Fidelidad al arte, no al mercado

La valorización musical tanto de artistas y de su industria, como también de los públicos consumidores, es decadente.

Opina - Cultura

2018-04-01

Fidelidad al arte, no al mercado

Sé que la vida no es una canción, pero la inefabilidad de la música se adhiere como banda sonora mientras vivimos. También sé que este intento de traducir mi melomanía escribiendo, será frustrado, porque no es la palabra, esta falla, ni la idea; es la expresión natural cuando la música habla.

¿La vida sin música es un error como en algún momento le escribió Nietzsche al compositor Peter Gast? Puede que sea innecesario involucrar consideraciones filosóficas al respecto, pero no cabe duda de la importancia y necesidad sentida por este arte. Ya sea apropiándonos de los sonidos hasta el último detalle como a veces me pasa, por mi obstinado deseo de entender la musicalidad en todas sus formas, o solamente dejándonos persuadir con sutileza las emociones; quiero decir que, sea cual sea la manera de percibir sonidos, no sé qué tan errada sea la vida dándole muerte a la música, porque quizás (sin excluir otras pasiones como la literatura, baile, pintura, deporte o la buena política) no solamente sería un error, puede que el arte sea la vida misma.

La música está en todo; representa realidades, diversos contextos de todas las partes del mundo. Así mismo, de las manifestaciones musicales se derivan nuestras identidades culturales y personales enardecidas de valores, símbolos y creencias que practicamos y adoptamos.

Mencionaré como ejemplo al puertorriqueño René Pérez (Residente) quien es fundador de la agrupación Calle 13; en el último año, él lanzó en solitario, y a mi consideración, el álbum más ambicioso de toda su carrera. Residente para la composición e inspiración, recorrió muchos países con el fin de recopilar músicas e historias que están ligadas a su propio ADN. Con el arte, aprovecha abordar temas ancestrales, de guerra, secuelas de vida, y otros detalles unificando sonidos y lenguajes, siempre conservando las percepciones del mundo como su musa.

Somos lo que escuchamos, porque el discurso sonoro llega a nosotros y promueve emociones, se adentra en los cuerpos y cerebros para también cumplir sus efectos sociales, pues como lo dije anteriormente, repercute en la identidad.

Sin embargo, ante esta democratización cultural que sumergimos por las adaptaciones comunicativas digitales, la valorización musical tanto de artistas y de su industria, como también de los públicos consumidores, es decadente, porque el marketing es un lobo voraz por las ventas, y el reconocimiento de talentos o mejor, de “talentos” inventados (no todo el famoso que canta o aparenta ser músico, lo es), fija metas puntuales: millonarios contratos, posicionar mundialmente el “hit”, una canción melódicamente simple y ostentar en redes sociales estilos de vidas materialistas, que con preocupación son los modelos sociales del éxito.

Como muestra de la música emergente en el mercado cultural, escuché trap latinoamericano. Sé de sus importantes exponentes como Bud Bunny, Bryant Myers, entre otros, también hablé del género con un musicólogo y me sigue intrigando con impresión la manera de vender música como pan caliente. Son demasiados quienes rechazan la propuesta, pero me atrevería a afirmar que así mismo es aprobada en un gran número de personas, porque es música fácil de hacer y eso lo hace también fácil de consumir.

Por otro lado, además de caracterizarse por un contenido lírico fuerte, acusado de misoginia, de relatos sobre drogas, entre otros temas, se debe decir a su vez que el trap con su musicalidad, llamado beat, complementan una estética sonora que mantiene a unos promotores felices haciéndose ricos.

De manera que, por la condición de proponer música para venderla afanosamente y hacerla un hit mundial, algunos músicos restringen la oportunidad de crear una obra de arte, sonidos hechos con sinceridad, y letras inspiradas. Cualquiera puede hacer música, pero no todos los que la hacen son virtuosos; he ahí la expresividad artística con la facultad de hacer sentir a su público.

Debemos darle fidelidad al arte, no al mercado. El sentido simbólico de nuestra música es apreciarla y valorarla; la armonía sonora equivale a un lugar, una personalidad, una historia, representa la vida en cualquiera de sus circunstancias y contextos; por lo tanto, su significado merece atención; crear y recibir el arte por el arte, no el arte por la plata.

 

 

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Andrés F. Benoit Lourido
Comunicador Social y Periodista. Colaborador de prensa escrita en medios digitales independientes. Trabajo en comunicaciones digitales del periódico El Tiempo. Amante de la cultura y el arte.