Quienes abanderamos de alguna manera la lucha de protección animal en Colombia, sentimos a través de estos 3 años, cierta mortificante frustración frente a la llamada Ley de protección animal aprobada por la Comisión Primera del Senado, por su evidente y lamentable inocuidad, considerada con desánimo por muchos líderes de la causa animalista, como letra muerta.
No se asimilan desde ninguna perspectiva esos hechos aberrantes e inenarrables contra los animales, como el de la perrita criolla en estado de preñez, asesinada vilmente por un sujeto en Santa Marta.
O como el caso del perro abatido durante una presunta pesquisa policial en un barrio popular de Bogotá, alegando el agente involucrado en el hecho, defensa propia ante el ataque del can, fue una versión desvirtuada por los moradores del sector, muy consternados ante este arbitrario proceder, muy similar al que ocurrió en Barcelona con un vendedor ambulante y su noble perrita de compañía “Sota”, asesinada por un policía de manera canalla y sin ninguna justificación, según la versión brindada por los testigos del hecho.
El video de “Sota” agonizando y batiendo su colita, arrugaron el alma de quienes amamos los animales, tanto como las fotografías que circularon en redes sociales de la perra “negrita” con su vientre vaciado en la acera.
Y ni qué decir de los casos viralizados de perros o equinos que después de ser atados a un carro, fueron arrastrados por la carretera hasta su muerte por sus infames propietarios… Eso no lo hace un ser humano racional, lo hace un sádico psicópata.
Las personas que se han visto inmersas en hechos de flagrante maltrato animal, desde el 2016 a la fecha, no han recibido ningún tipo de penalización contundente: todos son dejados en libertad por supuestamente no representar un peligro para la sociedad o por pagar sin chistar la multa impuesta, los animales siguen siendo considerados menos que cosas…
Recurrir a la policía ambiental para reportar casos de maltrato animal es una tarea inútil; en varias oportunidades he denunciado hechos acaecidos en la ciudad de Cali, siendo estos ignorados por completo; solo aquellos casos que la misma comunidad convierte en virales a través de las redes sociales, logran una discreta atención por parte de las autoridades competentes.
Algunas de las ONG que supuestamente velan por la defensa animal en Colombia, solo se enmascaran en esa fachada para obtener recursos económicos de organismos internacionales que apoyan de manera genuina y altruista la causa animalista, abanderando cínicamente una causa que les es totalmente ajena y a la larga terminan siendo sus representantes, otros infames maltratadores que se lucran del sufrimiento animal.
Faltan muchos más controles de las autoridades competentes y apoyo de la misma comunidad, para contrarrestar de manera efectiva el comercio de fauna silvestre, como también la explotación inmisericorde de perras de raza, usadas estas como máquinas reproductoras, la eliminación de las peleas de perros y el hacinamiento de las aves ornamentales que se venden en los centros comerciales y las llamadas veterinarias de garaje que abundan en los barrios populares.
Por demás es nuestro deber como padres de familia, educar a nuestros hijos y nietos en pro del respeto, cuidado y amor hacia los animales.
Hay que hacer entender a los más pequeños que las mascotas no son juguetes que se regalan para usarlos un tiempo y después desecharlos o abandonarlos a su suerte. Son seres sintientes que merecen toda nuestra consideración y respeto; si usted no ama los animales o no los soporta, nunca lleve uno a su casa, ni por chiste.
Es triste, cruel y paradójico decirlo… Pero en este país donde se están exterminando líderes sociales y el gobierno no se inmuta, poco o nada les ha de importar a las autoridades el asesinato bestial de una perrita en estado de preñez…
Foto cortesía de: @seloexplicoconplastilina – Edgar Álvarez