Cuando uno pensaba, ingenuamente, que Carlos Holmes Trujillo, dada su trayectoria política y sus años de experiencia en las arenas de la cosa pública, podría ser un buen canciller, resultó que también es uno más de los miembros del gobierno que, al parecer, está a las órdenes del “presidente eterno”.
Después de varios años de tener un buen nombre en el ámbito internacional, Colombia empieza a ceder terreno en materia diplomática y el canciller ni se inmuta. Por el contrario, su carácter sosegado y más tranquilo, que lo había diferenciado un poco de los uribistas recalcitrantes que quieren confrontación a toda hora, y que era una característica que podía jugar a su favor para manejar la Cancillería, se ha transformado para mal, y ahora grita, vocifera, habla duro y pide, en nombre del país y por órdenes de Duque —que a su vez pareciera recibir órdenes de Uribe—, que no se respeten los protocolos de ruptura de diálogos con el Eln, que se reconozca a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela y, fuera de eso, nombra a personas cuestionadas en embajadas y consulados.
Frente a lo dicho en cuanto a los protocolos firmados por el Estado colombiano como garantía en las negociaciones con el Eln, El Tiempo resalta la visión de algunos conocedores de la materia: “el profesor de la Universidad del Rosario Enrique Prieto (aseguró) que Colombia es un país que siempre ha buscado la paz y ha cumplido en todas las negociaciones con los protocolos pactados para este fin, lo que ‘demuestra que –tanto la paz como los mecanismos para tratar de alcanzarla– sí son una política del Estado que, además, varios presidentes han llevado a cabo’ ”.
El expresidente Ernesto Samper también dio su opinión: “El Gobierno no puede escudarse en el argumento peregrino de que no participó en la mesa de negociación porque, a la luz de esa consideración, los acuerdos con las Farc serían inválidos para este gobierno, y eso es inaceptable”. Aquí las declaraciones registradas por El Tiempo.
La diplomacia, por simple definición que se puede encontrar en Google, es una “ciencia que estudia los intereses y las relaciones que se dan entre unos Estados y otros”, pero las buenas relaciones, agregaría yo, porque no se trata de que a través de ella los contactos, los negocios y las cooperaciones con otros Estados se empañen o empeoren. Siempre habrá que buscar que, mediante el diálogo, y las vías pacíficas, los problemas que se puedan generar en otras naciones, o con la nuestra, se arreglen o, por lo menos, mejoren.
Dicho lo anterior, no es entendible que ahora Colombia vaya a dañar las relaciones con Cuba, con Noruega, con China o con la misma Venezuela, que aunque siempre han sido tensas y no muy buenas, es un país vecino con un pueblo al que hay que ayudar, y eso no se hace azuzando a la comunidad internacional para que, en aras de la democracia, se pueda generar una confrontación militar o una guerra civil con consecuencias inimaginables.
Maduro es un chafarote, un dictador, un sátrapa que debe abandonar el poder si es que dice querer y luchar por su gente, eso no tiene discusión. Pero la labor diplomática de Colombia, y de cualquier otro país, no debería ser la de reconocer presidentes autoproclamados sino, como lo hicieron México, Uruguay y, más recientemente, Francia, Alemania, el Reino Unido y España, aupar diálogos y salidas civilizadas a la crisis.
En estos pocos meses el país ha dado varios pasos hacia atrás en materia diplomática, no hay duda. En los ocho años del gobierno Santos se logró que el ambiente belicoso y de confrontación que teníamos con otros países se transformara y que el país pasara de ser un inconveniente a ser uno que propiciaba las salidas negociadas y consensuadas a los conflictos. Es claro que la visión del gobierno Santos era una más cercana a la paz interna y externa de la nación, lo que su antecesor poco a poco fue destruyendo.
La excanciller, María Ángela Holguín, le dijo al diario El Tiempo, unos días antes de su salida del cargo, que “uno de los principales logros fue la diversificación de los temas de la agenda con los socios tradicionales, países como Estados Unidos, España, Inglaterra, Alemania, Francia, donde pasamos de hablar solo de drogas, narcotráfico y derechos humanos, a temas que aportan al desarrollo del país como educación, ciencia y tecnología, desarrollo agrícola y comercio. Por supuesto, seguimos con el tema de seguridad en la agenda, pero no concentrados en ello. Diversificamos y ampliamos contactos con nuestros socios en el mundo, nos concentramos en aquellos temas que sin duda ayudan al crecimiento del país. Lo que logramos fue una universalización de la presencia de Colombia en el mundo”. Aquí pueden encontrar el balance de Holguín en materia diplomática.
Esas pequeñas muestras nos tenían mejor. Hoy por hoy, los temas manidos y mal manejados de las drogas y la seguridad vuelven al primer plano. Es decir, parece que volvió la “seguridad democrática” y, con ella, una turbulencia en el país y fuera de él, que nos pondrá a padecer a todos. Por supuesto, el gobierno Santos tenía en Estados Unidos a Obama, otro nobel de paz con el cual el mundo parecía mejor.
Hoy, Trump, Bolsonaro, y otros representantes de la derecha latinoamericana, y vaya uno a saber si hasta Duterte, son los mejores amigos de Duque. Así es difícil que la paz, la reconciliación y las buenas maneras entre las naciones prosperen.
Ahora bien, ni qué decir de los polémicos nombramientos que se han hecho en el exterior por cuenta, no de una carrera diplomática seria, sino producto de amiguismos y de cálculos políticos: Alejandro Ordóñez, Francisco Santos, Viviane Morales, por citar solo algunos. Dirán muchos que el que gobierna lo hace con sus amigos y que los cargos en embajadas y consulados siempre se han manejado así. Quizás tengan razón, pero no está de más impulsar la carrera diplomática y consular para que esa cargos sean ocupados —por méritos, claro está—, por verdaderos conocedores de las relaciones internacionales que, en vez de estar generando conflictos, trabajen por conseguir acuerdos.
Algunos nombramientos fueron dados a conocer, en su momento, por el representante David Racero, y la verdad es que muchos de ellos dan de qué hablar. Aquí se pueden ver.
Por estos días se supo, además, que Fernando Sanclemente, colaborador en la campaña de Duque —¿ese es el mérito?—, fue nombrado embajador en Uruguay.
Como vemos, la Cancillería no es la que era y, aunque la carrera diplomática siempre ha sido objeto de varias polémicas, sería bueno que algún día se le diera la real importancia que tiene. Por lo visto, en este gobierno tampoco fue.
Adenda. Ahora nos vienen a meter el cuento de que Everth Bustamante fue a negociar con el Eln, solito, por su cuenta, de puro altruista y con el fin de salvar la patria y que el gobierno no sabía ni lo autorizó. Muy raro, porque antes había dicho que no había habido acercamientos y resulta que Miguel Ceballos aclara que el único autorizado era él como comisionado de paz, lo cual indica que sí los hubo. Que no nos vengan a creer tontos.
Usted está hablando del respeto entre naciones esa es diplomacia y es correcto lo que usted quiere expresar, pero de inmediato llama al presidente legítimo de venezuela Nicolas Maduro chafarote sartrapa, no está aplicando lo que usted quiere dar entender en este artículo entonces no borre con el codo lo que escribió con la mano
Totalmente de acuerdo Mauricio. Hemos vuelto a ser la finca llena de traquetos qué hay que exterminar y no un país con vocación de grandeza lleno de talento y de buenos trabajadores. En eso resumiría la gestión diplomática con su agenda antinarcóticos y de seguridad (que paradójicamente producirá más muertes que en el pasado gobierno.
De acuerdo con este análisis. Es inmensa la diferencia
entre un estadista que ha trasegado escenarios intnles
como Santos y un títere inepto, desconocido, exbibliotecario BID y peón del arriero y matón Uribe.
Quieren tanto a EEUU, entonces apliquen la carrera
diplomática que allí aplican y exige el congreso fuera
del gusto del presidente que sea.
Saludos.