Si de algo sirvió la guerra en Colombia, fue para sustentar empresas privadas estadounidenses, que vinieron a nuestro país a actuar, incluso por fuera del marco legal, con contratos tercerizados a un punto extremo, y prestando servicios de muerte y destrucción.
Después de privatizar la biodiversidad, la educación, la salud, la comunicación, los recursos no renovables, e incluso la naturaleza y el recurso humano mismo; las esferas más ricas y poderosas del mundo decidieron privatizar la guerra también, para lucrarse de la muerte, de frente, sin escrúpulo alguno, de la mano de esos gobiernos de los que proliferan los conflictos bélicos y se lanzan bombas como si fueran granos de arena.
La guerra estaba más que mercantilizada antes de que tocara a la puerta el nuevo milenio. Estaríamos, finalizada la Segunda Guerra Mundial, ante el afianzamiento de un negocio que sería aprovechado por muchísimos gobiernos y multinacionales para lucrarse, para engañar a las personas, para perpetuarse en el poder y para emprender una carrera en contra de todo aquel pacifista, ambientalista, humanista o “comunista” que se entrometiera.
En la presente columna se hablará solamente de un brazo del mercado de la guerra colombiana: la erradicación de cultivos ilícitos como eje fundamental de la excusa lucrativa de gobiernos y multinacionales extranjeras.
Son 4 los puntos básicos que usted debe conocer para contextualizarse y entender la historia reciente del país en la llamada lucha del narcotráfico como una desidia inverosímil, que vaticina un futuro con predilección hacia el acabose de la naturaleza, y con la complacencia a externos como principal fin, lejos del verdadero cumplimiento del objetivo al que hace referencia.
En esta entrega se desarrollarán los dos primeros puntos:
1. Plan Colombia, llegada y perpetuación del glifosato
De la mano de Pastrana y el Plan Colombia, arriba a nuestro país la lluvia de toxicidad y el inicio de una era llena de denuncias como: “después de pasar la avioneta enfermé”, o “la salud de mi esposo decayó desde que la avioneta empezó a sobrevolar por aquí y ahora está muerto”.
Enfermedades de la piel, respiratorias, endocrinas, de los ojos e incluso abortos, son algunas de las consecuencias relacionadas al glifosato a lo largo de la historia.
Cuando el gobierno de Andrés Pastrana realizó el Plan Colombia (obviamente con base en las necesidades colombianas), debieron enviar a Estados Unidos el documento que especificara y argumentara extenuantemente cada uno de los puntos, para que, el Congreso de dicho país, comprobara y revisara que todo estuviera en orden.
Fue en esa supervisión internacional donde se modificó en muchos aspectos el plan y se le adecuaron muchas estrategias totalmente nuevas, de acuerdo a la lectura que Estados Unidos hizo de nuestras propias necesidades, como si las personas del extranjero conocieran mejor nuestras vicisitudes sociales, políticas y bélicas, incluso por encima de los expertos que nacieron y han vivido en esta tierra durante toda su vida.
Todo, claro está, se permitió bajo la miserable necesidad de recibir las migajas de ayuda del país híper desarrollado: económicas, operativas, materiales, humanas, armamentistas, entre otras.
Desde allí entonces, los documentos empezaron a desglosar estrategias de guerra inconmensurable entre líneas, mucha adquisición de armamento, y lineamientos de los que se sabía de ante mano que, no llevarían al país a la progresión dialógica y pacífica de sus contextos, sino a la perpetuación de la guerra a través de nuevos mecanismos tales como la fumigación aérea.
Más tarde, bajo el mismo marco del Plan Colombia y con otras cuasi ramificaciones o injertos políticos, como el Plan Patriota, siempre arreados por la potencia ganadora de la Segunda Guerra Mundial, se cometerían los más atroces delitos de guerra en nuestro país, aunque ese es otro cuento aciago, muy extenso, por cierto.
Pasarían muchos años, la fumigación aérea con glifosato cada vez sería menos eficiente, cada vez causaría más daño, cada vez sería más polémica, cada vez sería más maquillada, y cada vez tendría una presión más fuerte por parte de la potencia extranjera para que se usara.
Innumerables denuncias y problemas no cabrían en la presente columna. Pero algunos casos memorables deberán traerse a colación, como la denuncia realizada por el Ecuador de Correa a la Colombia de Uribe, por el uso indebido del glifosato en la frontera en 2008, y que le costó al país 15 millones de dólares en 2013.
La Corte Internacional de Justicia de La Haya fue la recepcionista de la denuncia del gobierno ecuatoriano que reclamaba, entre otras cosas, “efectos nocivos sobre pobladores, animales, cultivos y ambiente que causaban las fumigaciones aéreas colombianas en la frontera común y que el viento arrastraba al suelo de allá”.
La guerra seguía costándole muy caro al país, pero no solo con dinero, sino también con la honra, pues el gobierno colombiano además de dar la suma monetaria, debió aceptar que el glifosato era una sustancia que hacía daño al ser humano y a la naturaleza. Emergió entonces, una necesidad inminente de modificar la forma en cómo “atacábamos” los cultivos ilícitos.
2. Prohibición
En 2015 el gobierno colombiano cesaría la aspersión aérea con glifosato, teniendo en cuenta las vastas razones destructivas al medio ambiente y al ser humano, e ignorando las reiteradas amenazas provenientes de Norte América y los ataques de la oposición del momento, que se aprovechaban del desconocimiento general sobre las consecuencias malignas del herbicida.
Diversos intentos de reanudación de la fumigación hubo en el país, pero siendo más las razones de peso en contra de la sustancia tóxica, se caían las propuestas de retomarla y, aunque corto, hubo un tiempo de ausencia de lluvias carcinogénicas sobre los campos colombianos.
En 2016, El Consejo Nacional de Estupefacientes reactivaría el uso de la sustancia con la metodología terrestre y, una vez más, la lucha de los ambientalistas era en vano, pues según fuentes oficiales, la nueva medida cumplía con “el plan de manejo integral ambiental, así como los protocolos de protección de fuentes hídricas”.
En abril de 2017, la Corte Constitucional, por el principio de precaución, prohibiría una vez más el uso del glifosato para erradicar los cultivos ilícitos en el país, e instó en el fallo emitido, a que se buscará “una forma alternativa con otra sustancia química no tóxica”, para la erradicación terrestre de las siembras.
Para entonces, el gobierno de Estados Unidos advertía textualmente que era necesario «volver a destrozar estos campos» colombianos con el glifosato, pues estaban muy preocupados con el aumento de las hectáreas de coca en el país, y con la no compra del veneno a los gigantes de la industria de herbicidas como Monsanto.
Aquí la próxima entrega de los siguientes dos puntos que hablan sobre la aspersión aérea en Colombia, y que a fin de cuentas, dejan como consecuencia el recomienzo de este ultraje para con los campos y las personas fronteras adentro.
Otras fuentes
* https://prensarural.org/spip/spip.php?article4895
* Nuestra guerra ajena – Germán Castro Caycedo
Foto cortesía de: Eco Inventos