Quisiera creer que este año que acaba, que por fin acaba, somos un país mejor que el año anterior. Que somos un poco menos pobres, no de bolsillo sino de corazón y de mente. Quisiera creer que habitamos un lugar más amable y digno para vivir y que nuestros hijos nos agradecerán cuando estemos viejos por hacer de este un país sin miedos, sin mentiras y en el que se pueda realmente vivir a plenitud.
Pero miro alrededor, leo los periódicos, escucho los titulares de los noticieros y veo que no es así. Veo que mis deseos al igual que los de muchos se diluyen en la misma podredumbre que nos acompaña desde siempre. Veo que seguimos siendo el mismo lodazal en el que se normaliza la violencia y se aprende a vivir con el olor a plomo recién disparado.
Este año seguimos siendo uno de los países más desiguales del planeta en el que romantizamos la pobreza para darle un toque más llevadero para quienes la padecen, y contribuimos para que la brecha entre estos y los dueños del poder y la riqueza sea aún más grande.
Este año que termina dormimos todas las noches con la violencia como compañera, y esperamos pacientemente los titulares de la mañana para encontrarle su renovado ímpetu dibujado en los rostros de los nuevos muertos del día, como si fuera la cosa más normal y mas aceptada.
Este año que acaba creímos que tuvimos la oportunidad de acabar con el más grande cáncer que pueda soportar sociedad alguna: la corrupción, la maldita corrupción que ha acabado con más vidas que la guerra misma. Es que creer que la única violencia que mata es la que profiere el asesino es tal vez la explicación más facilista y simple con que se puede entender un país como el nuestro.
La corrupción es también una forma despiadada de violencia que ha matado niños de hambre, que ha quebrado las finanzas de pueblos enteros dejando a sus habitantes en la más profunda desesperanza, que ha aniquilado las posibilidades de estudio y superación de toda una generación de jóvenes sin oportunidades. Esa también es una manera de matar. Y nos han matado. De alguna manera a todos nos han matado un poco. Este año de alguna manera una parte de todos nosotros ha muerto.
Tuvimos en nuestras manos sentar el más grande precedente en contra de los corruptos, pero muchos decidieron que el asunto no era con ellos, que para qué salir a votar si no había tamal ni los 20 o 30 o 40 mil pesos a los que la corrupción los tiene acostumbrados.
Este año fuimos el país que condenó a unos particulares por la compra de votos a favor de una candidata a senadora, pero la senadora salió indemne e incólume del impase. Simplemente no le pasó nada y en cambio sigue ocupando su escaño con total desfachatez.
También fuimos el país que permitió que un fiscal general de la nación se burlara del país entero atornillándose al poder abyecto y malogrado a pesar de las pruebas que le incriminan, a pesar de quedarnos la frase grabada en la mente «jijijiji, hijueputa, esa es una coima marica».
Pero el fulano sigue allí, en su trono, pontificando en contra de una corrupción que supuestamente él combate, cuando en realidad es él su mejor y más visible exponente.
Este año nos quedamos con la imagen de mujeres agredidas y violadas y de niños arrastrados por la más grande miseria humana de hombres viles y desgraciados que cegaron sus futuros por complacer sus más ruines instintos mientras las cifras de estos atroces delitos siguen en aumento.
Como también sigue en aumento el número de líderes sociales asesinados sistemáticamente sin que la cifra, por muy alta que sea, logre conmover a esta sociedad indiferente que opta siempre por mirar para otro lado cuando la responsabilidad histórica requiere enteramente de nuestra atención y repudio.
2018 nos deja con un presidente de mentira, obediente y sumiso, que sin reparos le mintió deliberadamente a sus votantes en campaña para complacer a su jefe. Ya en el solio de Bolívar se ha dedicado a hacer todo lo contrario a sus promesas y ha pasado buena parte de su tiempo demostrándole al mundo que su vergüenza no podría caer más bajo.
Canta, toca guitarra, hace cabecitas y nos engaña con falsos positivos como el secuestro del niño Cristo José, que aún no termina de explicar, mientras entierra en las brumas del olvido el secuestro de Alberto Cardona Sanguino, el niño desaparecido en la Sierra Nevada de Santa Marta, el cual parece ya no importarle a nadie. Pero el subpresidente no tiene la culpa: su función es meramente protocolaria y lúdica.
Le pagan por seguir el libreto y jurar obediencia
Al ver a nuestro presidente ad hoc nos recuerda el periodo aciago de Dmitri Medvedev en la Rusia de Vladimir Putin en el que al mejor estilo del buen ventrílocuo su títere actúa a placer de su dueño y de su público enardecido.
Otra de las noticias más sonadas durante esta vuelta al sol que ya termina es la de la tragedia humanitaria del hermano pueblo venezolano, que ha elevado la solidaridad de algunos cuantos colombianos pero que a su vez ha dejado ver los atisbos de la xenofobia y la pobreza humanitaria de otros tantos.
A esto se le suma el oportunismo político de algunos sectores que sin rubor en sus rostros utilizaron sin remilgos el hambre de los errantes venezolanos para asustar a los incautos sobre la posibilidad de caer al nivel de crisis del vecino país, como si aquí no viviéramos y padeciéramos día a día desde hace décadas un abandono del Estado que alcanza el 60 por ciento y como si la pobreza en Colombia estuviera recién inventada.
La crisis del país vecino nos sirvió para olvidar que los niños de La Guajira se nos están muriendo de hambre en nuestras narices pero nuestra indolencia nos impide actuar en función de ello. Sentimos pánico de ver los estantes vacíos en los supermercados del hermano país, pero olvidamos que aunque aquí las grandes superficies se encuentran abarrotadas de alimentos, aún hay miles de familias que padecen hambre y miseria y no tienen nada para llevar a su mesa.
La realidad empírica lo que nos muestra es que el miedo de volvernos Venezuela es el mismo miedo que tienen otros países de volverse como Colombia.
De igual manera en este tiempo fuimos el país que aún cree que el ladrón de cuello blanco que desfalca millones es menos hampón que el raponero de la esquina o el fletero que asalta en la puerta de su víctima, y aceptamos compartir a manteles con el primero en sendas reuniones sociales, mientras que renegamos de la cercanía con los segundos, como si no fueran todos ratas de la misma índole.
Nuestra normalización de la corrupción y nuestro propio descaro ante la aceptación de la comisión de delitos nos llevó a escandalizarnos más por unos pocos fajos de billetes metidos en una bolsa plástica por parte de un político, que por los tres mil millones de dólares desfalcados en Reficar. Así somos: a veces un árbol nos impide ver todo el bosque.
Este año, al igual que todos los años fuimos mucho menos amigos del planeta y de los animales. Seguimos en nuestra carrera en la que el objetivo pareciera acabar con todos los recursos naturales.
El gobierno no tiene tiempo para atender esos temas porque ha estado muy ocupado planeando una reforma tributaria regresiva con los estratos bajos y bastante laxa con los grandes empresarios.
Por último, este año para nuestra desgracia volvimos a ser ese país miserable que se alegra por la muerte de unos bandidos, deshumanizando el conflicto, sin importar el valor de la vida humana. Tal vez nos haría bien sentarnos a pensar por qué el bandido se volvió bandido. Tal vez podríamos empezar por entender que todos tenemos algo de culpa de ser el país que somos.
Por eso, este año que termina, en contravía de la opinión de algunos entusiastas que pretenden mostrarnos el país que nunca fuimos, ha sido, al igual que los últimos doscientos años de nuestra historia, un año tirado al tanque de la basura.
MAURICIO PEREZ M.
Es la triste realidad de nuestro pais ojala que algun dia odamos despertar y ver en verdad un pais mas equitativo y de mejor futuro para nuestros hijos… cosas importante q son una mejor educacion mejor servicio publicos mejor oportunidades de trabajo q todo sea como el pais rico q somos y en el cual un % muy alto viven en la miseria
Un escrito poco edificante, negativo y pesimista. Quieres lisoograr un impacto noticioso? Te invito a que encuentres historia de colombianos que aman a su familia y a nuestro país. Para no tener que votar todo a la basura en el 2019.
Gracias por reescribir la verdad, gracias por recordarnos esta realidad cruenta, gracias por llamar las cosas por su nombre: corrupción, pobreza, miseria, despojo, asesinato, violencia, etc. Gracias, no deje de recordarnos lo que somos, lo que es nuestro país, la mafia que gobierna o desgobierna, siga por favor quitando el velo que cubre la mentira y el cinismo y la desfachatéz de los culpables de la violencia que son una minoría que se hicieron con el poder y tienen secuestrada a Colombia y señalan a otros gobiernos de todo lo que sucede aquí. Gracias…