En la actual coyuntura electoral colombiana se exponen, con mayor claridad, los problemas que históricamente arrastran tanto el Estado, como estructura de poder y tipo de orden político, social y económico; el cerrado régimen democrático; las audiencias y en general lo que se conoce como la opinión pública[1]; al igual, que los que afronta una sociedad escindida, empobrecida culturalmente y acosada por un ya inocultable enfrentamiento de clases sociales.
Se llega a unas elecciones, legislativas y presidencial, con un Estado que aún no logra copar el territorio y mantiene vigente la enorme dificultad de erigirse como un faro moral para sus asociados y en particular, para el ejercicio de la función pública. A lo que se suma, su presencia no homogénea a lo largo y ancho del territorio nacional, lo que debe generar todo tipo de angustias diferenciadas en unas regiones en donde se goza de institucionalidad, y en otras, en donde subsisten aún fuerzas paraestatales ilegales que son y han sido para cientos de miles de colombianos el único “Estado” que han conocido.
Así mismo, con la idea de “renovar” el Congreso, la jornada electoral del 11 de marzo se torna nuevamente definitiva para aquellos sectores sociales (miembros de clase media y alta, conscientes del problema) que creen en que es posible proscribir el ethos mafioso que guía la vida política de un porcentaje importante de los congresistas y de sus clientelas que hacen presencia en todas las clases sociales. Dicha corporación arrastra, de tiempo atrás, problemas de legitimidad originados por las prácticas mafiosas de sus integrantes y por la relación perniciosa establecida con quienes han ejercido la Presidencia desde los inicios de la República.
Todo lo anterior, en el marco de una democracia restringida, formal y procedimental, de la que millones de colombianos desconfían, si tenemos en cuenta que en promedio el 65% de los colombianos habilitados para votar se abstiene de hacerlo. A esta situación se debe agregar el debilitamiento de los partidos políticos, cada vez más convertidos en empresas electorales y en “bolsas de empleo”[2] en donde se reproduce y se legaliza el clientelismo y desde donde se disemina el ethos mafioso.
Es claro que el escenario electoral de 2018 nuevamente expone un ambiente de radicalización de ideas y posturas que, al devenir con un irremediable carácter dicotómico, terminan generando tensiones y conflictos sociales tramitados a través de ejercicios de violencia simbólica y física. Ejemplo de esto constituyen los dos últimos sucesos en los que el candidato de la izquierda democrática (progresista), Gustavo Francisco Petro[3] Urrego, no se pudo presentar en una plaza pública de la ciudad de Cúcuta (Norte de Santander) y su vehículo impactado, al parecer, con arma de fuego[4]; y el otro insuceso, tiene que ver con el airado y violento rechazo de sectores estudiantiles y ciudadanos de la ciudad de Popayán (Cauca) por la presencia del senador y ex presidente Álvaro Uribe Vélez, quien hizo presencia en la “ciudad blanca” para acompañar a su candidato Iván Duque Márquez, y “trasladarle”, quizás, la simpatía que el ex mandatario cree tener aún en una ciudadanía cada vez más informada sobre lo que fue realmente su obra de Gobierno.
Aunque no podemos olvidar los hechos violentos en contra de la presencia del candidato del partido Farc[5], Rodrigo Londoño; lo acontecido en Cali y Yumbo, especialmente, lo obligaron a aplazar las actividades proselitistas hasta que el Gobierno ofreciera mayores garantías. Por los problemas de salud que enfrenta el líder político de la extinta guerrilla, la campaña de la Farc no cuenta, situación que aporta a que los focos de los medios y las expectativas de la opinión pública se dirijan hacia los candidatos Duque y Petro, sin desechar, por supuesto, al candidato presidencial por Cambio Radical, Germán Vargas Lleras que, a pesar de que las encuestas lo ubican en lugares secundarios, todos sabemos que tiene las maquinarias electorales y las clientelas en todos los estratos.
Sin embargo, el estar relegado en las encuestas, esta circunstancia le resta capacidad de maniobra ante la fuerza que viene adquiriendo el ungido de Uribe Vélez, quien hasta último momento intentará retomar el poder, así sea en cuerpo ajeno.
Eso sì, los casos señalados comparten elementos de violencia física, pero exhiben diferencias sustanciales, a saber: todas las protestas en contra de la presencia de Uribe Vélez obedecen, en buena medida, a que los tiempos del “embrujo autoritario” ya pasaron y la imagen del Gran Colombiano viene en una ya pronunciada caída libre. Es decir, la venda que la Gran Prensa puso sobre los ojos de los colombianos, entre 2002 y 2010, poco a poco ha dejado entrar la luz de unos hechos incontrovertibles: corrupción política y social, falsos positivos, connivencia con el fenómeno paramilitar y persecución a quienes se atrevieron a criticar a un presidente que apeló al Todo Vale para gobernar. Cientos de colombianos le perdieron el miedo a esa figura pendenciera y camorrera que durante 8 años ofreció peleas, insultos y agenció procesos de estigmatización y persecución política a sus críticos y detractores. Todo lo anterior impulsa el rechazo de cientos de miles de ciudadanos, cansados de su “vigencia”[6]política.
Por el contrario, lo sucedido en Cúcuta con la presencia de Petro bien puede obedecer, como lo señala el propio candidato presidencial, a prácticas de hostigamiento azuzadas por el propio alcalde de la ciudad fronteriza, César Rojas, en connivencia con su amigo, el ex alcalde de Cúcuta, Ramiro Suárez Corso, parapolítico que paga condena por homicidio en una cárcel estatal. También es posible que al direccionado rechazo se sumen miembros del pueblo cucuteño que creen a pie juntillas en el fantasma del “Castrochavismo” y en la “venezolanizaciòn” de Colombia. Se trataría de un grupo de ciudadanos empobrecidos, que a pesar de su condición socio económica, tendrían miedo de “vivir como lo hacen hoy los venezolanos”. Es decir, una enorme contradicción solo explicable por el ya referido empobrecimiento cultural.
Aunque el informe del CTI[7] niegue que se trata de impactos de bala, lo sucedido en Cúcuta pone de presente una situación clara: en Colombia hay un “doble Estado”. Uno, que actúa dentro de la legalidad y otro, operado por mafiosos y agentes de extrema derecha, siempre dispuestos a actuar en nombre del Establecimiento, para impedir, en este caso, que el proyecto político de Petro (ex guerrillero) llegue a la Casa de Nariño. El propio candidato presidencial de la “Colombia Humana” señaló a miembros de la Policía de haber facilitado lo sucedido.
Así entonces, vale la pena reflexionar en torno al caldeado ambiente social y político que ya exhibe la actual campaña electoral para elegir un “nuevo” Congreso y el próximo presidente de los colombianos para el periodo 2018-2022.
Para animar la reflexión, propongo dos ideas orientadoras. La primera, que las elecciones de 2018 reeditan lo sucedido en la jornada plebiscitaria del 2 de octubre de 2016 y la segunda idea, alude a que el ambiente enrarecido que se respira está fundado en miedos, infundados o no, de un electorado poco preparado para dar discusiones con altura en las que sobresalga el dominio conceptual y no la doxa sujeta a la intención de desconocer al Otro que piensa diferente.
Las elecciones de 2018 reeditan lo sucedido el día del plebiscito[8] del 2 de octubre de 2016.
Si bien la negociación política con las antiguas Farc y el proceso de implementación del Acuerdo Final alcanzado en La Habana con el Gobierno de Santos, en representación del Estado, perdió importancia y fue desplazado por temas como la “lucha contra la corrupción” y la “generación de empleo y oportunidades para todos”, entre otros, las preocupaciones del electorado y de los candidatos presidenciales parecen haberse trasladado hacia una discusión ideológica y política alrededor del modelo económico y político vigente y a la posibilidad de cambiarlo.
De esta manera, se reedita la vieja dicotomía entre Socialismo-Capitalismo, eso sí, expuesta de manera confusa en el escenario electoral, bajo la nomenclatura de “Castrochavismo” que no es otra cosa que un fantasma creado, hábilmente, por la Derecha, con el apoyo de la Gran Prensa afecta al actual régimen de poder, para generar miedo ante la imagen mesiánica que inspira a cientos de millones de colombianos a seguir y aplaudir las ideas de Petro Urrego.
Así entonces, la campaña presidencial, especialmente, se viene reduciendo a esa discusión, lo que facilita la polarización y la radicalización de las ideas y se abona el camino para la aparición de todo tipo de acciones y expresiones de violencia, simbólica y física, que enturbian un escenario que debería devenir con un talante democrático en el que sea posible discutir y dialogar sin que medien las agresiones verbales y la eliminación física del adversario.
Después de lo sucedido en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, en donde los colombianos votaron a favor o en contra de la refrendación del Acuerdo Final alcanzado con las Farc en Cuba, lo más probable es que en la jornada del 27 de mayo de 2018 los colombianos lleguen a las urnas no para defender lo acordado y mucho menos preocupados por el lento proceso de implementación de lo acordado en La Habana, sino para escoger entre dos extremos construidos mediáticamente, que claramente definen el enfrentamiento entre Iván Duque, candidato de la derecha y la ultraderecha, y Gustavo Petro, candidato progresista, ubicado por la prensa en la orilla izquierda.
Y allí, muy de cerca está Germán Vargas Lleras, quien ya viene afilando el enfrentamiento verbal con Gustavo Petro. Mientras ello sucede y el ex vicepresidente de Santos consolida su imagen negativa, el elegido de Uribe toma fuerza de cara a la consulta del 11 de marzo. De darse un revés ese domingo, Vargas Lleras podría descansar un poco, sin importar si triunfa en la jornada el impúdico Ordóñez Maldonado o la ultra conservadora, Martha Lucía Ramírez.
Huelga señalar que el proceso de implementación del Acuerdo Final perdió importancia en la actual campaña electoral por la “decisión” de Humberto de la Calle de no insistir en un tema que resultaba negativo para sus aspiraciones, por todo lo significó su papel como jefe del equipo negociador del gobierno, en un ambiente de crispación por las condiciones en las que se dio la negociación y los beneficios otorgados a las Farc en materia penal. De la Calle parece sentirse más cómodo al hablar de temas como desempleo, salud y de lucha frontal contra la corrupción; al sumarse al discurso de Fajardo y a la idea de Petro de gobernar con la lista de los “Decentes”, De la Calle coadyuva a que poco a poco los colombianos olviden lo trascendental que resulta para el país consolidar el éxito del proceso de paz adelantado en Cuba.
Un elemento que aparece en la actual contienda electoral tiene que ver con las prácticas clientelistas y el constreñimiento al elector. Por supuesto, no se trata de un factor nuevo, por el contrario, la compra de votos y diversas maniobras tendientes a constreñir al elector, hacen parte de las estrategias empleadas por los agentes del Régimen de poder para perpetuarse.
Ya se han registrado casos de entrega de mercados y dinero en efectivo (50 mil pesos por voto), situación que toca, en especial, a las campañas aupadas desde Cambio Radical y el Centro Democrático. Estas estratagemas se afianzarán en lo consecutivo, porque es claro que hay miedo en el Establecimiento por la fuerza social y electoral que viene concentrando el candidato Gustavo Petro.
Cansancio, miedos y encuestas
Sin conocerse aún la composición del Congreso que los colombianos elegirán el 11 de marzo y los resultados de las consultas interpartidistas, lo cierto es que se percibe un electorado confundido y con miedo acerca de lo que puede pasar en las elecciones del 27 de mayo. Igualmente, una parte del electorado puede sentirse cansado de un Régimen de poder que parece no advertir el descontento social acumulado por años y años en los que se han aplazado las reformas que se necesitan para que el Estado gane en legitimidad y por fin se superen la pobreza, la inequidad y la exclusión.
Las redes sociales se han convertido en un particular escenario electoral y político en donde no solo circulan noticias falsas, sino que se potencian los miedos de los colombianos en dos perspectivas: la primera y a la que más tiempo y empeño le ha dedicado el periodismo bogotano, tiene que ver con el miedo a que Colombia se convierta en una segunda Venezuela. Ese miedo es real y no por registrarlo se le hace el juego a la Gran Prensa afecta al Régimen. Por el contrario, aludir a dicho fantasma debe servir para pensar estrategias y discursos que contrarresten los efectos que ya produjo la “inocente” nomenclatura.
Y la segunda perspectiva, muy seguramente menos visible y poco probable que emerja, es la que guarda relación con el regreso a lo que el país vivió en los tiempos de la Seguridad Democrática. Es claro que a esos escenarios nos pueden llevar, tanto Iván Duque, por orden directa de Uribe, como Vargas Lleras, quien exhibe un carácter violento que puede superar al que exhibió el presidente que mandó en Colombia entre 2002 y 2010.
De esa manera, y sin que haya una relación estrecha y directa con el malestar social y las refriegas callejeras, el Establecimiento en general le tiene un profundo miedo a un posible triunfo de Gustavo Petro. Sin embargo, una parte de ese Establecimiento no desea el regreso de Uribe, a través de Duque Márquez. Finalmente, esa misma parte del Régimen de poder es la misma que le dio la espalda a Uribe cuando pretendió reelegirse por segunda vez, intención que fue frenada por la ya conocida sentencia negativa del entonces magistrado de la Corte Constitucional, Humberto Sierra Porto.
Por lo anterior, y a pesar de que las encuestas no lo favorecen, el Establecimiento terminará apoyando a Vargas Lleras, quien claramente ofrece continuidad, continuismo y la garantía de extender privilegios a la clase dirigente y política.
Habrá que esperar cómo queda compuesto el Congreso (2018-2022). A partir de ese momento, muy seguramente las encuestas, muchas de estas interesadas y manipuladas[9], registrarán el repunte de Vargas Lleras, siempre y cuando el candidato de Cambio Radical asegure una amplia bancada en el legislativo. Con esa maquinaria podrá vencer a Petro y postergar, por cuatro años, el proyecto político que el mismo Establecimiento está gestando al mantener en operación un Estado débil y precario para el beneficio de unos pocos; una democracia restringida a los mandatos y designios de la Derecha, única con derecho a gobernar.
Y consolidar el clientelismo y el asistencialismo dentro de una institucionalidad igualmente precaria y orientada por el ya señalado ethos mafioso. Y ese proyecto político que se está gestando al interior del Régimen será de corte populista y demagogo y anclado a las ideas de un gobierno de Izquierda capaz de cambiar las correlaciones de fuerza.
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[1] Véase: https://www.sur.org.co/elecciones-colombia-opinion-publica/
[2] Véase: http://germanayalaosoriolaotratribuna.blogspot.com.co/2017/09/partidos-o-bolsas-de-empleo.html
[3] Véase: https://www.sur.org.co/el-fenomeno-petro/
[4] La investigación la asumió la Fiscalía General de la Nación, en cabeza de Néstor Humberto Martínez Neira, quien no genera confianza en las huestes del candidato Petro. El informe del CTI señala que los impactos no corresponden a arma de fuego, sino a un objeto contundente. Sin embargo, circulan versiones de técnicos independientes que aseguran que efectivamente se usó un arma de fuego para impactar el vehículo en el que se transportaba el candidato presidencial.
[6] Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2013/09/elementos-para-entender-la-vigencia.html
[9] No deja de llamar la atención el repunte de Duque en las encuestas. Insisto en que el Establecimiento hará todo lo que esté a su alcance para evitar el triunfo de Petro, quien claramente es visto como un candidato anti establecimiento.