Gaspar Astete fue un teólogo español, sacerdote jesuita, autor del catecismo que lleva su mismo nombre, el más reconocido y difundido para la enseñanza, cultivo de la moral, las buenas costumbres y los principios de la religión católica, apostólica y romana en Colombia.
Fue uno de los primeros catecismos aprobado por las jerarquías eclesiásticas (1599), buscaban frenar con ellos la creciente secularización de la vida social colombiana de finales del siglo XIX, retomados trescientos años después de haber sido editado en España como instrumento de control ideológico, político y económico.
La gendarmería religiosa fue concebida por el papa León XIII en su encíclica Rerum Novarum (1891), luego la Conferencia Episcopal Colombiana la convierte en política central para la enseñanza de la educación religiosa, la dirigencia política bipartidista se sumó al considerarla un bastión para atornillarse en el poder y los terratenientes y ganaderos convergieron en la estratagema al garantizarles el mantenimiento del status quo, en un país con población mayormente rural, pobre, analfabeta, con alta concentración de la tierra, crecimiento de las tensiones reivindicatorias por parte de un campesinado creciente, consciente y organizado.
La puesta en marcha de los postulados preconizados por Astete solo podían tener cabida en un gobierno fundamentalista, rancio, retardatario, conservador, feudalesco, intolerante, delirante.
En el gobierno de Rafael Núñez, bajo la figura del denominado Concordato (1887), el Estado Colombiano delega al Estado Vaticano: control absoluto del sector educativo —constitución de 1886—, instrucción obligatoria en primaria y secundaria, dirección de centros educativos oficiales, el privilegio en la evangelización de los indígenas, aportes del Estado para el sostenimiento de las escuelas de propiedad de la Iglesia, como también diócesis y misiones especiales.
Desde el punto de vista estrictamente educativo, pedagógico y didáctico, el catecismo de Astete se sostuvo sobre paradigmas de la escuela tradicional dogmática, donde el dogma predomina sobre la razón, la fe sobre la ciencia —el dogma no admite cuestionamiento, la ciencia sí—, en ella el maestro es protagonista activo, modelo y guía que se debe imitar y obedecer; el alumno (sin luz) es una tabula rasa (pasivo), mentes vacías para llenar de verdades vía repetición (verbalismo) y memorización; el castigo (físico, verbal y psicológico) es parte fundamental del método, permiten a criterio de sus defensores el avance de los alumnos.
Los castigos físicos fueron validados institucional y socialmente, bajo el sofisma «la letra con sangre entra», los maestros los aplicaban a los alumnos con la anuencia de sus padres: castigos como los reglazos en las manos, el jalón de oreja y la humillación pública como «acción correctiva» (exposición al sol, gafas de cuero, orejas de burro o arrollidar al infractor sobre granos de maíz, etc.).
Ya en la casa, el padre se encargaba de reforzar las «acciones correctivas» con tanta o más violencia a la aplicada desde la escuela, ni por ahí sospechaban «violencia genera más violencia», pues se trataba de métodos antipedagógicos, criminales, que prolongaban la intolerancia y la violencia.
Eran cuadernillos editados y producidos por las jerarquías eclesiásticas, con dogmas expresos e inmutables, de propiedad y uso exclusivo de sacerdotes, instruidos (maestros) o reconocidos confesos y practicantes de la fe (padres de familia).
En una sociedad en donde pocos sabían leer y escribir, no importaba que los alumnos entendieran el mensaje, la clave era que lo repitieran y lo instalaran en sus conciencias, así fue como se levantó una sociedad parroquial, sumisa, obtusa, obediente, manipulable, en donde se prohibe pensar, condenando a la ciudadanía a ser minoría de edad en el buen sentido kantiano-depender más de las prebendas del Estado y los intereses de sus clases dominantes, que de los intereses propios, autónomos o colectivos.
El modelo de Astete, luego de más de 100 años de implementación forzada, resultó ineficaz, errático, desenfocado y autoritario por sus métodos de enseñanzas premodernas. Este modelo resultó ser fuente de intolerancias y violencias ciudadanas, el radicalismo del bardo del Cabrero resumido en “Regeneración o catástrofe”, mutó hoy a “Refundar la patria”, cruzada del caballista, terrateniente y presidente eterno.
Uribe es el Astete de la Colombia del siglo XXI, sus doctrinas se han instalado en las conciencias de más de 10 millones de colombianos que se multiplican como verdolagas, lo siguen más como fieles que como copartidarios, además, aplauden y aprueban todas sus arbitrariedades, amenazas, mentiras y señalamientos, ciegamente.
Para conocer y defender las doctrinas ubérrimas no es necesario ser alfabeto, con memorizar y repetir lo que diga el líder en el foro es suficiente, él piensa por los demás y es menester acatarlo.
Latinoamérica en general y, Colombia en particular, son muestra fehaciente del fracaso pedagógico de Astete y Uribe, vidas empeñadas en adoctrinar semejantes. Por ejemplo, Uribe, maestro en señalar e incriminar a todo aquel que piense distinto o discrepe de él, permanentemente acude al maltrato verbal, psicológico y mediático. Es peligroso controvertirlo: estudiantes, maestros, opositores y líderes sociales lo pueden corroborar.
Al igual que Astete, Uribe es mucho más aventajado al conocer los principios propagandísticos de Goebbles —una mentira repetida suficientemente termina por convertirse en verdad—, apoyada por los nuevos instrumentos catequéticos (radio, prensa, televisión, redes sociales, etc.).
En tiempos de vigencia del catecismo de Astete se conformaban redes de seguimiento, control y vigilancia social, este partía desde la escuela, la iglesia, la comunidad y, por supuesto, los padres de familia, todos al unísono contribuían al logro de los objetivos.
El uribismo de igual manera acude a algo muy similar, las redes de informantes, mecanismo de vigilancia especial a todos aquellos que subvierten la armonía liberticida, laberinto empeñado en sembrar el miedo, la desesperanza, la ignorancia, oscurantismo y no futuro entre las futuras generaciones.
El empecinamiento y lucha frontal de Uribe contra la educación pública demuestra su miedo al rol emancipatorio, estratégico, alternativo, radical para remover los esquemas mentales profundamente arraigados, con ellos se maleducó él y muchas generaciones de compatriotas.
Lo educativo es un campo de batalla ubicado en posiciones de vanguardia, no es gratuito entonces que pretenda asfixiarla financieramente al trasladar recursos públicos a escuelas privadas, como cuando se financiaba estatalmente a las escuelas religiosas en tiempos del Concordato.
El bullying está entronizado en las instituciones educativas de Colombia y el mundo. En nuestro país son antecedentes remotos la aplicación de métodos supuestamente correctivos para disciplinar y aconductar estudiantes, imponer una ideología y un pensamiento único, centrales tanto para para el catecismo adoctrinante de Astete, como para el catecismo sancionador de Uribe.
La ira irrefrenable del expresidente contra los jóvenes y su maestro al sostener el aviso «Espacio Regional de Construcción de paz de los Montes de María #AbrazamoslaJEP», en el marco de las actividades pedagógicas curriculares de la cátedra de paz, son una remembranza de las humillaciones públicas como acciones correctivas contempladas por el catecismo de Astete.
Las sociedades posmodernas y el nuevo orden constitucional colombiano defienden una educación que enseña a pensar antes que obedecer, laica, no moralista, ni para cavernícolas, con libertad de cátedra, de cultos, no confesional, que propicie el pensamiento crítico, científica, financiada por el Estado, un derecho y no una mercancía, con pluralismo pedagógico, autonomía institucional, al servicio del desarrollo integral y humano del país, valorando la importancia del disenso (diferencia no es enemistad, podemos pensar, sentir y actuar diferente, sin ser enemigos ni rivales).
Foto cortesía de: La Fm
Es evidente que el autor odia la ley natural y la fe y su aplicacion etica pro familia y vida.
Excelente paralelo entre el catecismo de Astete y el del presidente eterno.