Estamos cansados: el centro de Medellín es putrefacción gaseosa. No sé si sea posible llamar aire al componente invisible que envuelve ese lugar paradisíacamente urbano, plebeyo y magnánimo al mismo tiempo. El centro, como aquella ‘fábrica de sensaciones’ que alguna vez definió Mario Mendoza, hoy parece ser una fábrica de enfermedades respiratorias.
No hay bus en la ciudad que no expulse esa porquería de humo, tan negro y tan hostigante, como el veneno explícito mismo. Al caer la tarde se ven las chimeneas de grandes empresas expulsando toda la basura atmosférica que en el día no querían que las personas observaran.
A este paso, ver las montañas a lo lejos con su paisajismo antioqueño y agreste, digno representante de nuestros antepasados arrieros, será un lujo y una extrañeza para los habitantes que sobrevivan, por lo menos un lustro, a esta irritación nasal y ocular.
Si usted vive o ha vivido en Medellín últimamente, seguro, en los más recientes meses ha tenido alguna gripa. La respuesta de los doctores, si es que ha decidido visitarlos, como pequeñas piezas del engranaje inmenso del sistema de salud en deterioro de este país, responderán, como casi siempre, que todo “se debe a un virus”.
Pero vaya, qué casualidad que el virus es eternamente circundante en Medellín; qué casualidad que siempre es respiratorio; qué casualidad que sus orígenes sean inacabados e invisibles ante sus análisis e introspecciones.
¡Nos estamos muriendo! Es la respuesta correcta, pero no por un virus que hoy nos invade y mañana nos abandona; es debido a la contaminación atmosférica de este pequeño valle.
Cuando el tema de la contaminación en la capital antioqueña estaba de moda, que saltaron las alarmas y que el alcalde determinó “medidas” para contrarrestarlas, se definió que pasar un día en la ciudad de la eterna primavera era equivalente a fumarse 2 o 3 cigarrillos.
No sabemos en qué quedaron las cifras para nuestra ciudad, pero lo indudable es que, de acuerdo con la experiencia transeúnte y respiratoria que se vive en muchas de sus calles principales, realmente no ha mejorado ni huevo, por no decir más.
Alguna vez lo escribí y recibí tratos recriminatorios y regionalistas. Rolo envidioso, ya quisieras vivir en Medellín, las otras ciudades de Colombia están peor… Me azuzaron en redes. Faltó que me dijeran castrochavista. Pero hoy vuelvo a escribirlo. En la ciudad que más amo hay un problema estructural e ideológico sobre el cuidado del ambiente y la conciencia de las personas con cada una de sus acciones, por pequeñas que parezcan.
La coyuntura de la contaminación en Medellín no es un problemilla del centro, o del aire simplemente. Es un problema conductual, moral y gubernamental severo. Y a pesar de que Medellín es una ciudad organizada, llena de gente esperanzadora y transformadora de realidades, pareciera que fueran más los que no les importa un carajo esta tierra.
Tome usted un gotero, y absorba solamente una gotita del Río Medellín. Le aseguro, con total vehemencia que su fórmula química puede resultar diversa y hasta fascinante, pero nunca dará como resultado un H2O. El Río Medellín no es un río en el sentido estricto de la palabra.
La RAE define el término río como “una corriente de agua continua”. En Medellín hay una corriente, sin duda. Pero lo que corre continuamente por ese cauce no es agua. Aquella afluente es el desembocadero de actividades domésticas, industriales, comerciales, y de las plantas de potabilización de EPM; la sustancia entonces, podríamos decir que es textualmente mierda, nuestra mierda.
Pero el trato que se le da a las aguas residuales en la ciudad: ¿dónde desembocan, cómo se reutilizan?, ¿se reutilizan?, ¿cómo mejorar su potabilización?, ¿es consciente la gente de la situación residual del agua en la ciudad?; y toda la deliberación que consigo trae no caben en esta columna: necesita una independiente, o muchas.
El punto es que, el Río Medellín es solo un espejo que refleja el cielo de la ciudad; ambos están muriendo, si es que aún tienen vida.
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Ay, Medellín. Caprichosa urbe de oportunidades y de grandes almas académicas y vislumbrantes; que se deslíe a sí misma, con sus barrios dedicados al tango y sus calles dedicadas a las putas; de aquellos personajes llamados en las afueras como habitantes y adentro en las casas, simplemente como de calle habitadores.
Para que luego, sin autoridad ni limosna, ellos mismos rompan y quiebren cada bolsa llena de basura y cada basurero lleno de bolsas. Plagarán ellos pues, de esta forma, las carreras y las plazas de pequeñas basuras, que antes, en conjunto podían recogerse, pero que más tarde, separadas en absoluto, parecen inalcanzables.
Ay, Medellín. Pedacito irreverente y pretencioso de vida, cuna del privilegio y niñera del machismo; ha de saberse a sí misma como inmensa, titánica e imprescindible; repensadora del independentismo a causa de sus caricias del éxito, y desmemoriada cabeza de asilos y guarderías repletas por igual.
¿Por qué, por qué, Medallito?, dejar tus calles a la deriva, sombreadas por las plataformas del Metro, mientras tus aguas son irrespirables y tus aires intomables. ¿Cuál será la consigna de sus alcaldes?, cuando no tengan votantes a causa de su irrespirable ambiente. ¿Quién verá los errores ortográficos de sus campañas?, si el smog día a día enceguece, adormece y apaga los ojos, en otrora enceguecidos en cambio por el sol mismo descubierto ante el diáfano entorno respiratorio.
Cómo decirte, cómo decirte, bella ciudad, que serás el recuerdo de lo que intentamos construir; que construir se ha resignificado únicamente en edificar; que los edificios nos tapan el horizonte, pero no nos refrescan del bochorno; que el bochorno, el bochorno será el sentir habitual de quienes terminarán naturalizando tus peyorativas realidades ambientales.
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Bien es sabido que concientizarse sobre una problemática incrementará las sensaciones que el concientizado tiene sobre esa problemática. Si usted, como pobre extremo, como esclavo, como excluido o como perjudicado de cualquiera que sea su condición social, no es consciente de su posición, no padece como aquel que es consciente, las consecuencias de la misma.
¡Sean conscientes, pues! Para entender en diferentes medidas, colosales incluso, las aberrantes consecuencias de las problemáticas que los envuelven. La concientización es un proceso de distanciamiento con lo que el sistema considera la línea normal de conducta y de vida de cada quien.
¿Cómo sabremos cuáles son nuestros problemas y cómo reconoceremos en nuestras cotidianidades las peores y más aberrantes constricciones sociales?, si no somos capaces de alejarnos de esa lectura conceptiva que se nos ha impuesto, para observarla desde una mirada alterna y contraria a la precisamente inyectada dentro de esa imposición sistemática.
Entenderemos algún día, conductores, que remediar sus máquinas no es un deber propio de la regulación estatal y del tránsito. Entenderemos, caminantes, que la envoltura de un chicle afecta tanto como la envoltura de un televisor, ese mismo que ha de decir todo el tiempo que “estamos trabajando por la ciudad”.
Entenderemos que la contaminación nuestra culpa, mas no culpa de la tierra, de la demografía, de la topografía, de la naturaleza. Ojalá entienda todo esto, el humano, que se ha encargado de acabar con el ambiente y después, de echarle la culpa también.
Hernán excelente crítica ojalá aumenté la conciencia ambiental que hemos dejado olvidada, y no sabía que eras Fundador de Cofradía para el Cambio. Gratitud y felicitaciones.