El departamento de córdoba, uno de los más pobres del país, es bañado por el río Sinú: el tercer río más importante de Colombia según los libros de texto locales. El majestuoso cuerpo de agua, que cruza el departamento de sur a norte desde el Nudo del Paramillo hasta Bocas de Tinajones en el mar caribe, es la columna vertebral del departamento, y de la explotación de sus recursos depende gran parte de la economía de los pueblos aledaños, siendo la pesca y actualmente la extracción de arena del fondo del río, las principales actividades realizadas.
En un viaje de unos días que hice a un pequeño caserío, llamado El Playón, en la cuenca baja del río, mi atención fue raptada por una imagen peculiar: grandes pilas de arena eran alimentadas por un ejército compuesto por decenas de personas armadas de palas.
Según me dijeron, cada quien trabaja a su ritmo tratando de subir arena negra desde una pequeña embarcación en el río hasta la pila, subiendo por una pendiente natural que genera el lecho del río, pero desde lejos es posible ver cómo sus movimientos parecen coordinados al punto de parecer un enorme engranaje mecánico.
Al poco tiempo de estar allí me hice amigo de Andrés Martínez, un joven de veintitrés años, alto, moreno y delgado, que se dedica a la extracción de arena en el río Sinú hace más de cinco años. Él es un lugareño que me describió con pelos y señales de qué se trataba todo aquello que vi.
Me explicó, con la paciencia de los profesores que ya no hay, que debido a la falta de empleo formal el oficio más rentable, para personas sin estudios es el de sacar arena del fondo del río Sinú, y a quien hace esto se le llama “arenero”. Además supe gracias a él que este oficio tiene distintas ramas que podríamos llamar especializaciones, por lo que no hay un solo tipo de arenero, sino que hay por lo menos tres tipos.
Para sacar arena del fondo del río necesitan una embarcación casi rectangular de aproximadamente cuatro metros de largo y medio metro de alto, que ellos llaman canoa arenera. Estas embarcaciones tienen la capacidad de soportar el peso de cuatrocientos cincuenta latas de arena antes de hundirse. Las canoas son alquiladas por grupos no mayores a diez personas.
Dichos grupos son llamados “cuadrillas”, y en ellas podemos encontrar areneros de dos tipos: los “buceadores”, encargados de nadar hasta el fondo del río con baldes de plástico o de metal, atados a una cuerda que es sostenida por un arenero “halador”, el cual se encarga de tirar del balde de plástico lleno de arena. Luego, están los “paleros”, que son los que se encargan de descargar la arena de las canoas una vez llenas, para que esta arena sea finalmente vendida a la industria de la construcción como materia prima para bloques de cemento.
Una noche en el billar, donde suelen reunirse los areneros a departir sanamente, comencé a hacer bromas a Andrés respecto a su trabajo: le dije- en tono jocoso- que sacar arena era muy fácil de hacer y que yo podía ganarle en el trabajo de bucear.
Para estas personas este es un oficio que requiere fortaleza y hombría, de tal forma que los mejores areneros (los que sacan más) son considerados más hombres. Luego de mis bromas Andrés me dijo: “yo quiero ver qué es lo que hablas (…) quiero ver qué tan hombre eres” y luego de esto me invitó a trabajar con su cuadrilla por un día.
Todo comenzó para mí a las nueve de la mañana, era una mañana nublada y fresca, por suerte no había llovido, pues, de haber sido así no habría podido salir de la habitación dispuesta para mi hospedaje.
Me dirigí luego de desayunar a casa de Andrés Martínez, Llegué a su casa con un buenos días; el me recibe con un: “vamos pa’ allá, a ver qué es lo que eres tú”. Él se encontraba desayunando, su jornada había empezado cinco horas antes a las cuatro de la madrugada.
Luego de que Andrés ingiriera la primera comida del día, salimos junto a sus dos primos, José y Carlos, de catorce y diez años respectivamente. Mientras caminábamos por las polvorientas calles del pueblo, Andrés me puso al tanto de las vicisitudes del oficio, me dijo: “el trabajo más difícil es el de palero, se mata uno mucho y no gana casi” haciendo referencia a los que descargan la arena de las canoas en tierra por noventa mil pesos a la semana.
Por cada calle recorrida Andrés saludaba en voz alta a sus colegas, en este caserío, de 300 familias aproximadamente, más del ochenta por ciento de la población masculina se dedica a esto a falta de un empleo formal.
Luego de una larga caminata por las calles en dirección al sur, finalmente enfilamos rumbo junto a la ribera del Sinú, atravesamos una arboleda y llegamos al lugar de trabajo. Allí esperaban a Andrés sus demás compañeros de trabajo. Al verme le preguntaron: “¿y este qué?” a lo que respondió en un tono jocoso de mamadera de gallo: “un experimento”.
El lugar de trabajo era un banco de arena, había menos de un metro de profundidad, sin embargo, había huecos cavados por otros areneros que podían llegar al metro ochenta. Atada a unas varas se encontraba una canoa arenera, estas tienen capacidad para por lo menos cuatro metros cúbicos de arena. Alrededor de la canoa había tres varas de madera clavadas en el fondo del río que en mi inexperiencia pensé que solo eran para marcar las zonas de extracción.
La canoa debía ser llenada con baldes de plástico con pequeños agujerillos en la parte de abajo para drenar el agua. En promedio debíamos sacar del agua 250 baldes llenos de arena. Para llenar los baldes el buceador debe sumergirse, enterrar el tanque y empujarlo lo más fuerte posible contra el fondo arenoso para luego sacarlo.
En esta oportunidad no había que esforzarse mucho, algunos deben bucear hasta los dos metros, los más experimentados hasta tres. Sin más rodeos tome mi balde, hice mi primer intento: cuarenta segundos después el resultado fue un tanque sin arena y las risas de José y Carlos.
Luego lo volví a intentar, cinco, diez, quince, veinte veces sin éxito alguno. José cansado de verme fracasar tomó un tanque, se sumergió y saco a lo menos cuatro dedos de arena, me explicó que para poder empujar el tanque debía apoyarme en las varas de madera, pues para eso estaban ahí.
Enterado ya de la verdadera función de las varas de madera comencé a usarlas con excelentes resultados, en mi primer intento logré llenar el fondo del balde, ya en el segundo lograba un octavo, para el quinto intento logré cuarto y ahí me estanqué: por momentos lograba llenar un cuarto de balde y en otros solo sacaba agua.
En una situación de mucha inspiración enterré el balde en la arena y empuje lo más que pude, luego de acalambrarme las piernas de tanto empujar apoyado en la vara, intenté salir a la superficie y me fue imposible, casi sin oxígeno apenas logré impulsarme en el fondo para salir del agujero en el que me encontraba, ya fuera del agujero con el agua a la cintura vi el resultado de la inmersión: llené el balde hasta la mitad.
Mientras tratábamos de llenar la canoa entre Andrés, cuatro de sus compañeros y mi persona, José trataba de ayudar cuanto podía encima de la canoa. Sergio un compañero de Andrés le dijo: «hombre bájate de ahí. No te desesperes que este va a ser tu trabajo apenas salgas del colegio” el comentario me heló la sangre.
Un arenero no alcanza a ganar el salario mínimo; un palero logra noventa mil pesos si va a diario; un buceador, al igual que el que hala el tanque para cargar la canoa con arena, gana ciento cincuenta mil pesos. Por si fuera poco, se ven expuestos a enfermedades de la piel, los oídos y afecciones musculares.
La jornada en la que participé duró tan solo dos horas, pues a las doce del mediodía, se habían llenado las dos canoas areneras que faltaban. Una vez concluido el trabajo, Andrés y yo fuimos río abajo en la canoa hasta el “puerto arenero” (lugar de descargue de arena) donde unos paleros contratados por él y sus socios pondrían la arena en tierra y luego en un camión una vez fuera vendida.
Mientras la corriente nos arrastraba río abajo, vi cómo otros areneros se dirigían al mismo banco de arena del que nosotros proveníamos y, más cerca al pueblo, vi los paleros en su faena. Una vez llegamos al puerto entregamos la canoa a los nuevos encargados, ellos hacían bromas a Andrés: “Andrés, ahora que llegue a su casa va es a tirarse en la cama” y pensé que si yo me hubiese levantado a las cuatro de la mañana a hacer tan duro trabajo pues no podría hacer más que eso.
Foto cortesía de: La Razón