Un día de semana común y silvestre. Las calles polvorientas, el sol templado con 40 grados bajo la sombra, ninguna nube alrededor, niñas y niños jugando en pies descalzos desde los primeros rayos de luz, mototaxistas esperando las primeras carreras del día, madres de familia vendiendo empanadas —fritos— en los frentes de sus casas, altavoces grandes a todo volumen en cada esquina donde el ritmo de la champeta de unos bafles se mezcla con el son del vallenato de los otros, que acompañan mujeres y hombres con cervezas sobre las mesas desde el día anterior.
Viejos sin pensión trabajan vendiendo pescados o periódicos de la prensa sensacionalista local o limonada con hielo refrescante, prensa y refresco que consumen en sus pocos minutos de descanso con dulzura los jóvenes que trabajan en las obras de construcción o pavimentación de las calles del barrio —todo ello por unos escasos diecinueve mil pesos en el día— bajo el inclemente sol de las 11:30 a.m.
Son los días, meses y años de personas comunes y corrientes que parecen tener la fortuna de ser felices bajo el calor de las sonrisas y la amabilidad de los vecinos, pero también la ironía de haber nacido pobres y tener que morir más pobres. Contando chistes y diatribas sobre la vida diaria en las orillas de Cartagena de Indias.
Y es que en Cartagena desde que se empieza a caminar se aprende lo complejo y rudo de la vida en la selva de cemento, donde buitres disfrazados de partidos políticos, inundan las calles con papeles que indican solo cómo marcar el rostro y el número en el tarjetón en las próximas elecciones, en vez de propuestas ante la falta de oportunidades, y tigres que ven en la falta de oportunidades, una oportunidad para agrandar sus oficinas de cobros (empresas de sicarios) empleando a jóvenes que deambulan entre las drogas por las esquinas sin posibilidades de estudiar ni trabajar dignamente.
Al mejor estilo tradicionalista y sensacionalista serán las próximas elecciones atípicas en Cartagena de Indias, hace pocas semanas el exconcejal y miembro del Partido Conservador, Quinto Guerra, anunciaba que si gana la alcaldía en Cartagena «se acaba la corrupción” y que “no habrá lugar para los delincuentes en las calles”.
Con todo el respeto que merece el mundo de las aves, «los pájaros tirándole a las escopetas». Quinto Guerra es apoyado por el partido de Álvaro Uribe y también por el reelegido congresista Silvio Carrasquilla, congresista que se hizo viral en las redes sociales por haber citado durante veinte minutos versículos de la biblia para oponerse en el Congreso colombiano al matrimonio igualitario y la adopción por parte de parejas del mismo sexo.
Por otro lado, están Andrés Betancourt González, también exconcejal de la ciudad, César Anaya Cuesta, quien lleva 18 años postulándose a la alcaldía de Cartagena, Javier Bustillo, David Múnera, Jorge Quintana y otros tres aspirantes que completan la lista de candidatos junto a Quinto Guerra a la alcaldía de la ciudad.
Vuelve y juega, ocho alcaldes en ocho años. Como si se tratara de la espada de Damocles, si la población deambula entre la pobreza y la miseria, la ciudad está en las garras de los corruptos y corruptos corrupticos. Todo puede suceder para las casas politiqueras, pero ya parece que nada puede salvar a los comunes y silvestres en sus escandalosas y convulsionadas calles de la llamada “la otra Cartagena” donde Dios y el Diablo en semana santa toman cerveza y comen sancocho en la misma mesa.
Imagen cortesía de pobreco.blogspot.com.