Esos 10.000 ciudadanos, a los que se les identifica como falsos positivos, forman parte de la larga y dolorosa lista de ocho millones de víctimas —para ser exactos 8’332.000— que ha dejado el conflicto armado interno.
Aunque todos los colombianos deberíamos saber qué pasó con ellos, es responsable dejar de suponer y mencionarlo grosso modo. Durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, entre 2002 y 2010, se realizaron una serie de ejecuciones extrajudiciales y sistemáticas que sirvieron para inflar las cifras del número de actores armados dados de baja y así legitimar su política de Seguridad Democrática, exaltando el poderío de las Fuerzas Militares y correspondiendo a los paquetes de ayudas dados por Estados Unidos.
En su mayoría, los falsos positivos eran ciudadanos con un alto grado de vulnerabilidad. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “entre las víctimas se encontraban agricultores, menores, desempleados, personas en condición de indigencia, personas con adicción a las drogas, discapacitados, líderes comunitarios, personas con antecedentes penales, guerrilleros o paramilitares desmovilizados y, en algunos casos, presuntos colaboradores de la guerrilla o guerrilleros que habían sido detenidos o se habían rendido”.
Desde 2008, cuando las consecuencias del recrudecimiento de la guerra saltaban a la vista, se creía que habían sido aproximadamente 3.500 los falsos positivos; sin embargo, a principios de mayo de 2018 el coronel retirado de la Policía, Ómar Rojas Bolaños y el historiador, Fabián Leonardo Benavides, autores de la investigación “Ejecuciones extrajudiciales en Colombia 2002–2010: Obediencia ciega en campos de batalla ficticios”, aseguraron que la cifra verdadera casi que triplicaba a la inicial, alcanzando las 10.000 muertes.
Según Rojas, estos crímenes «Fueron meticulosamente planificados y llevados a cabo por todos los rangos”. En ellos participaron fuerzas militares, paramilitares, desmovilizados, integrantes de las redes de informantes del Ejército, taxistas, finqueros, desempleados, reservistas y unidades no combatientes.
Lo anterior, es un mínimo extracto de lo que se ha descubierto. Esta información, a la que cualquier ciudadano puede acceder, debe crear conciencia en aquellos que justifican, con el agite emocional de la época electoral, esta atrocidad al enunciar frases como “con Uribe estábamos más tranquilos”, “Uribe ha sido el mejor presidente”, “Mejor los falsos positivos que no tener papel higiénico” y “Uribe salvó al país”.
Antes de repetir por repetir, es coherente detenerse un minuto e imaginarse si su hermano, su prima, su papá, su mamá o su hijo, un día salen de casa y al poco tiempo aparecen en los titulares de los medios con un alias y un uniforme que nunca usaron.
Si le genera dolor, ¿Qué sentirán esas familias que son revictimizadas cada tanto con esos coros de indolencia? Más allá de las que han tachado como persecuciones políticas o traiciones, existen llantos, duelos y heridas aún abiertas.
La indiferencia es un reflejo de la pérdida de los valores de esta sociedad y de la poca importancia que tiene la vida del otro. Esta atrocidad no es un montaje, tampoco un ánimo de restarle popularidad al exmandatario o a las fuerzas militares, es una realidad que no se puede silenciar y que necesita con urgencia la verdad, porque ese es el único camino para que esas 10.000 familias puedan hacer un duelo, aunque eso no signifique ni la cicatrización de las heridas, ni mucho menos el olvido. No fueron ni uno, ni dos, ni tres, fueron 10.000.
esto no revancha, es una realidad que todos los colombianos deberíamos saber, para no seguir alimentado los odios, los colombianos necesitamos verdad , justicia y reparación, los implicados que respondan por sus hechos, sea quien sea,
De seguro aquellos que critican a las madres de Soacha jamás entenderán que para una madre el dolor de un hijo así sea lo que sea es un dolor que no puede compararse con nada. Y aquellos que gritan que sí debieron morir, olvidan que las drogas no tienen estrato,ni sexo, ni religión y cuando menos se espera nos enteramos que toca vivir ese infierno. Se creen que están blindados a su accionar y prefieren no escudriñar en sus familias y aseguro que ignorarlo no puede evitarlo.
Las víctimas sean del estrato que sean tienen el mismo valor porque los une una calidad » son seres humanos»
Aparte de un supuesto testimonio que no aparece de un supuesto coronel que no se sabe quien es, en un informe que nadie a visto.. la version oficial tragica es que son un poco mas de 3 mil falsos positivos y mas de 3 miembros de la fuerza publica derenidos o encarcelados