A casi dos meses del cambio de Gobierno, ya estamos padeciendo las situaciones que, como en un déjà vu, son absolutamente conocidas y previsibles. El aumento del presupuesto para la guerra, la inminente reforma a la justicia que acabaría con la tutela, el pago de favores políticos, el nombramiento de personajes cuestionados en cargos diplomáticos y un larguísimo etc., no nos sorprende en lo más mínimo. Pero aun así, no deja de preocupar el cómo se están manejando los hilos del Estado.
Pero otra de las grandes características de este Gobierno que por cierto no me representa, es la muy reprochable costumbre de cambiarle el nombre a las cosas. ¿Se acuerdan del ideólogo del uribismo cuando llamó a los desplazados migrantes internos? O ¿qué tal el negasionismo a ultranza del innombrable cuando decía que aquí no había conflicto interno? O ¿qué tal el de la senadora con nombre de ave que al glifosato le llama quimioterapia?
Es una costumbre bastante chocante esa de cambiarle el nombre a las cosas con la creencia de que así, duelen menos. Eufemismos odiosos que lo único que prueban es que ellos, los del partido de Gobierno, creen que el pueblo es idiota. Y con esto no quiero negar el poder transformador de las palabras porque por ahí dicen, que las cosas como se digan. Porque los cambios se aceptan, si para ello, se exponen argumentos y, en general, se tiene una comunicación asertiva.
Pero es que una cosa es querer construir un universo a partir de las palabras y otra muy distinta es querer que la gente no se cuestione solo porque se le cambia el nombre a algo. La inminente reforma tributaria, los genios del Gobierno la han querido llamar “Ley de Financiamiento” y según la doctrina económica, la definición exacta de financiamiento, se refiere a la facultad que tanto empresas como personas naturales tienen de acceder a un crédito. Es decir, en términos coloquiales, poder prestar plata.
Y entonces aquí es donde yo me pregunto: ¿será que hay que prestar plata para pagar los impuestos establecidos en la reforma venidera? Tal vez por eso es que se llama “Ley de Financiamiento” porque con ella se aplica el adagio de la zanahoria y el garrote. Porque por un lado el Gobierno anuncia que habrá un alivio en el IVA del 3%. Es decir que bajará del 19% al 16%. Pero por el otro, se aumentarán los productos gravados con dicho impuesto, extendiéndose hasta los más básicos de la canasta familiar.
Y es que según el presidente Duque, no es una reforma sobre impuestos, sino una ley de estímulo a los emprendedores; es de financiamiento porque según el mandatario habrá créditos para las pequeñas y medianas empresas. Sin embargo, a pesar de que suena bastante bonito como pasa siempre con las leyes en el país, hay que mirarlas con lupa puesto que detrás de las supuestas buenas intenciones del “renovador” se esconde una gran persecución a los contribuyentes clase media, que son la gran mayoría de asalariados en el país.
Y aunque el Gobierno asegura que existirá un mecanismo de devolución de lo pagado en IVA para los más pobres, aún no se tiene claridad al respecto.
Otros aspectos que merecerían otra columna son los contemplados por el ejecutivo contentivos en esta reforma: bajar la tasa corporativa, que beneficia únicamente a las grandes empresas. Aumentar la base para declarar renta, que perjudicaría a un amplio sector de trabajadores en el país. La eliminación de gastos, que tiene que ver con políticas de austeridad para el próximo año, en detrimento de los programas sociales. Creación de un régimen simple, que eliminaría el monotributo. Entre otras cosas que en nada tienen que ver precisamente con una “Ley de Financiamiento”.
En suma, se nos viene otra gran reforma tributaria, donde cada ministro de hacienda hace lo posible por tapar el hueco fiscal, inventando nuevas formas para sacarle la plata del bolsillo, precisamente al que menos tiene, porque en todo caso, hay que proteger al empresario que es quien finalmente, “sostiene la economía”.
Pero que no nos engañen. Es una reforma tributaria agresiva porque le dará las herramientas a la DIAN para perseguir y judicializar a los evasores y el poder para formalizar a quienes sobreviven en un sector de la economía, donde se pasa la vida con mucho menos de un salario mínimo.
Al pan pan y al vino vino. Así diría mi abuela. Y es que con llamarla de otra forma no se suavizarán sus efectos. No Presidente. Dígale a los colombianos que les va a sacar la plata de sus bolsillos y, así la gran mayoría no hayan votado por usted, estarán igual de jodidos. Sea honesto con la gente y cuéntele que la desfinanciación de la educación pública no es casual. Y que el aumento en el presupuesto para la guerra es política de Estado.
Cuéntele a la opinión pública, que sus ímpetus renovadores son tan impostados como sus canas en campaña y que siendo muy optimistas, con usted, estamos retrocediendo 25 años. Llamemos las cosas por su nombre.
En Colombia con este Gobierno, estamos cagados y con el agua bastante lejos.
Foto cortesía de: Associated Press
Claro y puntual, me encantaron los argumentos contundentes frente al mayusculo problema de la clase politica tradicional disfrasada entre las buenas intensiones del malvado doctor tocino y su abanderado woldemort. Y si en congruencia con el articulo le sumamos, las políticas en contra de los derechos inalienables que tenemos como ciudadanos de libre expresión y desarrollo de la cultura, de vivienda, de vivir en armonía con nuestro entorno ambiental, el rechazo a la inclusión social de los sectores vulnerables, la ceguera frente a las políticas antidrogas, el presupuesto y la autonomía de las entidades territoriales, los programas de protección a la primera infancia y adolescencia, el decadente estado de infraestructura para el desarrollo de las actividades económicas, el desinterés por promover el tratado de paz, la indiferencia por la desigualdad y pobreza tanto económica como cultural que enfrenta el país etc etc etc…poco o nada nos queda de ese político que pregonaba ser el líder de la juventud y la respuesta a nuestras penurias.