Dentro del supermercado, el individuo toma una encarnada y provocativa manzana. En la jugosa manzana yace un gusano. Bastan dos suculentos mordiscos para darse cuenta que el anélido viene royendo de tiempo atrás el seductor fruto. Solo unos segundos y unos cuantos milímetros esperan a que el anhelante consumidor empiece a devorar al desagradable helminto. Y tan solo unas horas para que el voraz gusano empiece a engullirse desde adentro, al elector.
Consumidor de sueños. Consumidor de fábulas. Consumidor de democracia; ciudadano ejerciendo su derecho al sufragio, se acerca a la urna y observa con rutilante esperanza el tarjetón, vota convencido muchas veces de que la manzana que ha elegido, saciará su apetito, mitigará su sed, atenuará su hambre, resultará con suerte, un sabroso fruto de esperanza. Pero, por lo general, el candidato favorecido que unas horas antes se vendía como la opción más exquisita y saludable, resulta más temprano que tarde, pudriéndose, mucho antes del primer mordisco de confianza, el fruto de su dignidad. La distinción de su elección.
Roe desde el núcleo, cual voraz gusano el voto de confianza que el votante deposita, una vez, empieza a abrazar su causa como la alternativa más decorosa. Muchos, incluso, devoran la manzana convencidos de estar mordiendo el fruto de la salvación. A sabiendas incluso, de que la misma está siendo carcomida por la infamia.
La analogía es perfectamente válida, más aún dentro de esa variada, rimbombante y perversa que resulta nuestra “fiesta democrática” colombiana.
La feria del elector, la manzana y el gusano.
Donde las oportunidades de compra y venta de incautos, azuza la gusanera.
Con este particular introito y luego de lo candentes y fermentadas que estuvieron las elecciones del pasado 11 de marzo, no dejo de preguntarme cuál de las manzanas en el impúdico y contaminado mostrador de los aspirantes a la primera magistratura, podría estar menos apolillada. Quisiera votar y votar bien. Elegir la opción menos lesiva.
Entonces me acerco a la manzana azul del Centro Democrático y los Conservadores de Marta Lucía, Ordóñez y demás, pinta bien por un lado, pero por el otro luce supremamente desgastada. No me produce la confianza necesaria como para agarrarla y mordisquearla. Mucho tiempo lleva en el mostrador y ya empieza a oler a rancio. Pareciera que no quisiera desaparecer de allí por nada del mundo, hasta contaminar al resto. Que la cojan otros, yo no me arriesgo. Prefiero equivocarme con otra opción y no con esa.
La manzana pajiza de Petro y cía, aun cuando pareciera tener buena pulpa, está tan inclinada hacia la extrema izquierda del tablero, que definitivamente no alcanzo a ella. Es un amarillo que encandila y no me deja ver dónde, cómo ni que voy a consumir. No me quiero aventurar con ella. Podría ser peligroso.
Llamativas, pero engañosas manzanas rojas incitan a degustarlas, pero con solo olerlas ya es más que suficiente. Son una quimera. Un oscuro sofisma. Así que, Lleras, Pinzón e incluso De La Calle (más los primeros que el segundo), parecieran ser las manzanas del artificio. Categórico.
No, definitivamente, no voy a pensarlo más, mi opción es la verde. Una manzana color esmeralda, no tan madura como la ilusoria y lóbrega roja ni tampoco ambarina con sabor a infecundidad y desolación.
La suerte está echada.
Que el árbol del sufragio nos permita ver en medio de la tradicional, espesa y mugrienta campaña presidencial, su fruto menos prohibido.
Todos a votar.