Son zombies. Tengan cuidado. Deambulan en la noche del centro de Medellín. No tienen casa, comida, o mucho menos sentido de vida. Simplemente divagan, flotan en las aceras, y cazan. Cazan presas desprevenidas: personajes desconocedores y desatentos del cambio drástico que tiene la ciudad más innovadora por las noches.
Medellín de día es primavera, tela suave y canciones de montaje y paisajismo. De noche es Irreconocible, es otra. No se dejen engañar por el descanso de sus carreteras con carros ausentes, o por la disposición de sus prostitutas en deformadas esquinas, o por el silencio, estremecedor y convincente.
En Medellín la noche del centro es sonambulante. Se aprecian cuerpos viviendo sacol, memorias contando incongruencias, olores vomitivos con alma propia. Se exhiben nalgas descualquieradas por trapos andrajosos y a medio coser; se ostentan basuras y basuras del día recién muerto; se observan grescas, batallas a muerte entre seres, que a decir verdad, perdieron su vida hace mucho rato.
La noche trastoca la moral sosegada y obligada del día. Se evapora, con la luz y el mercado diurno, la ley, la autoridad, los decretitos. Sálvese quien pueda. Al anochecer, duerme la justicia, duerme el riguroso vaivén coercitivo del que requisa.
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El decreto firmado por Iván Duque, que da potestad a la Policía de decomisar cualquier cantidad de droga que porte una persona, nos refrescó un poquito la memoria. Las drogas en Colombia producen zombies a borbotones. Piden monedas, a veces intentan arrebatarlas, duermen bajo balcones o árboles gigantescos, y se suicidan de a poco cada día, bajo el imperecedero tráfico.
La droga se ha apoderado de nuestras vidas. Hemos creado mecanismos para acabar con ella, todos incorrectos; nos hemos matado por ella; hemos dejado que otros países nos invadan militarmente por ella; hemos firmado y desautenticado decretos por ella; hemos violentado y masacrado por ella; hemos progresado con ella; hemos vivido de ella. A ella, le hemos declarado “la guerra”.
A pesar de que, declararle la guerra a algo intangible, suena tan inverosímil como caricaturesco. Vamos a dispararle a la drogadicción.
Pero nunca nos ha importado darla a conocer. Nunca hemos desintegrado la droga para descifrar y mostrar a la gente sus elementos constitutivos. No le hemos dicho a la gente en qué aspectos la droga es buena y mala. No hemos creado pedagogía sobre el hecho de la posibilidad de acabar con una adicción desde la consciencia, y no desde los bolillazos.
Todos, incluyéndome, hablamos de la droga y no la concebimos desde su aspecto científico. No sabemos cómo tratar a un adicto; no sabemos qué es una droga psicotrópica y cuáles son sus efectos y sus derivaciones, lo mismo con una psicodélica, psicoactiva, psicoestimulante, y demás; no sabemos las repercusiones que la drogadicción tiene en nuestro cuerpo. ¡No sabemos qué es la droga! ¿Y le declaramos la guerra?
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Continúa la noche en el centro de Medellín, con policías que duermen con los ojos abiertos y con zombies que mueren sus vidas y comen su mierda. Los decretos no existen a esta hora, la realidad tampoco. Todo es nuboso para quienes alcanzan a existir. Se derraman los discursos antidrogas y las moralejas de la coerción.
Cuando se apaga la luz, no hay nada aprendido sobre qué reflexionar. Solo hay drogas y tráfico. Hay ignorancia sobre las drogas y el tráfico. Hay ignorancia sobre la ignorancia de las drogas y el tráfico. ¿Cómo lograr que los adictos tengan consciencia de adicción? ¿Cómo lograr que los traficantes tengan consciencia de tráfico?
La solución, mi querido lector, se ostenta en lo alto de las montañas. Y más alto aún, en los cielos grises. Cuando cual llovizna fuere, caiga desparramando veneno, y se pierda el policultivo con su diversidad, con una insignia de patria clamando más, con sed y deshidratación de cuán acerba sustancia preparada, escriba mientras cae en la mente de los campesinos que apenas si miran al cielo: glifosato.
Mientras tanto, tengan cuidado. No tienen casa, comida, o mucho menos sentido de vida. Ya lo perdieron todo. Ya olvidaron qué son, ya olvidaron qué es esto. Buscan presas y no entienden de decretos, de igual forma, en su zona horaria tampoco aplican. Son una estampilla en el álbum de Colombia: un retratito pequeño de las cicatrices de nuestras maldiciones. Flotan y babean, deambulan, pendonean de aquí allá. Son zombies, pero tranquilo: acabamos de declararle la guerra a las drogas.
Foto cortesía de: Nayib Gaviria
Excelente artículo.Esa «guerra a las drogas» de Duque con su caricaturesco decreto, es una solución macondiana; mientras los Jíbaros y mafias internacionales pasan sus cargamentos sin que nadie los moleste,porque están ocupados esculcando consumidores para quitar dosis personales. Esto hace recordar aquella canción sobre el decreto de un alcalde ordenando:»mátese media vaca.»