Pelemos también las granadillas, manzanas, peras, piñas y empaquémoslas al vacío, qué putas, la moda es pelar —no solo al que piensa distinto—, sino también todas las frutas.
Es una moda que se ha venido haciendo visible en las redes sociales. Causa indignación en algunos, en otros, los que prefieren una estética imaginaria, alegría. Y hablo de esa estética imaginaria, porque las frutas se ven bien cuando están peladas: son jugosas, generan un poco más de confianza en su calidad. Pero esa estética, —que, en últimas, es una excusa más para que un producto del campo cueste tres, cuatro o cinco veces su valor inicial; sin que por ello se le pague mejor al campesino—, termine llenando los mares de basura.
Las cifras son espantosas, según un reportaje publicado por el World Economic Forum, el 95 % del plástico solo se utiliza una vez. Esto es tan sencillo como reparar el uso de una botella de agua o gaseosa: se gira la tapa, dos o tres segundos, mientras que se sorbe, y a la caneca.
Toda esa basura, normalmente, termina en las calles, espacios públicos y el océano. En estimaciones, según el mismo estudio, equivale a ocho millones de toneladas de plástico, algo así como un camión de basura tirando su carga en el mar cada minuto. Es por eso, que, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), cada año, como causa del plástico, mueren más de un millón de pájaros y más de cien mil mamíferos. Y, se calcula, que para el año 2050, si se sigue produciendo en tal cantidad, habrá más plástico que peces en los océanos.
Al genio que se le ocurrió la idea, la planteó porque, según él y sus teorías en oferta y demanda, muchos seres humanos somos así: vamos de afán y nos da pereza ponernos a separar las frutas buenas de las malas; nos da pereza pensar en el daño tan grande que se hace al cambiar cáscaras que se degradan fácilmente a un plástico que tarda hasta quinientos años; nos da pereza coger un cuchillo y pelar un aguacate.
A muchos, como lo escuché esta mañana en una emisora nacional, les es antiestético comer aguacate dentro de la misma cascara. Entonces el genio, después de mirar el techo y escuchar opiniones, pensó: empaquémoslas al vacío, peladas, separadas, lavadas y sin pepa. ¡Me haré millonario!
Desde ahí los supermercados de cadena comenzaron a ofrecer frutas empacadas en basura. Aguacates, naranjas, papayas, en fin, la lista es larga. Como es larga la basura que llena las canecas y los rellenos sanitarios, rellenos que tienen vida útil de pocos años. Y es que esa inconciencia nos sale cara, en Bogotá, en el año 2014, por ejemplo, según la Unidad Administrativa de Recursos Públicos (UARP), cada mes se recogían en las calles 12 mil toneladas de icopor, un material que tiene muy poco valor comercial en el reciclaje y que es difícil de transportar y tratar, por eso termina invadiendo el poco espacio de los rellenos. Además, su tiempo de descomposición es eternamente largo: puede ir desde quinientos, a mil años.
Colombia, que ha buscado, con poco interés, disminuir el uso del plástico, está esperando mucho para impedir que se siga llenando de basura el planeta que nos pertenece a todos. Mal es recordar que, para muchos políticos y empresarios, importa más la cantidad de billetes que reposan en sus cuentas bancarias —donde se incluyen paraísos fiscales en Panamá— que la vida de animales que no tienen voz para protestar.