El partido Francia – Colombia de este viernes 23 de marzo fue anunciado oficialmente a principios de diciembre del año pasado e inmediatamente empezó a correr la voz entre la comunidad colombiana en Europa. Los migrantes cafeteros comenzamos a organizarnos y a comprar las boletas antes de que se agotaran.
Para los que no podemos darnos el lujo de ir a Rusia en junio, esta era prácticamente la única oportunidad que teníamos de ver a la Selección ante un gran equipo y en un patio de lujo. El resultado fue que el partido se jugó, como dicen en Francia, «à guichet fermé» («con taquilla cerrada»). Las boletas se agotaron, y no precisamente por la mera presencia de los hinchas galos.
Días previos al partido en las redes sociales de la diáspora colombiana en Francia ya uno podía sentir que miles de personas estaban listas para asistir al encuentro. Tuve la corazonada de que el Stade de France se iba a vestir de amarillo. Y así fue.
Mi hermano y yo llegamos dos horas y media antes del pitazo inicial y en los alrededores del recinto deportivo se hablaba en español. La alegría del amarillo contrastaba con el gris del cielo y los colores oscuros de los hinchas locales. Había colombianos repartiendo volantes, revendiendo boletas, tomándose fotos, haciendo algarabía frente a las cámaras de los medios de comunicación. A pesar de las huelgas en el transporte que han afectado a Francia esta semana y de la inclemencia del clima, estábamos por doquier.
Una vez adentro, se comenzaron a ver más claramente las camisetas y las banderas amarillas, que se iban apoderando del estadio, donde, además, se hablada paisa, rolo, valluno, costeño y ese particular dialecto salido de la mezcla del español y el francés, que solo entendemos los que hemos vivido por varios años en Francia.
Había pequeños sectores de las tribunas Este y Sur completamente amarillos. Fue precisamente en estas donde más se sintió el calor de los colombianos. Al inicio del partido los colores patrios se vieron superados por el azul francés, pero no fue precisamente por obra de los hinchas locales sino porque los organizadores regalaron unas 30 mil banderas «bleu, blanc, rouge» (azul, blanco y rojo). A pesar de ese truco, los colombianos no nos dejamos vencer por el frío (5 grados) y nos la ingeniamos para ponernos la casaca amarilla sobre las chaquetas a fin de poder equilibrar la fuerza de los colores.
El partido comenzó y mi hermano me dijo que a Colombia la estaban dominando. Yo le respondí que era normal, pues Francia era local y tenía que salir a marcar desde el inicio. Los primeros ocho minutos fueron manejados por los europeos y cuando los suramericanos empezaban a recuperar un poco la pelota, David Ospina y la zaga colombiana cometieron el fatal error que permitió la apertura del marcador.
La primera media hora de juego de Colombia fue desastrosa y Francia nos paseó. Las banderas azules, blancas y rojas ondeaban imponentes y a los colombianos nos vencían dos adversarios: Francia y el frío. El marcador de 2-0 en menos de treinta minutos anunciaba una goleada. Afortunadamente, en jugada individual y con la complicidad de Giroud y Lloris llegó el descuento de Muriel, quien jugó un gran partido.
Su tanto nos volvió a llenar de esperanza. Las banderas amarillas ondeaban con más fuerza y se oía constantemente un «sí se puede» que iba contagiando todos los sectores del estadio de Saint Denis. Con el marcador en 2-1 a favor del local, ambos equipos se fueron al vestuario.
En el entretiempo puse Caracol Radio para entender mejor qué estaba pasando con Colombia y al primero que escuché fue a Iván Mejía demoliendo a la Selección. Para él, los volantes de marca no habían quitado una bola, a James no le llegaba la pelota, la defensa estaba hecha agua y Ospina de nuevo nos ponía en aprietos. Según los comentaristas colombianos, el juego de Colombia era «infame».
El segundo tiempo fue increíblemente distinto porque Colombia, con los mismos hombres, cambió por completo de actitud al punto de que los locales parecíamos nosotros. Dominamos el encuentro y Francia solo tuvo algunas llegadas que por fortuna no terminaron en nada.
Abel, Sánchez y Mateus se echaron el equipo al hombro y cumplieron la doble función de anular o reducir los ataques franceses y de poner a jugar a los talentos colombianos. Aunque David Ospina ya había respondido con autoridad ante Griezmann en la primera etapa, en la segunda recuperó totalmente la confianza y estuvo a la altura las pocas veces que fue exigido por Pogba y compañía. James, quien por pasajes se vio caminando y descontento, estuvo presente en la creación de juego.
Los cambios de Pékerman fueron sin duda acertados. Cuando se anunció la salida de Falcao y del 10, el público francés los abucheó en señal de burla y muchos colombianos pensamos que, a lo mejor dichos cambios, especialmente el de James, no eran muy apropiados ya que Abel Aguilar había mejorado y Falcao ya estaba enchufado. Pero los reemplazantes entraron como máquinas. Me impresionó la imponente figura de Duván Zapata, enorme que corre como un toro y con el cual no podían los defensas adversarios. Quintero entró con tanta confianza y ganas de ir al Mundial que pidió y ejecutó magistralmente el penalty cometido sobre otro de los aciertos de Pékerman, José Izquierdo.
Muchos hinchas franceses comenzaron a abandonar el estadio después del empate, cuando vieron nuestro dominio en el campo y la alegría colombiana en las tribunas.
Al final, la fiesta se armó a ritmo de goles y de Ras tas tas, dentro y fuera de la cancha gracias a la excelente actuación de los jugadores, del técnico y de los migrantes colombianos que apoyamos al equipo en el Estadio de Francia.
«Do you speak English or French?», me dijo un señor francés cuando íbamos saliendo del estadio hacia el metro. «Français», le dije. Y me preguntó sorprendido en tono amigable: «¿Cómo se explica que ustedes sean tantos aquí? ¿Vienen de toda Europa o qué? Es increíble. ¡Es la primera vez que veo esto!