Este país es un circo. Sí, un circo como el de los Hermanos Gasca; con la diferencia que, uno entretiene y hace reír, y el otro es una guarida donde llegan los payasos a pintarse la cara de mesías y de salvador para no ser otra Venezuela -Ya ustedes juzgarán cuál es cuál-.
Colombia nuevamente atraviesa su mejor carnaval cirquero, el que se celebra cada 4 años y es el más influyente de todos. Un carnaval donde los tamales abundan, el dinero alcanza hasta para regalar y todos disfrutan de amplios debates culturales en plazas públicas que enriquecen el intelecto político.
Hermoso carnaval incluyente que va desde Puerto Bolívar, pasando por la hermosa Guajira, hasta llegar a Leticia; donde todos son importantes y ningún rincón del país se salva de festejar tan memorable evento. Pero como todo en la vida, esta fiesta debe terminar, dejando a las personas llenas de felicidad y borrachas de promesas.
Meses después llega el guayabo, porque se encuentra nuevamente con la amargura del olvido, la falta de comida y los muertos por “líos de faldas”. Ya no existe la importancia por Puerto Bolívar ni pasan por La Guajira y no recuerdan cómo llegar a Leticia. Aquel carnaval sigue su rumba en el centro del país donde se reparte mermelada como entradilla antes del plato fuerte y las galletas de la fortuna tienen contratos adentro. ¡Esa es mi Colombia carajo!
Hermoso circo que se repite una y otra vez con las mismas familias de payasos riéndose del público y manipulando como cual títere barato. ¿Hasta cuándo seguirán comprando las entradas del circo? ¿Hasta cuándo seguirán siendo marionetas útiles para repetir como loras mojadas?
Deberíamos leer antes la cartelera del show central para tener un criterio y acabarles el negocio, solo de esta forma se les bajará la risa y tendrán que mendigar por las monedas. ¡No más cirqueros políticos! El show debe acabar, no necesitamos más payasos disfrazados de mesías y mucho menos quien vea a los asistentes como marionetas.
Basta de noticias falsas para dañar a las personas y confundir al incauto. Es la hora de tener un criterio fundamentado en la razón y no en la pasión; si va a entrar a ver el espectáculo asegúrese de que no sea por un tamal o por 40 mil “pesitos”.