Este país necesita tomar una decisión ya mismo, si es que quiere ser viable en un futuro no muy lejano. Defender la vida, o ponerse las gafas y que siga marchando la barbarie.
Mis redes sociales están infestadas de panfletos en donde amenazan a diferentes líderes y lideresas sociales a lo largo y ancho del territorio nacional. Los diversos medios alternativos se esfuerzan por esbozar la información y por sugerir rutas para entender todo lo que está sucediendo. ¿Ha sido suficiente? Evidentemente no. La cortina de humo del Mundial de Fútbol nos ha tenido hablando de otras cosas, importantes también, ¿o me van a decir que no es prioritario recibir con bombos y platillos a nuestros muchachos? Sí, los de la tricolor. Ah, sí seremos egoístas. Cuánto nos urge voltear la mirada, pensar en la otra Colombia que no somos, esa que suda en una cancha detrás de un balón y que se codea en competencias con equipos europeos, mientras se abraza hermanada, por supuesto. Esa en donde se puede decir y pensar diferente sin que cueste la vida.
Pero no, la realidad es otra, y mientras preparan la fiesta para recibir con orgullo a los que se supone nos hacen sentir orgullosos, acá nos estamos muriendo. Están matando vilmente a los que se atrevieron a alzar su voz, están masacrando a los que encontraron en la crítica sobre la miseria naturalizada, una forma de transformar sus entornos. No han sido uno ni dos, mucho menos 10 o 20. ¡Son 100! ¡Son 101 los asesinados desde el D!
Ha pasado 1 año y siete meses desde que empezó la implementación de los Acuerdos de Paz, pero de estos, la última palabra es la que menos conocieron aquellos a quienes su vida les fue arrebatada por vivir en un país que aún no se decide por la reconciliación, peor aún, que desconfía de sí mismo y de cuantos quieran cambiarlo.
Los obstáculos y demoras para desarrollarlos han sido innumerables, pero eso no es lo que nos convoca en esta lectura, líderes indígenas, estudiantes, campesinos, presidentes de juntas de acción comunal, han sido parte de este atroz banquete. ¿Y el Estado? Él, bien. Evitando a toda costa pronunciar la palabra paramilitar.
De sicarios, delincuentes, disidencias, criminales y, podría seguir escribiendo, califican a estas estructuras paraestatales. ¿Y qué hacer para detener esto? Eso es lo que nos preguntamos quienes ya estamos desbordados por la indignación y el dolor de patria, quienes entendemos que las rutas de atención y de denuncias son un bonito papel que reposa en la carpeta que se exhibe en las auditorías, esa misma que se repliega al lado de la Constitución mientras se cree respetuosa de la misma. Sí, nos ataron las manos.
En serio, lo digo con conocimiento de causa. Desde la semana pasada he tenido que soportar el hostigamiento y las amenazas a través de mis redes sociales, de un sujeto que se autodenomina como católico fundamentalista. Por medio de un blog se ha encargado de asegurar que soy un sidoso, pedófilo y pederasta. Que represento la inmoralidad, la depravación y la sodomía. Que soy marxista y que merezco —por todo el cúmulo que me atribuye— ser limpiado de esta sociedad. ¿Les suena aquello de la limpieza social?
Bueno, este tipo hace un llamamiento a la acción. Detrás de un teclado y una pantalla ha descargado mis fotos, ha tomado captura de mis estados en Facebook y me ha seguido minuciosamente. Que el mundo debe ser librado de la plaga de las feministas y los LGBTIQ, escribe cuan energúmeno. Las denuncias están puestas, las autoridades y los organismos correspondientes, notificados. ¿Algo ha pasado? Sí, esta semana continuó fotocopiando su odio y alimentando sus artículos, me envió unos nuevos. Las investigaciones están muertas, aunque no sé, a veces me pregunto si algún día estuvieron vivas.
En todo caso las amenazas en Colombia no son preferentes, tampoco que nos asesinen. En este país todo se trata de desocupados, de chancitas, de líos de faldas. ¿Parece un mal menor? Pues así empezaron con otros y bueno, la lista ya pasó varias hojas.
Pero aunque todo parezca desalentador nos queda la resistencia, nos queda el amor por un país en donde se pueda vivir con justicia social, nos quedan los sueños que edificamos con quienes hoy no están, nos queda la fuerza de la esperanza (pero no la del candidato que traicionó a Colombia). Nos queda la rebeldía y la memoria, porque el Estado nunca ha tenido una propia.
Y aunque nadie nos vaya a salvar, nos tendremos que salvar nosotros mismos como siempre lo hemos hecho, para que los clamores de paz congestionen las calles una y mil veces más. Defender la vida siempre ha sido la consigna.
Ya se sabe que en el país no opera la justicia,ni fiscalía,ni sistema judicial,ni presidencia,ni contraloria ni procuraduría.Estas denuncias hacerlas a los organismos internacionales de derechos humanos a ver si ellos recomiendan la intervención de otros países así como lo hicieron con el castrochavismo venezolano que tanto temían algunos pero que lo están aplicando estas nuevas fuerzas de seguridad promovidas por las harpias enemigas de la paz,y amigas de los paracos de siempre
Tengo la misma desesperanza que Ud. Pero confío en ese pedacito bueno que aún nos queda como sociedad y que crece día a día. Ya perdí el miedo.
Excelente artículo, realizó un análisis desde lo general hasta lo particular , experiencia personal y lo contrastó con la realidad que vive el pais, en donde como usted lo menciona, por medio de «cortinas de humo» esta realidad aleja cualquier pensamiento crítico o preocupación por la situación del pais, afortundamente con los medios de comunicación en especial redes sociales, esta información ha traspasado barreras, un ejemplo claro fue el apoyo al velaton. se debe seguir informando, generando espacios en donde las personas puedan ver, participar y contribuir en la transición de un pais con más garantias. Nunca nos acostumbraremos al silencio ni la intolerancia