Generalmente esperamos que el artista esté del lado de la víctima. Por empatía, por sensibilidad. Son críticos del Establecimiento y los atropellos. Solo la historia del Rock, por ejemplo, nos muestra a tipos irreverentes, iconoclastas y contra cultura. Que se sienten con el derecho (casi) divino de la protesta social.
Sin embargo en Colombia hemos tenido la suerte, que como bien se sabe puede ser mala o buena, de tener músicos que le cantan al oprobio y la infamia, pero no para criticarla, sino para alabarla y llenarla de la gloria que no tienen. Así los vemos cantándole al uribismo y gritando a voz en cuello que “viva la tierra paramilitar”. Los vemos arropándose con banderas que representan opresión y vejamen. Así van a Israel a cantar en un lugar en el que a menos de treinta kilómetros son masacrados niños y mujeres porque son palestinos.
Al parecer le pedimos mucho a nuestros artistas. Les pedimos que entiendan de política. Pero no es solo esto, no es solo política, sino empatía. Entendemos que un magnate de las telecomunicaciones salga a organizar un concierto con una derecha des-legitimada, y lo haga con bombos y platillos. Pero un artista no debería hacerlo, esencialmente porque el arte se nutre del dolor del otro: es en la otredad donde se construye el espíritu del artista.
Muchos dirán que el concierto por los venezolanos era una manera de estar del lado del otro, del sufrimiento del otro, del lado de la crisis migratoria venezolana; sin embargo, hay serias evidencias de que no hay tal preocupación humanitaria, sino una injerencia política, que está mediada por el petróleo y las rentas que se manejan a través de él.
Para entender todo este tema de la ayuda humanitaria, que no es la primera ni va a ser la última, podemos buscar ayuda de académicos que han estudiado la política e imperialismo norteamericano por décadas. Según Chomsky: “El concepto de ayuda humanitaria es casi todo acto agresivo realizado por cualquier potencia que, desde el punto de vista del agresor es una ayuda humanitaria, pero no desde el punto de vista de las víctimas”.
Según Chomsky, quien también es lingüista y politólogo, “Estados Unidos lo reconoce públicamente y se entiende en el terreno del imperio tradicional”. De ahí que podamos comprender que apoyar esta supuesta ayuda humanitaria es apoyar a un imperio cuyo único interés es el petróleo y catapultar su economía.
Otro asunto que nos permite evidenciar esto es la manera en que se elige a quiénes se llevarán sus “ayudas” humanitarias. Nunca verán al gobierno gringo llevando ayuda humanitaria a un país como Haití, puesto que allí no hay petróleo aunque sí muchos seres humanos muriéndose de hambre. El recorrido que hacen las superpotencias con las ayudas humanitarias es un camino que deja en claro que no les importan las víctimas, sino sus riquezas y la posibilidad de tenerlas bajo su control.
El músico debe formarse no solo en música, sino en empatía, sobre todo en empatía. Un artista debe ser lo suficientemente crítico como para darse cuenta de que no es un pueblo lo que están representando, sino una postura política y económica.
Roger Waters nos pregunta de manera muy acertada: ¿quieren que Venezuela se convierta en otro Irak, Siria o Libia? Y concluye diciendo que él no quiere eso y el pueblo venezolano tampoco quiere eso. Al parecer, los únicos que no saben si eso es lo que quieren son algunos artistas colombianos, esos músicos que van a donde los contratan solo porque pagan bien. Como lo han hecho Juanes y Vives en conciertos pro-sionistas, envueltos en banderas de pueblos que vejan otro pueblos.
Mercenarios de una paz cosmética