su ganado, ni tampoco fue refundada en 1992; ni mucho menos en 2008.
Nuestra historia es más antigua, se remonta a nuestros antepasados indígenas que habitaron la ribera del río Magdalena, comerciaban usando los caños del río y tenían una sólida economía ribereña, compartida con el resto de pueblos indígenas del partido de Tierradentro, nombre con el cual designó la ciudad Pedro de Hereda cuando la recorrió en la década de los 30 del Siglo XVI.
Barranquilla no fue fundada, fue resultado de una población de hombres libres, indígenas y negros cimarrones, alrededor de un atracadero de canoas y sitio comercial alterno a Cartagena, en medio de la Hacienda del español Nicolás de Barros y la Iglesia de San Nicolás de Tolentino, santo italiano al cual fue consagrado el floreciente asentamiento.
Eso hemos sido siempre: un sitio de libres. Por algo durante el siglo XIX fuimos receptores de las mayores migraciones provenientes de diferentes lugares del mundo: sirio-libaneses, judíos, estadounidenses, alemanes, italianos, españoles, árabes, chinos, japoneses, entre otros más.
Llegaban ávidos de colonizar esta tierra maravillosa, entrando por el muelle de Puerto Colombia, el cual llegó a ser el segundo más largo del mundo en su momento, dejando sus ilusiones y esperanzas. Dejaron sus huellas grabadas en nuestro ADN, nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestra forma de ser.
Ese ser Caribe es resultado de la mezcla del inmenso Mar Caribe, del Río Magdalena y de nuestra pujanza que fue traicionada durante todo el siglo XX por una clase política que sumergió a Barranquilla en un atraso monumental, sin servicios públicos de calidad, una crisis terrible de salud pública, un crecimiento urbanístico y poblacional a la buena de Dios y un desarrollo inexistente.
¿Será que los problemas actuales de nuestra ciudad no importan? Pareciera que esa imagen forjada entre millones de pesos invertidos en publicidad y comunicaciones, la cooptación del poder político, económico y cultural y una poderosa renovación urbanística nos hace pensar que verdaderamente somos «capital de vida».
El microtráfico, la informalidad laboral, el desempleo, las múltiples violencias que confluyen y crecen sin parar, las pandillas, la deficiente inversión social, el endeudamiento de nuestra ciudad hasta 2034, entre otras problemáticas más, deben ser espacio de reflexión para el horizonte de nuestra ciudad.
Sumado a esto, también debe ser materia de un diálogo colectivo el hecho del olvido de nuestra identidad, de nuestra historia, de nuestra memoria urbana, de cómo nuestra cultura ha sido absorbida por el Carnaval: una fiesta que cada día pertenece más a los grandes empresarios y menos a los actores culturales y el barranquillero de pie.
Por eso y muchas razones más, porque amo a mi ciudad, seguiré comprometido con trabajar incansablemente por ella, por aportar desde mis conocimientos a buscar un mejor mañana y el sol brille para todos los barranquilleros y barranquilleras, a profundizar la democracia, el diálogo y la búsqueda de alternativas para no seguir matándonos.
A seguir abriendo espacios para que jóvenes, niños, niñas y adolescentes puedan desarrollarse al máximo. A seguir aportando a la construcción de una Urbe diversa, pluralista e incluyente, donde todos quepamos sin importar ningún rasgo diferenciador.
A seguir tejiendo lazos, a seguir recuperando las memorias perdidas y aportar por generar confianza. A honrar el pasado, transformar el presente y aportar al futuro. Un nuevo pacto colectivo por la recuperación de Barranquilla es necesario y estoy convencido de que es posible, por lo que me comprometo a insistir ¿Y tú te comprometes a lo mismo?