Homicidas. Esta es una época perfecta para que las amistades desaparezcan. Mueran de súbito. Época pre electorera, en la que los ánimos se exacerban, el fanatismo se dispara, el exasperante fundamentalismo politiquero, se desboca endiablado.
Personalmente, he perdido en el último año casi media docena de “amigos” solo por reprochar o repudiar aun haciéndolo con respeto, la postura de uno u otro político; y manifestando con la decencia debida, mi “simpatía” con el estilo y el trabajo del tal o cual candidato. Vaya amistad.
Jamás, eso sí, he defendido con ahínco u obstinado apasionamiento a ningún político. Hacerlo me parece oprobioso. Nugatorio. Jamás lo merecerán. Pero, cierta y absurdamente para muchos resulta intolerable el que uno no piense igual a ellos o no apoye con su mismo grado de veneración grotesca una línea política determinada, aun manifestando, insisto, respetuosamente la conexión que eventualmente uno pueda tener con alguna propuesta de otro aspirante a la presidencia, por ejemplo.
Fanáticos. Lesivos. Intolerables. Peligrosos. No vale la pena mencionar ni “la enfermedad ni al portador”, pero, hay un partido político que pareciera practicar el “mesianismo” en torno a un “reputado” líder de cuantioso poder; es de esa facción (aun cuando no de la única, claro está) de la que, habitualmente manan posiciones radicales y recalcitrantes de contera, en donde no se admite nada que se salga de la órbita del ego idolatrado.
Pero en fin, no es el objeto de esta columna descalificar a alguien o a un grupo en particular (porque definitivamente en materia de política, todos, sin excepción son susceptibles de desacreditar) sino intentar confeccionar una reflexión en torno al fenómeno expuesto. O mejor quizá, una despreocupada intención de cuestionar esa odiosa práctica que muchos tienen, de querer a la fuerza, a través de información falsa, induciendo en error al otro, insertando terror, o, simplemente, abusando intensamente de la confianza y/o paciencia del amigo, del vecino, del subalterno, familiar, contacto o etc., inocular, o preferiblemente “embutir”, ya sea la ideología, las propuestas o el programa del politiquero de turno. Exasperante.
¿A cuántos en esta época no les han llenado el WhatsApp o “el muro” de intensa publicidad politiquera? ¿A cuántos no invitan (muchas veces como “gancho ciego”) en las temporadas electoreras a cuanta reunión, desayuno, asado, carreta, o discurso amañado y clientelista inunda la agenda del candidato? Y ni hablar del exagerado tráfico demoniaco que al interior de algunas entidades públicas y empresas privadas empieza a hacer lo suyo, a través de las más ramplonas coacciones, dádivas enmascaradas y/o los más abyectos prejuicios a la hora de sacar o meter a alguien de la nómina; o, de las tendenciosas, sugestivas, capciosas e insinuantes tendencias partidistas de algunos medios de comunicación.
Concluyendo este precioso espacio que La Oreja Roja generosamente me concede, hago un respetuoso llamado a no constreñir; a no ser tan invasivos y urticantes a la hora de querer “meterle a otro por los ojos” una ideología, un candidato, o un proyecto politiquero, barato, oneroso o como sea.
La intensidad con la que algunos asumen el papel de soldados ad-honoren por lo general de algunas campañas politiqueras anhelando escalar a “kamikazes”, difundiendo vídeos, imágenes y enlaces por doquier, no solo quebranta la intimidad, arrasa la amistad, vulnera la privacidad, quita memoria preciosa en el celular, rapa tiempo valioso y vulnera la tranquilidad, cuando no termina irrespetando y violando la libertad de discernimiento y disenso.
Votemos y apoyemos por y a quien nos plazca, creamos en lo que a bien consideremos pero, ante todo, evitemos “meterle por los ojos” repito, al prójimo el posible futuro senador o representante a la cámara, alcalde, gobernador o presidente de la república, con aquella mórbida obstinación y desesperante enjundia, con la que más de uno, cree estar haciéndole un favor a la humanidad. (.)